– ¡No!
– Habríamos planeado fugarnos, porque sería la única solución. Te lo habría dicho a ti, mi mejor amiga. Ya te habrías ocupado de que no sucediera. Habrías avisado a mi familia, a Muhannad, o incluso a…
– ¡No! ¡Nunca! ¡Nunca!
Rachel no pudo contener las lágrimas, y se odió por una debilidad que su amiga nunca se permitiría. Volvió la cara hacia el mar. El sol la abrasó, calentó sus lágrimas en cuanto brotaron, las calentó con tal rapidez que se secaron sobre su piel, y notó la tirantez de la sal.
Al principio, Sahlah no dijo nada. La única respuesta a los sollozos de Rachel fue el grito de las gaviotas y el sonido de una lancha lejana que surcaba el mar a toda velocidad.
– Rachel.
Sahlah tocó su hombro.
– Lo siento -lloró Rachel-. No quería… No pretendía… Sólo pensé… -Sus sollozos rompían las palabras como cristal del más fino-. Puedes casarte con Theo. No te lo impediré. Y después te darás cuenta.
– ¿De qué?
– De que sólo deseaba tu felicidad. Y si tu felicidad significa casarte con Theo, eso es lo que quiero que hagas.
– No puedo casarme con Theo.
– ¡No puedes, no puedes! ¿Por qué dices siempre que no puedes y que no lo harás?
– Porque mi familia no lo aceptará. No es propio de nuestras costumbres. Y aunque lo fuera…
– Dile a tu padre que no aceptarás al siguiente tío que traiga de Pakistán. Cada vez que lo intente, dile lo mismo. No te obligará a casarte con cualquiera. Tú misma lo has dicho. Al cabo de un tiempo, cuando se dé cuenta de que no te gustan los tíos que elige…
– Ésa es la cuestión, Rachel. No tengo tiempo. ¿No lo comprendes? No tengo tiempo.
Rachel resopló.
– Sólo tienes veinte años. Ahora, nadie piensa que alguien es mayor a los veinte años. Ni siquiera los asiáticos. Las chicas de tu edad van a la universidad cada día. Trabajan en bancos. Estudian leyes. Estudian medicina. No todas se casan. ¿Qué te pasa, Sahlah? Antes eras más ambiciosa. Acariciabas sueños. -Rachel se daba cuenta de que su situación era desesperada, sobre todo porque no era capaz de obligar a su amiga a comprender lo que decía ni a aceptar sus verdades. Buscó palabras más contundentes-. ¿Quieres ser como Yumn? ¿Es eso lo que quieres?
– Soy como Yumn.
– Oh, sí -se burló Rachel-. Exactamente igual. Tu cuerpo está destinado en exclusiva a la reproducción y no anhelas nada, salvo un trasero cada día más grande y un hijo cada año.
– Exacto -dijo Sahlah con voz abatida-. Es así, Rachel.
– ¡No es así! No has de ser como ella. Eres inteligente. Eres guapa. Puedes ser algo más.
– No me escuchas -repuso Sahlah-. No me has escuchado, así que no me puedes comprender. No tengo tiempo. No me quedan alternativas. Ya no. Soy como Yumn. Exactamente como Yumn.
Rachel sintió que una última protesta instintiva acudía a sus labios, pero esta vez la expresión de Sahlah la paralizó. La miraba con tal intensidad, con ojos tan apenados, que anulaban el comentario de Rachel. Aspiró aire para decir «Estás chiflada si piensas que eres como Yumn», pero lo que el rostro de Sahlah le estaba diciendo bastó para rechazar aquellas palabras.
– Yumn -dijo Rachel, aprovechando el mismo aliento con el que pensaba reprender a su amiga-. Oh, Dios mío, Sahlah. Yumn. ¿Quieres decir…? ¿Tú y Theo…? ¡Nunca me lo dijiste!
Su mirada resbaló sobre el cuerpo de su amiga, oculto con sumo cuidado bajo su indumentaria.
– Sí -dijo Sahlah-. Por eso Haytham accedió a adelantar la boda.
– ¿Lo sabía?
– No podía fingir que el niño era de él. Aunque se me hubiera pasado por la cabeza, tenía que decírselo. Había venido hasta aquí para casarse conmigo, pero había accedido a esperar un poco, tal vez unos seis meses, para darnos tiempo de conocernos. Tenía que decirle que no había tiempo. ¿Qué podía decir? Sólo la verdad.
Rachel se sentía abrumada por la inmensidad de lo que su amiga le estaba confesando, tomado en el contexto de su educación, su cultura y su religión. Y entonces vio una posibilidad de salvación, aunque se detestó por ello. Porque si Haytham Querashi ya sabía que Theo Shaw era el amante de Sahlah, entregarle el recibo, decir con aire misterioso «Pregunta a Sahlah sobre esto» y aguardar el resultado deseado, era un comportamiento que podía perdonarse. Sólo le había dicho algo que él ya sabía, algo que había aceptado y asumido…, si Sahlah le había dicho toda la verdad.
– ¿Sabía lo de Theo? -preguntó, procurando no parecer ansiosa por obtener la confirmación-. ¿Le hablaste de Theo?
– Ya lo hiciste tú por mí -replicó Sahlah.
La esperanza de Rachel murió de nuevo, y esta vez por completo.
– ¿Quién más lo sabe?
– Nadie. Yumn sospecha. No es de extrañar, ¿verdad? Conoce bien las señales. Pero no le he dicho nada, y nadie más lo sabe.
– ¿Ni siquiera Theo?
Sahlah bajó la vista y Rachel la siguió hasta sus manos, enlazadas sobre su regazo. Los nudillos se fueron poniendo progresivamente blancos.
– Haytham sabía que teníamos muy poco tiempo para hacer las cosas normales de todas las parejas antes de casarse -dijo Sahlah, como si el nombre de Shaw no hubiera salido a colación-. Cuando le dije lo del… lo del bebé, quiso ahorrarme humillaciones. Accedió a casarse lo antes posible. -Parpadeó poco a poco, como para borrar un recuerdo-. Haytham Querashi era un hombre muy bueno, Rachel.
Rachel quiso decirle que, además de ser un hombre muy bueno, también era probable que Haytham fuera un hombre que no deseaba ganarse el desdén de su comunidad, que le despreciaría por casarse con una mujer lasciva. Lo mejor para él también era casarse lo antes posible, para que el niño pasara como suyo, pese al color de la piel. En cambio, Rachel sí pensó en Theo Shaw, en el amor que Sahlah le profesaba, en la información que ahora obraba en su poder y en lo que podía hacer con ella para arreglar las cosas. Pero antes, tenía que asegurarse. No quería dar otro paso en falso.
– ¿Sabe Theo lo del niño?
Sahlah lanzó una carcajada carente de humor.
– Sigues sin comprender, ¿verdad? En cuanto le diste el recibo a Haytham, en cuanto Haytham supo que era por un brazalete de oro, en cuanto se topó con Theo en esa estúpida Cooperativa de Caballeros que ha de devolver a la vida a esta patética ciudad provinciana… -Sahlah calló, como si fuera consciente de repente de la amargura que destilaban sus palabras, capaces de revelar por sí mismas el estado caótico de su mente-. ¿Qué más da ahora si Theo lo sabe o no lo sabe?
– ¿Qué dices?
Rachel oyó su miedo y trató de aplacarlo por el bien de su amiga.
– Haytham está muerto, Rachel. ¿No lo entiendes? Muerto. Fue al Nez. De noche. A oscuras. Eso está a menos de un kilómetro del Oíd Hall, donde Theo vive. También es el lugar donde Theo ha estado recogiendo fósiles durante los últimos veinte años. ¿Lo comprendes ahora? -preguntó con brusquedad Sahlah-. Rachel Winfield, ¿lo comprendes?
Rachel la miró.
– ¿Theo? -dijo-. No. Sahlah, no pensarás que Theo Shaw…
– Quizá Haytham quiso saber quién era -dijo Sahlah-. Sí, estaba dispuesto a casarse conmigo, pero querría saber quién me había dejado embarazada. ¿Qué hombre no lo habría querido, pese a lo que me dijo sobre vivir en la ignorancia? Él también querría saber.
– Pero aunque lo supiera, aunque hablara con Theo, no pensarás que Theo…
Rachel no pudo terminar la frase, horrorizada por la lógica descarnada de las palabras de Sahlah. Hasta era fácil imaginarse cómo había pasado: un encuentro furtivo en el Nez, la conversación de Haytham Querashi con Theo Shaw, durante la cual le habló del embarazo de Sahlah, la consiguiente desesperación de Theo Shaw por librar al mundo del hombre que se interponía entre él, su verdadero amor y lo que él debía considerar su deber moral… Porque Theo Shaw habría querido cumplir su deber con Sahlah. Quería a Sahlah y, si sabía que la había dejado embarazada, querría estar a su lado. Y como Sahlah se habría mostrado reticente (temerosa, de hecho) a que la expulsaran de la familia por casarse con un inglés, también habría comprendido que sólo había una forma de atarla a él.