– ¿Puede determinar la causa? -intervino Ramiro.
El médico esperaba la pregunta con una sonrisa tentacular.
– Puedo adelantarme a lo que diga el forense, con muy poco margen de error. Sobre la mesilla de noche pueden ver un frasco de pastillas de Prozac, pero este hombre ha sido asesinado con estricnina. Es un veneno fulminante que actúa sobre la médula y los nervios motores y que es usado en rnedicina positivamente, pero a partir de cierta dosis produce lo que hemos visto.
El médico señaló el aspecto horrible de Conesal sin que las restantes miradas le secundaran.
– Y sospecho que dentro de ese frasco de Prozac todas las cápsulas están llenas de estricnina. Alguien que sabía su dependencia con el Prozac es el que ha hecho la faena.
– ¿La ha tocado usted?
– ¡Claro!
Ramiro se sobrepuso a su desesperación profesional y utilizó un pañuelo para coger el frasco y examinarlo al trasluz.
– ¿Cabe en cápsulas tan pequeñas la cantidad de estricnina suficiente para un efecto tan fulminante?
El médico aguardó una señal de acuerdo de Álvaro para emitir un juicio profesional.
– Depende de la cantidad de cápsulas. En teoría no se pueden tomar más de cuatro cápsulas de Prozac, pero cada cual hace de su capa un sayo. Es el estimulante de moda contra las depresiones.
– ¿Era su padre un depresivo?
– Era un ciclotímico. Pasaba de la depresión a la euforia.
– ¿Había tomado antidepresivos más enérgicos?
– Si se refiere usted a drogas estimulantes, cocaína, sí. Pero se asustó por derivaciones fatales de gente próxima y solía recurrir a estimulantes, vamos a llamarles, sanos.
Ramiro dejó la botella en la mesilla.
– Pues que no se toque más de lo que ya se ha tocado -advirtió el inspector Ramiro, pero la viuda siguió pasando las yemas de los dedos por el píe del difunto y el jefe superior de policía impuso respetuoso silencio a su subordinado. No quedó muy conforme Ramiro con la muda censura y siguió contemplando a la viuda y al médico como a peligrosos intrusos que ya habrían destruido pruebas y a los que nadie iba a meter en cintura. Álvaro vino en su ayuda, metió las manos por las axilas de su madre, la obligó a levantarse y la llevó casi a peso hasta el sillón tumbona en el que probablemente Lázaro Conesal había yacido algún tiempo porque permanecía una copa semivacía en la mesita adjunta, junto a una carpeta, y las zapatillas del financiero estaban perfectamente alineadas bajo la mesilla. Carvalho observó el redondel de humedad que se percibía en la bragueta del pijama y creyó oler a semen, como todos los demás, pero nadie lo dijo en voz alta porque quizá el semen huele igual que la estricnina y sólo los policías tomaron la iniciativa de hablar para anunciar la próxima llegada del forense y de la brigada técnica que tomaría las huellas y haría los cálculos precisos. El casi transparente Ramiro leyó lo que ponía sobre la carpeta situada junto a la copa, sin dar demasiada importancia aparente a su hallazgo. Se sacó un pañuelo del bolsillo y abrió la cubierta para leer lo que ponía la primera hoja. Cuando levantó la cubierta, Carvalho pudo leer el título: Informe confidencial grupo editorial Helios. Leguina tenía otras preocupaciones.
– Tenemos a quinientos invitados abajo, atrapados en el salón, sin poder salir y sin saber a ciencia cierta qué ha pasado, aunque todas las radios ya están dando la noticia y los que tienen teléfono portátil están en condiciones de saber lo que ha pasado.
La ministra compartía tristezas con la reciente viuda y reclamó a Leguina que la dejara en sus tareas consoladoras. Ramiro parecía no querer ni tener tiempo que perder.
– ¿Qué hacía su padre en esta habitación, en pijama, la noche en que se iba a conceder un premio de tanta importancia?
Álvaro se encogió de hombros, pero inmediatamente se dio cuenta de que su postura era insostenible y devolvió los hombros al lugar de partida.
– Bien. Lo cierto es que el premio lo daba exclusivamente mi padre. Sólo él sabía quién iba a ganar.
– ¿Y el jurado?
– Todo estaba pactado. Mi padre pidió a una serie de profesionales que se prestaran a ser miembros del jurado y así lo comunicó al Ministerio de Cultura cuando solicitó el permiso para concederlo. Casi nadie sabe quién formaba parte del jurado.
– Pero el jurado está reunido en alguna parte.
Álvaro tuvo un instante de perplejidad y musitó ¡es cierto! al tiempo que se levantaba y se daba un golpe con una mano en la cabeza.
– El jurado debe de seguir reunido esperando el veredicto. Están en una habitación secreta.
Inició ahora una marcha más precipitada que la anterior que sólo dejó en la cámara fúnebre al médico, el cadáver y su viuda ensimismada, con la cara convertida en un pastiche de maquillaje y rímel. El paso del joven obligaba a taconear a la ministra y a imitar la marcha atlética a todos los demás. Leguina le hizo una pregunta que sólo Carvalho percibió, así como la respuesta:
– Estaba deshecha esa mujer, ¿no?
– Deshecha sí, pero cuando me he acercado a consolarla me ha dicho que su marido era un hijo de puta.
Álvaro se sacó una llave del bolsillo de la chaqueta y la introdujo con decisión en la cerradura de una puerta tan anodina que no presagiaba nada.
– Ha podido ocurrir una desgracia -anunció el jefe superior antes de que la puerta se abriera y ante los visitantes apareciera el cuadro de seis hombres hechos y derechos contemplando una película española de los años cincuenta en la que el vecino del quinto se hace pasar por maricón para conseguir trabajo. Se entrecruzaron las sorpresas de los allí sentados, la mayor parte sin zapatos y con muchas copas alrededor y la de los recién llegados. Sobre la mesa no había ni un libro, ni algo parecido a un original de lo que pudiera llegar a ser un libro. El que prometía llevar la voz cantante del jurado preguntó a Álvaro:
– ¿Quién ha ganado?
– ¿No os habéis enterado de nada?
– ¿De qué? Tu padre dijo que se nos encerrara por fuera. ¿Dónde está tu padre?
Iba a contestar Álvaro, pero se interpuso el inspector Ramiro tras cruzar una mirada de inteligencia con el jefe superior de policía.
– ¿En ningún momento el señor Lázaro Conesal ha penetrado aquí para intercambiar alguna información con ustedes? Usted es el profesor Bastenier, si no me equivoco.
Los que aún no habían descubierto que aquel hombre en calcetines, con el cinto desabrochado, la corbata colgante y las mejillas coloradas por la parte alícuota de botellas de Bollinger que sobresalían de los cubos repartidos por la mesa y el suelo de la habitación era nada menos que Ricardo Bastenier, el más notable especialista en Literatura Comparada, cerebro recobrado tras haber sido llevado al borde de la fatiga en varias universidades norteamericanas, musitaron su nombre quedamente y adoptaron la normal disposición reverencial ante un cerebro español repatriado. Halagado Bastenier por haber sido reconocido por tan anónimo personaje recuperó parte de su vertebración.
– Don Lázaro vino a vernos, insistió en la necesidad de nuestra clausura y quedamos inútilmente a la espera de su reaparición. Por cierto, no les he presentado a mis eminentes colegas.
Y señaló a sus compañeros de habitación como si les invitara a saludar ante los aplausos del público.
– El profesor Yves Tyras, de la Universidad de Maguncia, especialista en la Generación de 1902; Cayetano Sirvent Mira, director del Centro de Estudios de Lingüística Estructural; Leonardo Inchausti, rector de la Universidad a distancia; Floreal Requesens, responsable del Atlas literario comparado de la Real Academia de la Lengua; Juan Sánchez Martialay, responsable de los estudios literarios de la Universidad Menéndez y Pelayo. Yo completo el sexteto del jurado base y Lázaro Conesal se reservaba el derecho al desempate.
Había tanta cultura y tantas universidades reunidas en aquel sanedrín de descalzados animados por una de las mejores marcas de champán, que los intrusos, a pesar de sus jerarquías, parecían cohibidos y en retirada hasta que la ministra de Cultura tomó la iniciativa de saludar a todos los sabios besándoles las mejillas, lo que acabó de encenderlas, mientras la dama revoloteaba entre ellos como una mariposa de desbordante policromía.
– Ya nos conocíamos, ministra -observó regocijado el que había sido presentado como responsables de los cursos literarios de verano de la Universidad Menéndez y Pelayo.
– Estuvimos hablando de Blasco Ibáñez y del arroz con costra de Elche o de Elx, como le llama usted.
El que acentuaba su rigidez y daba una total impresión de disgusto era el presidente del jurado que trataba de ponerse los zapatos y de recuperar el aspecto digno exigible al presidente del jurado del premio literario mejor dotado del mundo. Compartía estos gestos con miradas de aviso al joven Conesal, como si tratara de transmitirle un mensaje que por fin pudo hacer efectivo en un aparte.
– Vaya ridículo. Ya sabía que no funcionaría. En qué posición queda el jurado de un premio cuando ni siquiera yo, el presidente, sabe quién lo ha ganado. ¿Dónde se ha metido su padre?
Álvaro no le contestó. Se fue a por el jefe superior y le pidió permiso para dar la noticia al jurado. Consultado el inspector Ramiro opuso un vaivén de cabeza y serios reparos porque se perdía el factor sorpresa. ¿De qué factor sorpresa está usted hablando?, le respondió su superior, ofreciéndole el cuadro del jurado vencido por el Bollinger y una digestión de serpiente boa. Obtuvo el permiso Álvaro y se dirigió a los presentes:
– Señores, debo comunicarles una mala noticia.
– Desierto -espetó Requesens, el responsable del Atlas lingüístico-. Me lo temía.
– ¿De qué desierto habla usted? -inquirió suspicaz el inspector Ramiro.
– Del premio. Se ha declarado desierto. Todo ha sido una añagaza publicitaria, me lo temía. Las bases se redactaron de una manera tan sibilina que el premio puede declararse desierto y ahora quedamos todos los del jurado a la altura del betún. Y tú tienes la culpa, Bastenier, porque nos vendiste la moto.
– No utilices vulgarismos, Requesens.
– ¡Los utilizo porque me sale de los cojones! Que me tienes muy harto con tus maneras de cerebro recuperado y no hay tribunal de oposiciones en que no machaques a mis ayudantes o a la gente que ha hecho la tesis conmigo o bajo mi especial percepción de la literatura. Ahora me metes en esta degradante aventura, por cuatro piastras de mierda…