Metió las manos en los bolsillos mientras seguía retirándose.
– Yo sólo… -su hombro topó con la puerta y la abrió, dispuesto a salir disparado.
Entonces, el prehistórico instinto de cazar o ser cazado se impuso y miró cautelosamente hacia el pasillo. Los rápidos pasitos de la enfermera ratón estaban engullendo a toda velocidad la alfombra.
En su dirección.
Volvió a entrar en la habitación tan rápido que la puerta le dio en el trasero al cerrarse.
– Creo que vuelve.
La expresión de Beth se tensó. Dos profundas líneas se marcaron entre sus cejas.
– ¿Otra contracción? -preguntó Michael sin necesidad-. Voy a por la enfermera.
Alguien… cualquiera en lugar de él debería estar allí.
Al ver que, de forma apenas perceptible, Beth negaba con la cabeza, se quedó donde estaba, apretando los puños mientras ella superaba la última contracción.
Respiró cuando ella volvió a hacerlo.
– ¿Te encuentras bien?
Ella asintió.
– En ese caso, será mejor que me vaya -lo era. La pobre mujer debía estar deseando recuperar su intimidad.
Beth volvió a asentir.
Pero antes de que pudiera moverse, Michael vio que se acercaba otra contracción. Empezó en las rodillas y ascendió hacia los hombros… y, de pronto, se encontró junto a ella.
Tomó en una mano uno de los puños cerrados de Beth. Cuando el dolor pasó, sus dedos se relajaron en los de Michael.
– ¿Te encuentras bien? -preguntó él, mirando el sudor que corría por la frente de Beth. Cuando ella le dijera que estaba bien, podría irse.
– No quiero admitirlo -susurró Beth-, así que no se lo digas a nadie, pero la verdad es que estoy un poco asustada.
Nadie se fue después de eso. Pero sí entró gente. Mucha gente. Enfermeras, médicos, enfermeros con equipo…
Michael miraba a cada rato a Beth, esperando que ésta le dijera que se fuera. Pero ella no le soltó la mano ni un segundo. En lugar de apretar los puños había decidido apretarle los dedos a él, de manera que pronto dejó de sentirlos.
Pero qué diablos. ¿Quién necesitaba dedos cuando un bebé estaba naciendo en aquella misma habitación?
Michael no apartó la mirada de los ojos de Beth. Lo que estaba pasando por debajo del cuello de ésta era cosa de ella y el doctor. Lo que estaba pasando entre Michael y ella sucedía a nivel de la mirada. Con ésta, Michael trataba de decirle que creía en ella, que creía en su fuerza y en su poder femenino.
Y mientras su cuerpo traía al mundo un bebé, Michael vio cómo se transformaba de mujer en madre… y se sintió tan humilde y maravillado como podía sentirse en aquella situación un hombre de veintisiete años.
Finalmente, poco después de media noche, la habitación quedó en silencio y prácticamente vacía.
Gran parte del equipo médico había desaparecido, pero la cama seguía allí, y Michael, y Beth, y aquella cosita roja que parecía un cacahuete con bracitos y piernas.
El hijo de Beth.
El bebé estaba tumbado sobre su madre, dormitando. Beth también tenía los ojos semi cerrados.
Algo en aquella imagen de madre e hijo hizo que Michael sonriera. Y algo en aquella sonrisa hizo que surgiera en él su fuerte instinto de auto protección de soltero.
– Tengo que irme -dijo en voz alta. Dando una sonora palmada en sus muslos, se levantó de la silla que ocupaba-. Y felicidades.
Beth murmuró algo, adormecida.
Aliviado, Michael se acercó a la puerta. Probablemente, ella se alegraría de librarse por fin de él.
Como debía ser. Su lugar no estaba junto a ella.
La puerta se abrió de repente y la enfermera ratón se asomó al interior.
– No se vaya.
El tono imperativo de su voz sulfuró a Michael.
– Escuche, yo me he limitado a traer a esta mujer al hospital, ¿comprende? Yo no soy…
– Espera un minuto -Beth abrió los ojos y volvió la cabeza rápidamente hacia él. Parecía estar viéndolo por primera vez.
– Sólo una cosa más -el rostro de la enfermera parecía haberse iluminado de repente-. Una cosa muy excitante.
La puerta de la habitación estaba entornada, y a través de la rendija, Michael vio una sospechosa reunión de personas en el exterior.
– No tengo tiempo para nada más -protestó.
– Espera un minuto -volvió a decir Beth-. Wentworth, ¿no? ¿Eres un Wentworth?
Michael asintió, cada vez más nervioso.
– Podemos hablar sobre eso en otro…
– Dame un segundo -sosteniendo suavemente al bebé con una mano, Beth buscó el control remoto de la cama con la otra. Con un suave zumbido, la cama se irguió-. He ido esta noche a tu casa para decirte algo.
Uno de los sonrientes hombres que se acercaban a la cama de Beth no llevaba bata de médico ni enfermero. Llevaba una cámara. Un escalofrío premonitorio recorrió la espalda de Michael.
– En otro momento -dijo a Beth precipitadamente-. Ahora tengo que…
– Por favor. Es importante.
La enfermera ratón utilizó sus habilidades para empujar a Michael de nuevo hacia la cama.
– ¿De qué se trata? -preguntó él, impaciente.
El hombre con la cámara apuntaba hacia ellos. La enfermera ratón hizo un amplio gesto con la mano.
– Este es el primer bebé del año -anunció-. ¡El primer bebé nacido en el condado de Travis este año!
– Oh, diablos -murmuró Michael, comprendiendo de repente en qué lío se había metido. Se apartó bruscamente de la cama.
– Sé dónde está Sabrina -dijo Beth.
– ¿Qué? -Michael se quedó tan sorprendido que volvió a acercarse a ella-. ¿Sabrina?
Un flash destelló en ese momento.
Y así fue como obtuvo su portada del día siguiente el Freemont Springs Daily. Grandes titulares: ¡Freemont Spring da la bienvenida a su primer bebé del año! Gran foto del bebé, de la radiante madre, y, en el lugar del padre… ¡el soltero más solicitado de Freemont Springs!
Sí, allí estaba Michael Wentworth, mirando de frente, con los ojos de par en par y la boca abierta, mostrando el trabajo dental del que tan orgulloso se sentía su dentista, el doctor Mercer Manning.
Capítulo 2
El rostro de Beth Masterson irradiaba felicidad mientras sostenía a su bebé contra su pecho. Lo besó con delicadeza en la frente y luego volvió la mirada hacia la ventana, por la que entraba a raudales el sol de la mañana.
– Un nuevo año es un nuevo comienzo -susurró, mirando a su hijo.
Alice Dobson, la mujer que la había criado, repetía aquellas palabras cada primero de enero y, probablemente, seguía haciéndolo. Aunque Beth sólo se había carteado un par de veces con Alice tras dejar la Casa de Acogida Thurston, cinco años atrás, nunca había olvidado lo que aprendió de la vieja mujer.
– Y me aseguraré de que tú tampoco olvides -dijo al recién nacido-. Te enseñaré todo lo que yo he aprendido.
Que no era demasiado, admitió para sí. El bebé frunció el ceño mientras dormía. Ella sonrió.
– No te preocupes, mamá es más lista cada día.
Suspiró, deseando haber sido más lista unos meses atrás. Tal vez así habría comprendido que Evan no era la clase de hombre que pudiera amarla para siempre… si es que alguna vez lo había hecho.
– Pero entonces no te habría tenido -dijo en voz alta, deslizando la punta de un dedo por la orejita del bebé. Nada le haría arrepentirse de haberlo tenido.
Haciendo un pequeño esfuerzo, bajó de la cama y dejó a su hijo en la cuna. De todos modos, en aquellos momentos tenía cosas más acuciantes en las que pensar. El parto se había adelantado casi un mes entero, lo que significaba que sus ahorros eran menores de lo que tenía previsto. Y también tenía que pensar en buscar un nuevo y barato apartamento. Bea y Millie le habían alquilado la habitación que se hallaba sobre la panadería sólo temporalmente, pues la madre de Millie iba a ocuparla cuatro semanas después.