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– Si os creéis que me vais a putear estáis muy equivocados.

No le hizo caso su interpelado y le dio la espalda para salir y seguir los pasos de su partenaire repitiendo el gesto de inevitabilidad al pasar junto a su hijo al tiempo que mascullaba:

– ¿Para qué están los servicios de seguridad?

– Has de ser tú quien se aclare sobre el derecho de admisión.

Siguió Conesal hacia la ducha y los vestuarios, pero le iba a la zaga el hombre irritado que de momento se detuvo a la altura de Álvaro.

– ¿Qué le has dicho a tu padre sobre el derecho de admisión?

– ¿Admisión? ¿Dimisión? ¿Intromisión? ¿Por qué te parece a ti, Celso, que he hablado de admisión?

El recién llegado no sabía si continuar la clarificación con Álvaro o seguir a los otros hacia el vestuario, por fin se decidió por hacer las dos cosas.

– Conmigo te puedes ahorrar la sorna. Yo me cago en todos los masters que puedas tener, niñato de mierda. A tu edad yo ya había ganado millones de pesetas de los años sesenta y tú ni siquiera te has pagado ese jersey de maricón que llevas.

Hizo mutis tras el rastro de los jugadores y Álvaro no se lo impidió. Carvalho le dirigió una pregunta muda sobre si consideraba debía intervenir.

– Déjele. Todo el mundo está muy nervioso. El que jugaba a squash con mi padre es su socio más importante, Iñaki Hormazábal, el llamado «calvo de oro» o el «asesino de la Telefónica».

– ¿Mata a la gente en las cabinas?

– La mata por teléfono. Es especialista en comprar holdings en apuros para desguazarlos y revenderlos por partes. Siempre por teléfono.

– ¿Y el cabreado ese que les ha seguido hasta la ducha? ¿Un voyeur?

– ¿Lo dice por el maquillaje? No. Es Celso Regueiro Souza, otro del grupo aunque ya está liquidando todas sus acciones. Va maquillado porque sufrió un accidente facial cuando trataban de robarle unos mafiosos en Miami. No sé qué le echaron a la cara pero le quedó en carne viva. Ése era muy amigo del Gobierno y mi padre se asoció con él para que le abriera la puerta con los socialistas. Ahora tienen problemas los socialistas y mi padre, por lo tanto Regueiro ya no sirve para una puñetera mierda.

Regueiro Souza salió de los vestuarios dando un portazo y dirigiéndose otra vez contra Álvaro.

– ¿Dónde se ha metido el calvo?

– Se ha marchado.

– La madre que le parió.

Se detuvo ante Álvaro, le sonrió, le pasó un dedo por los labios que el joven retiró instintivamente y partió en pos del fugitivo. Cuando Lázaro Conesal salió del vestuario parecía un recién nacido que olía a colonia total. No reflejaba el menor conflicto ni reciente ni remoto y ni siquiera preguntó por Regueiro. Sí estaba interesado por la comida y se alegró mucho cuando se enteró de que Alfonso el cocinero de Jockey había resuelto el desafío imaginativo planteado por Carvalho. Volvieron a utilizar el ascensor para regresar a la zona del bar y comedor y allí seguía Sagazarraz, lo que provocó un gesto de fastidio en el financiero. Pero tan bebido estaba el visitante que ni advirtió el paso de Lázaro Conesal y sí el de su hijo con el que trató de pegar la hebra inútilmente. Ya a salvo en el comedor, Conesal dejó de parecer un niño oloroso para volver a ser un tiburón airado.

– Pero ¿quieres decirme cuánto pagamos al mes en seguridad para tener que soportar que se metan en mi vida este par de descerebrados, antes Regueiro Souza y ahora Sagazarraz?

– No me explico que siga aquí Sagazarraz. He dado órdenes expresas de que lo sacaran los de seguridad, pero con amabilidad. Tú les diste unas normas de paso libre y se las toman al pie de la letra. Éste debe de haber salido por una puerta y entrado por la otra.

– Pues les quito lo de paso libre y ya está. No quiero ni verles a cincuenta kilómetros a la redonda.

– Tú mismo.

– ¿Lo desapruebas?

– No lo entiendo. De Celso Regueiro dependes porque todavía tiene derecho a veto en algunas operaciones y necesitas su firma. Si quieres que le eche, lo haré con mucho gusto porque es un personaje insultante y zafio. Lo de Sagazarraz es más fácil de solucionar, aunque me tiene dicho que lleva en la agenda los teléfonos de todos los diarios y revistas que podrían disfrutar con sus informaciones.

– Ése no sabe ni dónde tiene la agenda. Vive todo el día en una nube de whisky o de orujo.

– Pero sus abogados sí saben dónde tiene la agenda.

Conesal respiró más agobiado por su hijo que por sus perseguidores y acogió con fastidio el acercamiento del barman.

– Don Lázaro, ¿dispondría de unos minutitos para mí?

– Unos minutitos, José, unos minutitos.

Se hizo el aparte y algo inconveniente le diría simplemente José porque Conesal le dio la espalda bruscamente desentendiéndose de él.

– Dígale a su hermana que hable con mi mujer o con quien quiera. Pues vaya.

Al llegar a la altura de su hijo y Carvalho se explayó con Álvaro.

– ¿Esa chica aún está por aquí?

– Tú me dijiste que no la despidiera pero que no fuera demasiado visible hasta…

– No la despidas pero la quiero invisible del todo. En casa y cobrando. De momento. Y si quiere hablar con tu madre que se tomen un té juntas, pero no aquí.

Luego buscó refugio en una recordada complicidad con aquel hombre recién llegado cuyo apellido no recordaba.

– Usted es el gourment, ¿verdad? ¿Su nombre?

– Carvalho.

– Eso es, Carvalho. ¿Aprueba el menú de Alfonso Dávila?

– Habrá que probarlo.

– De eso se trata.

Como si tuviera telepatía apareció en la puerta la reencarnación de Lázaro de Tormes, pero ahora vestía de perfecto camarero de restaurante cinco tenedores. Se sentaron los dos Conesal y Carvalho a la mesa y Simplemente José les ofreció aperitivos que los anfitriones rechazaron y Carvalho aceptó.

– Un fino. Pero sorpréndame con la marca. No me abrume con los de siempre.

Tenía respuesta el restaurador para aquel desafío e, interesado, Lázaro Conesal se sumó a la fiesta.

– Pues si va a sorprender al señor Cabello, sorpréndame también a mí.

– Carvalho, papá, Carvalho.

– ¿Usted, don Álvaro, también se suma al aperitivo?

– No, gracias.

Se frotaba las manos satisfecho el financiero y le guiñaba el ojo a Carvalho como a un compinche que viniera de lejos y le prometiera compañía de por vida. Jugueteó luego con el menú impreso en una cartulina y se lo tendió a Carvalho como una ofrenda.

– Extracto de pescados ahumados con ostras a la hierbabuena, pichones de Talavera rellenos al estilo Jockey y milhojas de mango con helado de jengibre. ¿Qué tiene que decirme?

– Espero probarlo.

Se presentó el camarero con un Moriles frío y tapas de chanquete tan sutiles que parecían espuma de mar frita.

– Pregunta de lego a experto. ¿Un pescado frito antes de un entrante de ahumados y ostras, no desentona?

– Si se tratara de un surtido de pescado frito convencional sí, porque absorbe mucho aceite y se empaparía el paladar. Por más que el aceite en el estómago siente bien, si no es refrito, para cualquier digestión posterior. Pero el chanquete no es casi pescado. Es tan etéreo que el aceite lo perfuma más que lo fríe.

– Cada día se aprende algo. En casa siempre hemos comido bien pero con esa solidez con la que comen las burguesías españolas, sin demasiada información ni cultura gastronómica, es más, con un cierto pudor como si el comer bien fuera pecado. Excelente este Moriles. ¿Recuerdan aquella cuña radiofónica? La elección es bien sencilla, o Moriles o Montilla.

Consultó el reloj y le perseguía el tiempo por lo que agitó el brazo en el aire, evidente reclamo a la aceleración de la comida. No le quitó ojo a Carvalho cuando olía los alimentos a distancia, los probaba, alternaba la bebida de los vinos.

– ¿Podría usted adivinar lo que hemos comido? ¿Cómo se ha hecho?

– No del todo, pero en el entrante es fácil adivinar la combinación de gusto entre el ahumado, las ostras, la hierbabuena y una punta de nuez moscada. Es una combinación excelente la de la concreción casi obsesiva del ahumado con la ligereza marina de la ostra e igual combinación se establece entre la nuez moscada, un sabor tan determinado, y la de la hierbabuena, un sabor tan abierto.

Lázaro dirigía a su hijo cabezazos de afirmación que Álvaro no contestaba, ni siquiera parecía estar escuchando a Carvalho.

– Los pichones de Talavera rellenos estilo Jockey dependen no sólo del punto de la carne, porque el pichón se vuelve harinoso si está demasiado cocido, sino del equilibrio del relleno que parece fácil de conseguir, pero no es así. La trufa puede poner malicia exquisita en cualquier relleno, pero también arruinarlo. Hay sabores que bloquean el paladar más que estimularlo. Y en cuanto al milhojas de mango con helado al jengibre que aún no he terminado, he de confesarle que admiro la arquitectura de los postres, pero no me conmueven. Tal vez sea una cuestión de memoria histórica. Pertenezco a la generación del plato único. Aun así, confieso que me parece excelente.

– Pues ahí le he pillado, porque yo soy un experto en postres e incluso los cocino. Dile, Álvaro, a este señor cómo me salen las tartas de manzana.

– Tú crees que te salen excelentes.

– ¿Y no es así?

– Casi nunca.

– Pero ¿será posible?

Padre e hijo ponían cara de haber repetido la broma hasta el hartazgo, sobre todo Álvaro parecía saturado y no quiso Carvalho exagerar su regocijo. Se limitó a sonreír tal vez desmesuradamente y prefirió dedicarse a la copa de un excelso Pedro Ximénez Viña 25. A Conesal se le habían ablandado los esfínteres, a su hijo no. El chico estaba constantemente vertebrado, discretamente tenso y Carvalho tuvo curiosidad por saber cómo se comportaba cuando su padre y el entorno de su padre dejaban de ser el referente de su vida. Lázaro Conesal apenas probó el jerez y se dejó caer contra el respaldo de la silla sin descuidar una mirada de reojo a un reloj sin duda carísimo pero de apariencia discreta.