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Entonces, Emily se fijó en la placa. Era de bronce, y colgaba en una pared dedicada a un mural fotográfico de una segadora trabajando en un enorme campo amarillo de lo que debían ser, sin duda, plantas de mostaza. Emily leyó la inscripción de la placa:

¡VED AQUÍ!

LA CREACIÓN FUE SU OBRA, Y DESPUÉS LA REPRODUJO, PARA PODER ASÍ RECOMPENSAR A LOS QUE CREEN Y HACEN BUENAS OBRAS CON EQUIDAD.

A continuación, había una inscripción en árabe, bajo la cual aparecían las palabras:

FUIMOS BENDECIDOS CON UNA VISIÓN QUE NOS TRAJO A ESTE LUGAR EL 15 DE JUNIO, y después el año.

– Ha sido bueno con nosotros -dijo una voz detrás de Emily. Se volvió y vio que Sahlah no había vuelto con Ian Armstrong, tal como ella había solicitado, sino con su padre. La muchacha estaba agazapada detrás de él.

– ¿Quién? -preguntó Emily.

– Alá.

Pronunció el nombre con una dignidad tan sencilla que Emily no pudo por menos que admirar. Akram Malik cruzó la sala para saludarla. Iba vestido de cocinero, con un delantal manchado atado a la cintura y un gorro de papel en la cabeza. Algo había salpicado las lentes de sus gafas, y las limpió un momento con el delantal, mientras indicaba a su hija con un cabeceo que podía volver a su trabajo.

– Sahlah me ha dicho que ha venido a ver al señor Armstrong -dijo Akram, mientras apretaba la muñeca contra las dos mejillas y la frente. Al principio, Emily pensó que tal vez se trataba de una especie de saludo musulmán, pero luego se dio cuenta de que sólo se estaba secando el sudor de la cara.

– Me ha informado de que está aquí. Dudo que la entrevista se prolongue más de un cuarto de hora. No era necesario molestarle, señor Malik.

– Sahlah ha hecho lo que debía -dijo su padre, en un tono indicador de que Sahlah Malik hacía lo que debía por puro reflejo-. La acompañaré hasta el señor Armstrong, inspectora.

Indicó la puerta biselada con un cabeceo, y guió a Emily hasta la oficina del otro lado. Contenía cuatro escritorios, numerosos archivadores y dos mesas de dibujo, además de los caballetes que Emily había visto desde la recepción. Un asiático estaba trabajando con plumillas de caligrafía ante una de las mesas, en una especie de diseño, pero dejó de trabajar y se levantó en señal de respeto cuando Akram pasó con Emily. En la otra mesa, una mujer de edad madura vestida de negro y dos hombres más jóvenes (todos paquistaníes, como los Malik) estaban examinando una serie de fotografías en color satinadas, en las que se exhibían los productos de la empresa a través de una variedad de viñetas, desde meriendas en el campo hasta cenas de Nochevieja. También dejaron de trabajar. Nadie habló.

Emily se preguntó si había corrido la voz de la llegada de la policía. Lo más lógico era esperar una visita del DIC de Balford. Tendrían que haber estado preparados, pero, al igual que Sahlah, todo el mundo consiguió adoptar el aspecto de alguien cuya siguiente parada en la vida es la cárcel.

Akram la condujo hasta un breve pasillo al que se abrían tres despachos. Antes de que pudiera dejarla a solas con Armstrong, Emily aprovechó la oportunidad que Sahlah le había brindado.

– Si tiene un momento, señor Malik, también me gustaría hablar con usted.

– Por supuesto.

Indicó con un ademán una puerta abierta al final del pasillo. Emily vio una mesa de conferencias y un aparador antiguo, cuyos estantes no albergaban vajilla, sino una exposición de los productos de la empresa. Era un muestrario impresionante de tarros y frascos que contenían salsas, mermeladas, mostazas, chutneys, mantequillas y vinagretas. Los Malik habían recorrido un largo camino desde que empezaron a producir mostazas en la antigua panadería de Oíd Pier Street.

Malik cerró la puerta a su espalda, pero no del todo. La dejó abierta cinco centímetros, tal vez en deferencia a estar solo en la sala de conferencias con una mujer. Esperó hasta que Emily se sentó a la mesa para imitarla. Se quitó el gorro de papel y lo dobló dos veces hasta formar un triángulo perfecto.

– ¿En qué puedo ayudarla, inspectora Barlow? -preguntó-. Mi familia y yo estamos ansiosos por llegar al fondo de esta tragedia. Tenga la seguridad de que deseamos ayudarla en todo cuanto nos sea posible.

Su inglés era notable para un hombre que había pasado los primeros veinticinco años de su vida en un lejano pueblo paquistaní, con un solo pozo y sin electricidad, sanitarios ni teléfonos. No obstante, Emily sabía gracias a la literatura que había repartido durante su campaña electoral, así como la propaganda puerta a puerta que había realizado para pedir el voto, que Akram Malik había estudiado el idioma durante cuatro años con un profesor particular después de llegar a Inglaterra. «El bueno del señor Goeffrey Talbert», le llamaba él. «Gracias a él aprendí a amar a mi país de adopción, a la riqueza de su patrimonio y a su magnífico idioma.» La frase había funcionado bien entre unos electores poco propensos a confiar en extranjeros, y servido todavía mejor a los intereses de Akram. Había ganado su escaño con facilidad, y existían pocas dudas sobre el hecho de que sus aspiraciones políticas no terminaban en la mal ventilada sala del consejo municipal de Balford-le-Nez.

– ¿Le dijo su hijo que hemos dictaminado la muerte del señor Querashi como un asesinato? -preguntó Emily. El hombre asintió con seriedad-. Todo cuanto pueda contarme me será de ayuda.

– Algunos creen que fue un crimen racista arbitrario -dijo Malik. Era una forma inteligente de abordar el tema, no tanto acusando como especulando.

– Su hijo entre ellos -dijo Emily-, pero tenemos pruebas de que el crimen fue premeditado, señor Malik. Y premeditado de tal manera que sólo el señor Querashi, y no cualquier otro asiático, era el objetivo. Eso no significa que no haya un asesino inglés implicado, y tampoco que la cuestión racial esté ausente. Pero sí significa que había una persona concreta en el punto de mira.

– No parece posible. -Malik efectuó otro cuidadoso pliegue en su gorro de papel y lo alisó con los dedos-. Haytham llevaba aquí muy poco tiempo. Conocía a muy pocas personas. ¿Cómo puede estar segura de que conocía a su asesino?

Emily le explicó que, por razones de procedimiento, algunos detalles de la investigación debían guardarse en secreto, cosas que sólo el asesino y la policía sabían, cosas que, a la larga, podrían usarse para tender una trampa, en caso necesario.

– Pero sabemos que alguien estudió sus movimientos para asegurarse de que iría al Nez aquella noche, y si averiguamos cuáles eran sus movimientos habituales, puede que nos conduzcan hasta esa persona.

– Ni siquiera sé por dónde empezar -dijo Malik.

– Tal vez por el compromiso del fallecido con su hija -sugirió Emily.

Malik apretó levemente la mandíbula.

– ¿No estará insinuando que Sahlah está implicada en la muerte de Haytham?

– Tengo entendido que era un matrimonio de conveniencia. ¿Su hija lo había aceptado?

– Más que eso. Por otra parte, sabía que ni su madre ni yo la obligaríamos a casarse contra su voluntad. Conoció a Haytham, recibió permiso para pasar un rato con él a solas y su reacción fue positiva. Muy positiva, de hecho. Estaba ansiosa por casarse. En caso contrario, Haytham habría regresado a Karachi con su familia. Ése fue el acuerdo al que llegamos con sus padres, y las dos familias lo aceptamos antes de que él viniera a Inglaterra.

– ¿No pensó que un muchacho paquistaní nacido en Inglaterra sería más adecuado para su hija? Sahlah nació aquí, ¿verdad? Debe estar muy acostumbrada a paquistaníes nacidos aquí.

– Los chicos asiáticos nacidos en Inglaterra rechazan a veces sus orígenes, inspectora Barlow. A menudo rechazan el islam, la importancia de la familia, nuestra cultura, nuestras creencias.

– ¿Cómo su hijo, tal vez?