Mientras Emily seguía leyendo, Barbara meditó. Debieron utilizar un arma contra Querashi, pero ¿de qué clase? No estaba claro que hubiera sido un puño, o varios puños. Una marca podía ser obra de un gato mecánico, otra de una tabla, una tercera de una pala, una cuarta del tacón de una bota. Todo lo cual sugería una emboscada, más de un asaltante y un combate mortal.
– Em -dijo con aire pensativo-, teniendo en cuenta su aspecto espantoso, tendría que haber señales de pelea en todo el nido de ametralladoras, dentro y fuera. ¿Qué encontró allí la policía científica? ¿Había manchas de sangre, o algo utilizado para golpearle?
Emily levantó la vista del informe.
– Nada. Nada de nada.
– ¿Encontraron algo en lo alto del Nez? ¿Arbustos pisoteados, tierra derrumbada?
– Tampoco.
– ¿Y en la playa?
– Tal vez quedó algo en la arena, pero la marea se ocupó de ello.
¿Era posible que se hubiera producido una lucha a muerte y que sólo quedaran huellas en el cuerpo? Y aunque se hubiera producido una lucha en la playa, ¿era práctico asumir que todos los rastros de la emboscada se los había llevado la marea? Barbara pasó revista a estas preguntas mientras examinaba el estado del cadáver. Tenía muchas contusiones, pero su inconsistencia la impulsó a pensar en otra posibilidad.
Cogió un primer plano de la pierna desnuda de Querashi, y luego una ampliación de una parte de esa pierna. Un rotulador marcaba la zona de carne sobre la que el patólogo deseaba llamar la atención de la policía. En la espinilla había un corte de la anchura de un pelo.
En comparación con las contusiones y arañazos de la parte superior del cuerpo, un corte de cinco centímetros en la pierna parecía insignificante, pero unido a lo que Emily y ella ya sabían sobre el lugar de los hechos, el corte se convertía en un detalle intrigante sobre el que valía la pena reflexionar.
Emily dejó caer el informe sobre su escritorio.
– No aporta gran cosa a lo que ya sabíamos. La rotura de cuello le mató. En principio, no se detecta nada importante en la sangre. Dice que volvamos a analizar las ropas. En especial los pantalones.
Emily pasó por detrás de su escritorio y tecleó un número de teléfono. Esperó mientras se frotaba la nuca con un pañuelo que sacó del bolsillo.
– Qué calor -murmuró, y al cabo de un momento dijo-: IJD Barlow al habla. ¿Eres Roger? Hummm. Sí. Fatal, pero tú al menos tienes aire acondicionado. Pásate por aquí, si quieres saber lo que es bueno. -Arrugó el pañuelo y lo tiró-. Escucha, ¿tienes algo para mí? Sobre el asesinato del Nez, Roger… ¿Te acuerdas? Ya sé lo que dijiste, pero el patólogo del Ministerio del Interior nos ha aconsejado que volvamos a analizar los pantalones… ¿Qué? Venga, Rog. Hazlo por mí, ¿de acuerdo? Lo comprendo, pero prefiero no esperar a que mecanografíen el informe. -Puso los ojos en blanco-. Roger… Roger… Maldita sea. ¿Quieres conseguirme la maldita información? -Cubrió la bocina y habló a Barbara-. Un montón de prima donnas. Ni que las hubiera entrenado Joseph Bell [3].
Se puso a escuchar de nuevo, y cogió una libreta en la que empezó a escribir. Interrumpió a su interlocutor dos veces, una para preguntar cuánto tardaría, y otra para preguntar si había forma de saber si las lesiones eran muy recientes. Colgó con un brusco «Gracias, Rog».
– Una de las perneras de los pantalones tenía un corte -informó a Barbara.
– ¿Qué clase de corte, y dónde?
– A unos doce centímetros de la parte inferior. Un desgarrón recto. Ha dicho que era reciente, porque los hilos estaban rotos, pero no desgastados o alisados, como si hubieran lavado los pantalones poco antes.
– El patólogo te ha pasado una foto de la pierna -dijo Barbara-. Hay un corte en la espinilla.
– ¿Qué coincide con el desgarrón de los pantalones?
– Apostaría cualquier cosa por ello.
Barbara le tendió las fotografías. Las tomadas en el Nez el sábado por la mañana estaban sobre el escritorio de Emily. Mientras la inspectora examinaba las fotos del cadáver, Barbara apartó las fotos de Querashi en el nido de ametralladoras y se concentró en las que plasmaban el lugar de los hechos. Vio el lugar donde la víctima había dejado el coche, en lo alto del acantilado, tocando uno de los postes blancos que delimitaban el aparcamiento. Tomó nota de la distancia entre el coche y el café, y desde el coche al borde del acantilado. Y después, reparó en lo que había visto sin registrarlo en su mente, después de ver por primera vez anoche aquellas mismas fotos. Tendría que haberlo recordado por sus pasadas visitas al Nez en compañía de su hermano: una escalera de cemento que tallaba un corte diagonal en la cara del acantilado.
Comprobó que, al contrario del parque de atracciones, la escalera del Nez no había sido remozada. Las barandillas estaban oxidadas y descuidadas, y los mismos peldaños no estaban en buen estado, debido a que el mar del Norte continuaba erosionando el acantilado. Tenían grietas bastante profundas. Tenían melladuras peligrosas. Al mismo tiempo, revelaban la verdad.
– La escalera -dijo en voz baja Barbara-. Joder, Em. Debió caerse por la escalera. Por eso el cuerpo estaba tan contusionado.
Emily levantó la vista de las fotos del cadáver.
– Fíjate en estos pantalones, Barb. Fíjate en esta pierna. Joder. Alguien empleó un alambre para hacerle caer.
– Puta mierda. ¿Encontraron algo por el estilo en el lugar de los hechos? -preguntó Barbara.
– Se lo preguntaré al oficial responsable de las pruebas -contestó Emily-, pero es un lugar abierto al público. Aunque hubieran encontrado un alambre, cosa que dudo, cualquier abogado decentillo daría una explicación lógica.
– A menos que quedaran fibras de los pantalones de Querashi en él.
– A menos -admitió Emily. Tomó nota.
Barbara examinó las demás fotografías del lugar.
– El asesino debió trasladar el cuerpo de Querashi al nido de ametralladoras después de que cayera. ¿Había alguna señal, Em? ¿Pisadas en la arena? ¿Alguna indicación de que el cuerpo había sido arrastrado desde el pie de la escalera? -Adivinó la respuesta sin necesidad de ayuda-. Imposible. Por culpa de la marea.
– Exacto. -Emily buscó en un cajón de su escritorio y sacó una lupa. Examinó la foto de la pierna de Querashi. Pasó el dedo por encima del informe de la autopsia-. Aquí está. El corte tiene cuatro centímetros de largo. Se lo hizo poco antes de su muerte. -Dejó el informe a un lado y miró a Barbara, pero la expresión de su cara indicaba que lo que veía en realidad era el Nez, el Nez en la oscuridad, sin una luz que guiara al paseante desprevenido y le revelara el alambre tendido a lo largo de la escalera para provocar la caída fatal-. ¿Qué tamaño de alambre estamos buscando? -fue su pregunta retórica. Echó un vistazo al ventilador, que continuaba sus anémicos esfuerzos-. ¿Un alambre eléctrico?
– Eso no habría provocado el corte -señaló Barbara.
– A menos que estuviera despellejado -dijo Emily-, algo probable, porque la oscuridad lo habría ocultado.
– Humm. Supongo que sí. ¿Qué me dices de un hilo de pescar? Algo fuerte, pero también fino. Y flexible.
– No está mal -admitió Emily-. O una cuerda de piano. O el que utilizan para las suturas. O cordel del usado para atar cajas.
– En otras palabras, casi cualquier cosa fina, fuerte y flexible. -Barbara mostró la bolsa de pruebas que contenía objetos encontrados en la habitación de Querashi-. Échale un vistazo. Es de la habitación que tenía en el Burnt House. Los Malik quisieron entrar, por cierto.
– Apuesto a que sí -fue el comentario críptico de Emily. Se calzó unos guantes de látex y abrió la bolsa-. ¿Le has dicho al oficial encargado de las pruebas que lo registrara?
– Nada más entrar. Por cierto, me ha dicho que te comunique que no le haría ascos a un ventilador para el calabozo.