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Sin embargo, Barbara se dio cuenta de que existían escasas posibilidades de que alguien hubiera visto a Sahlah en el parque de atracciones. Echó un vistazo a una de las oficinas de la parte derecha y observó que sus ventanas daban al mar, al sur de Balford, y a las hileras de cabañas de playa. A menos que alguien hubiera acertado a recorrer el pasillo en el preciso momento en que Sahlah pasaba frente al avión del Barón Rojo, justo debajo, la única esperanza de que alguien la hubiera visto residía en el despacho del final, cuyas ventanas dominaban el parque de atracciones y el mar.

– ¿Puedo ayudarla? -Barbara se volvió y vio a una muchacha dentuda en la puerta del primer despacho-. ¿Busca a alguien? Éstas son las oficinas de dirección.

Barbara vio que se había perforado la lengua con un pendiente de botón reluciente. Un escalofrío recorrió su espina dorsal, una experiencia bastante gratificante, teniendo en cuenta el calor, y dio gracias al cielo por haber llegado a la edad adulta en una época en que perforarse el cuerpo no estaba de moda.

Barbara exhibió su identificación e interrogó a Lengua perforada, pero recibió la respuesta que esperaba. Lengua perforada no había visto a ninguna Sahlah Malik en el parque de atracciones. Nunca, de hecho. ¿Una chica asiática sola? Dios, jamás había visto a una chica asiática sola. Y mucho menos, ataviada como decía la detective.

¿Y vestida de otra manera?, quiso saber Barbara.

Lengua perforada dio unos golpecitos con los dientes sobre el adorno de su lengua. El estómago de Barbara se revolvió.

No, dijo. Lo cual no quería decir que una chica asiática no hubiera estado en el parque vestida como una persona normal. Es que si hubiera ido vestida como una persona normal… bueno, nadie se habría fijado en ella, ¿verdad?

Ésa era la cuestión, naturalmente.

Barbara preguntó quién ocupaba el despacho situado al final del pasillo. Lengua perforada dijo que era el despacho del señor Shaw. De Atracciones Shaw, añadió con tono significativo. ¿Deseaba verle la sargento detective?

¿Por qué no?, pensó Barbara. Si no podía averiguar nada más sobre la supuesta visita de Sahlah Malik al muelle (y eso era todo, mierda), al menos el propietario del parque de atracciones podría decirle dónde encontrar a Trevor Ruddock.

– Voy a preguntar -dijo Lengua perforada. Se dirigió a la puerta del final y asomó la cabeza en el interior-. ¿Theo? La bofia. Quiere hablar contigo.

Barbara no oyó la respuesta, pero un hombre apareció en la puerta del despacho al cabo de un momento. Era más joven que Barbara, de unos veinticinco años, vestido con ropa holgada de diseño. Tenía las manos hundidas en los bolsillos, pero su expresión era preocupada.

– No hay problemas aquí, ¿verdad? -Miró por la ventana, hacia una de las atracciones-. Todo está en orden, ¿no?

No se refería al personal, adivinó Barbara. Se refería a los clientes. Un hombre de su posición sabía el valor de un entorno libre de problemas. Y cuando la policía acudía, quería decir que había problemas.

– ¿Podemos hablar un momento? -preguntó Barbara.

– Gracias, Dominique -dijo Theo a Lengua perforada.

¿Dominique?, pensó Barbara. Suponía que se llamaría Slam o Punch [4].

Dominique se encaminó al despacho cercano a la escalera. Barbara siguió a Theo al interior del suyo. Comprobó al instante que sus ventanas le proporcionaban la vista que había sospechado: daban al mar por un lado, y al muelle por el fondo. Por lo tanto, si alguien había visto a Sahlah Malik, Barbara sabía que aquélla era su última posibilidad.

Se volvió hacia el hombre, con la pregunta en la punta de la lengua. No llegó a formularla.

Theo había sacado las manos de los bolsillos mientras ella examinaba el despacho. Entonces vio el objeto que había buscado desde el primer momento.

Theo Shaw llevaba un brazalete de oro de Aloysius Kennedy.

Capítulo 10

Cuando había escapado de la joyería, Rachel sólo tenía un destino en mente. Sabía que debía hacer algo para calmar la incierta situación en que sus actos habían colocado a Sahlah, además de a ella misma. El problema era que no estaba segura de cuál era ese algo. Sólo sabía que debía actuar cuanto antes. Empezó a pedalear con furia en dirección a la fábrica de mostazas, pero cuando comprendió que la sargento detective ya habría pensado que era el lugar más lógico donde ir a continuación, disminuyó la velocidad hasta que la bicicleta se detuvo a la orilla del mar.

Su cara estaba cubierta de sudor. Sopló hacia arriba para refrescar su frente febril. Tenía la garganta seca, y se arrepintió de no haber cogido una botella de agua. Pero no había pensado en nada, salvo en su desesperada necesidad de ir en busca de Sahlah.

Junto a la orilla del mar, sin embargo, Rachel había comprendido que no podía adelantarse a la policía. Y si la detective iba primero a casa de Sahlah, la situación aún podía empeorar más. La madre de Sahlah o aquella asquerosa de Yumn dirían la verdad a la detective, que Sahlah había ido a trabajar con su padre (pese a la prematura muerte de su prometido, añadiría sin duda Yumn), y la sargento se dirigiría a la fábrica sin más dilación. Y si aparecía mientras Rachel estaba allí, con el propósito de racionalizar lo que Sahlah debía creer una traición imperdonable, aparte de intentar avisar a su amiga de la inminente llegada de la policía, que se disponía a pillarla por sorpresa con sus preguntas… ¿Qué pensaría? Pensaría que alguien era culpable de algo, sin duda. Y si bien era cierto que Rachel era culpable, no era culpable del suceso. No le había hecho ningún daño a Haytham Querashi. Sólo… Bien, tal vez eso no era cierto, si se paraba a pensarlo, ¿verdad?

Subió la bicicleta a la acera y caminó con ella hasta el rompeolas. La apoyó contra el parapeto y se sentó durante un buen cuarto de hora. Sentía que el calor del sol se elevaba del cemento como burbujas ardientes y quemaba su trasero. No estaba preparada para volver a la tienda y afrontar las preguntas incisivas de su madre. No podía localizar a Sahlah antes que la policía. Llegó a la conclusión de que debía encontrar un lugar donde quedarse hasta que no hubiera moros en la costa y pudiera ir en bicicleta a la fábrica de mostazas para hablar con su amiga.

Y al fin terminó donde se encontraba en este momento: en los Clifftop Snuggeries. Fue el único sitio que se le ocurrió.

Había tenido que volver sobre sus pasos para llegar al lugar, pero esquivó High Street y Joyas Artísticas y Originales Racon utilizando el paseo Marítimo. Era una ruta más difícil, porque debía ascender la pronunciada cuesta del paseo Superior, al borde de la playa, una actividad que constituía una auténtica tortura con aquel calor, pero no tenía otra elección. Tratar de llegar a los Snuggeries por la suave pendiente de Church Road habría significado pasar por delante de la joyería Racon. Si Connie la hubiera visto, habría salido de la tienda hecha una furia, chillando como la víctima de un atraco a mano armada.

Como resultado, Rachel había llegado a los Snuggeries casi sin aliento. Dejó caer la bicicleta junto a un macizo de begonias polvorientas y se tambaleó hasta la parte posterior de los pisos. Había un jardín que abarcaba una franja de césped abrasado por el sol, tres macizos de flores estrechos que combinaban acianos, caléndulas y margaritas cabizbajos, dos alberquillas de piedra y un banco de madera. Rachel se desplomó en él. No estaba encarado al mar, sino a los pisos, y la miraron con un reproche silencioso que apenas podía tolerar. Exhibían lo que más les gustaba de ellos: los balcones arriba y las terrazas abajo, y ambos daban no sólo al jardín, sino al camino sinuoso de Southcliff Promenade, que se curvaba sobre el mar.

Nos has perdido, nos has perdido, parecían decir los Clifftop Snuggeries. Tus cuidadosos planes se han torcido, Rachel Winfield, y ¿dónde estás ahora?

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[4] Juego de palabras intraducibies. Ambas palabras significan «puñetazo», «bofetón», etc. (TV. del T.)