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Los hombres bajaron. Azhar se quedó junto al coche, con los brazos cruzados sobre el pecho, mientras Muhannad caminaba hacia las dos policías contoneándose. Se quitó las gafas y las guardó en el bolsillo de su camisa blanca. Estaba inmaculadamente planchada, con aspecto de recién lavada, y completaba su atuendo con téjanos y botas de piel de serpiente.

Emily se encargó de las presentaciones. Barbara sintió que sus palmas se humedecían. Había llegado el momento de decir a la inspectora que no era necesario presentarla a Taymullah Azhar, pero se mordió la lengua. Esperó a que Azhar aclarara el asunto. Azhar miró a Muhannad, pero también se mordió la lengua. Un giro inesperado de los acontecimientos. Barbara decidió esperar a ver dónde les conducían.

Muhannad la miró de arriba abajo de una forma desdeñosa y calculadora. Barbara sintió deseos de hundirle los pulgares en los ojos. No dejó de caminar hasta ellas hasta que, en opinión de Barbara, supo que estaba demasiado cerca para sostener una conversación relajada.

– ¿Éste es su oficial de enlace?

Puso un énfasis irónico en el adjetivo.

– La sargento Havers se reunirá con ustedes esta tarde -dijo Emily-. A las cinco en la comisaría.

– A las cuatro nos va mejor -replicó Muhannad. No trató de disimular el propósito de la frase: un intento de dominar la situación.

Emily no le siguió la corriente.

– Por desgracia no puedo garantizar que mi oficial esté allí a las cuatro -dijo sin inmutarse-, pero pueden venir cuando quieran. Si la sargento Havers aún no ha llegado, uno de los agentes se encargará de acomodarles.

Sonrió con placidez.

El asiático dedicó a Emily y después á Barbara una expresión sugerente de que estaba en presencia de una sustancia cuyo olor apenas podía identificar. Una vez dejada en claro su postura, se volvió hacia Azhar.

– Primo -dijo, y se encaminó hacia la puerta de la fábrica.

– Kumhar, señor Malik -dijo Emily cuando la mano de Muhannad tocó el pomo-. F es la inicial del nombre.

Muhannad se detuvo y volvió sobre sus pasos.

– ¿Me está preguntando algo, inspectora Barlow?

– ¿Le suena el nombre?

– ¿Por qué lo pregunta?

– Ha salido a la luz. Ni su hermana ni el señor Armstrong lo reconocieron. Pensé que usted tal vez sí.

– ¿Por qué?

– Por Jum'a. ¿Hay un miembro llamado Kumhar?

– Jum'a.

Barbara observó que la cara de Muhannad no traicionaba nada.

– Sí, Jum'a. Su club, organización, hermandad. Lo que sea. No pensará que la policía lo ignora.

El hombre lanzó una risita.

– Lo que la policía ignora podría llenar volúmenes.

Empujó la puerta.

– ¿Conoce a Kumhar? -insistió Emily-. Es un nombre asiático, ¿verdad?

Muhannad se detuvo a medio camino entre la luz y la sombra.

– Su racismo asoma, inspectora. El que un nombre sea asiático no quiere decir que conozca al hombre.

– No he dicho que Kumhar fuera un hombre, ¿verdad?

– No se haga la lista. Ha preguntado si Kumhar pertenecía a Jum'a. Si sabe algo de Jum'a, estará al corriente de que es una sociedad masculina, exclusivamente. Bien, ¿algo más? Porque si no, mi primo y yo tenemos trabajo en la fábrica.

– Sí, una cosa más -dijo Emily-. ¿Dónde estaba usted la noche que el señor Querashi murió?

Muhannad soltó el pomo de la puerta. Salió a la luz y volvió a calarse las gafas de sol.

– ¿Qué? -preguntó en voz baja, más para causar efecto que por no haber oído la pregunta.

– ¿Dónde estaba usted la noche que el señor Querashi murió? -repitió Emily.

El hombre resopló.

– Así que su investigación la ha llevado hasta aquí. Justo donde yo esperaba. Un paqui ha muerto, así que lo hizo un paqui. ¿Quién mejor donde depositar sus esperanzas que en mí, el paqui más conspicuo?

– Una observación intrigante -comentó Emily-. ¿Tendría la amabilidad de explicarla?

El hombre volvió a quitarse las gafas. Sus ojos estaban llenos de desprecio. Detrás, la expresión de Taymullah Azhar era cautelosa.

– Me interpongo en su camino -dijo Muhannad-. Velo por mi pueblo. Quiero que se sienta orgulloso de ser lo que es. Quiero que mantenga la cabeza erguida. Quiero que se entere de que no es necesario ser blanco para ser respetable. Y todo esto es lo último que usted desea, inspectora Barlow. ¿Qué mejor manera de oprimir a mi pueblo, de humillarle hasta conseguir la sumisión que a usted le interesa, sino enfocar la luz de su patética investigación sobre mí?

El intelecto del hombre funcionaba, observó Barbara. ¿Qué mejor manera de apaciguar las disensiones en el seno de la comunidad, sino intentar presentar al líder de los disidentes como un ídolo de barro? Sólo que… Tal vez lo era. Barbara dirigió una fugaz mirada a Azhar, para ver cómo reaccionaba ante el diálogo entre la inspectora y su primo. Descubrió que no estaba mirando a Emily, sino a ella. ¿Lo ves?, parecía decir su expresión. Nuestra conversación del desayuno fue profética, ¿no crees?

– Un análisis preciso de mis motivos -dijo Emily a Muhannad-. Lo discutiremos más tarde.

– Delante de sus superiores.

– Como quiera. De momento, le ruego que responda a mi pregunta, a menos que prefiera acompañarme a la comisaría para meditarla mejor.

– Le gustaría llevarme allí, ¿verdad? Lamento privarla de ese placer. -Muhannad volvió hacia la puerta y la abrió-. Rakin Khan. Le encontrará en Colchester, y confío en que no sea una tarea demasiado difícil para alguien de sus admirables dotes investigadoras.

– ¿Estuvo con alguien llamado Rakin Khan el viernes por la noche?

– Lamento frustrar sus esperanzas.

Muhannad no esperó una respuesta. Desapareció en el interior del edificio. Azhar saludó con un cabeceo a Emily y le siguió.

– Es rápido -admitió de mala gana Barbara- pero debería desembarazarse de esas gafas de sol. -Repitió la pregunta que había hecho antes de la llegada de Muhannad-. ¿Cómo sabes que Kumhar es un: hombre?

– Porque Sahlah no le conocía.

– ¿Y qué? Como Muhannad acaba de decir…

– Eso eran chorradas, Barbara. La comunidad asiática de Balford es pequeña y cerrada. Si existe un F. Kumhar entre ellos, Muhannad Malik le conoce, créeme.

– ¿Y por qué no su hermana?

– Porque es una mujer. La tradición familiar. Recuerda lo del matrimonio. Sahlah conoce a la comunidad de mujeres asiáticas, y conoce a los hombres que trabajan en la fábrica, pero de ello no se desprende que conozca a otros hombres, a menos que estén casados con sus conocidas, o fueran compañeros de colegio. ¿Cómo iba a conocerlos? Piensa en su vida. Es probable que no salga con chicos. No va a pubs. No se mueve con libertad por Balford. No ha ido a la universidad. Es como una prisionera. Si no mintió al afirmar que desconocía el nombre, cosa que podría ser…

– En efecto. Podría ser -interrumpió Barbara-. Porque F. Kumhar podría ser una mujer y ella podría conocerla. F. Kumhar podría ser la mujer, de hecho. Y es posible que Sahlah lo hubiera averiguado.

Emily rebuscó en su bolso y sacó unas gafas de sol. Las frotó con aire ausente sobre su top antes de contestar.

– La matriz del talón nos dice que Querashi pagó a Kumhar cuatrocientas libras. Un solo talón, un solo pago. Si el talón hubiera sido extendido a una mujer, ¿qué habría pagado Querashi?

– Chantaje -apuntó Barbara.

– Entonces, ¿por qué matar a Querashi? Si F. Kumhar le estaba chantajeando y pagó, ¿para qué romperle el cuello? Eso es como matar a la gallina de los huevos de oro.

Barbara reflexionó sobre las preguntas de la inspectora.

– Salía por las noches. Se citaba con alguien. Llevaba condones encima. ¿Podría ser F. Kumhar la mujer a la que se estaba tirando? ¿Pudo quedarse embarazada F. Kumhar?

– ¿Por qué se llevó condones si ya estaba preñada?