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– ¿Su oficial al mando?

– ¡Quienes deben saberlo!

El tono del general indicaba claramente que no entraría en más detalles. Falk se preguntó quién habría tomado la decisión de despertar a Trabert por aquel asunto y a quién más se lo habrían comunicado. Todos los que trabajaban allí, tanto militares como civiles, sabían que siempre había un nivel del que no tenían conocimiento, un punto en el que llegaban a una línea que no podían cruzar sin un permiso especial. Y la sopa de letras era una mezcla de sabores abundante y compleja, y a las órdenes de Trabert parecía estar siempre en ebullición. Lo cual suponía, entre otras cosas, que el reducido grupo de la playa tenía innumerables posibilidades de descarriarse.

– Bien, de momento, Falk, ¿por qué no reduce su trabajo habitual y se ocupa de esta investigación? Suponiendo que se sienta cómodo con la responsabilidad. Me parece que la Oficina le ha estado empleando últimamente más como lo que solía llamarse arabista que como una especie de detective.

Lo dijo con un rictus desdeñoso, como si hubiese sacado «arabista» de una lista de sospechosos del Departamento de Defensa.

– El que haga interrogatorios en árabe no quiere decir que haya olvidado cómo ser policía -dijo Falk-. Sigo siendo un agente especial, lo cual significa que estoy en mi elemento dirigiendo una investigación y encargándome del escenario de un crimen.

– Suponiendo que se trate del escenario de un crimen. En realidad, yo supongo que no lo es hasta que me demuestren lo contrario.

– Yo me sentiría mucho más seguro de ese supuesto si sus hombres no hubiesen pisoteado todo el lugar.

– La instrucción de la policía militar hoy día tiene más en cuenta la seguridad y la protección, señor Falk. En la guerra global contra el terrorismo no es muy necesario que un soldado sepa obtener las huellas dactilares.

– Entonces supongo que a sus hombres no les molestará que les dé amablemente algún que otro consejo mientras lo investigamos.

Trabert asintió, lacónico.

– Lo que haga falta. Mientras tanto… -Consultó la esfera luminosa de un reloj de pulsera enorme-. Al amanecer, dentro de unos treinta minutos, iniciaremos una operación de búsqueda y rescate en toda regla. Aire, mar y tierra. Al completo.

Era evidente que pasaba por alto las peculiares limitaciones de Guantánamo.

– Es probable que sea un poco restrictivo, ¿no, señor?

Tardó unos segundos, pero al fin dio en el blanco.

– Se refiere al espacio aéreo cubano.

– Y a las aguas territoriales.

– Supongo que eso podría complicar las cosas si hubiese entrado en el mar tan cerca de su zona. ¿Estamos a kilómetro y medio de la alambrada, más o menos?

– Más bien a dos kilómetros. Pero, por lo que recuerdo de las corrientes, tendría que recalar en nuestra zona. A menos que se encarguen de él los tiburones, claro.

– Se crió usted en el mar, ¿verdad? ¿En una aldea pesquera o algo así?

– En Deer Isle, Maine. Los tipos del Palacio Rosa tienen que leer muchísimo para saber eso.

– Forma parte del trabajo.

El general se dio la vuelta para marcharse, pero se detuvo a los pocos pasos.

– Hay otra cosa que debe saber, Falk -dijo-. Mañana a última hora llegarán algunos refuerzos. Con un poco de suerte, podrá volver usted a su trabajo habitual. Washington envía un equipo.

– ¿Un equipo?

– Dos o tres personas. Por razones de seguridad.

– Un poco pronto para llamar a la caballería, ¿no cree?

– En cualquier otro sitio, tal vez sí. Pero aquí no.

– ¿Vendrán en un vuelo regular?

Trabert negó con la cabeza.

– Chárter. Gulfstream de Washington.

Igual que los peces gordos visitantes del Congreso y del Pentágono. Lo cual decía más sobre la gravedad del asunto que ninguna otra cosa hasta el momento. Los chárters en Gitmo eran como oro. El chapuzón del sargento Ludwig, si es que de un chapuzón se trataba, ya estaba provocando algunas ondas muy amplias.

3

«Todos trabajamos firmemente en la Fuerza de Área Conjunta Guantánamo, y nos gusta relajarnos igual. Lamentablemente, tendemos a divulgar información que es mejor callarse cuando estamos en compañía de otros. Está muy bien ser sociable y simpático; no obstante, si esto se aplica en el medio equivocado, puede comprometer información operativa. Hay muchos lugares de encuentro populares en esta isla y mucha gente con quien comentar los temas del día. Ténganlo en cuenta y seleccionen los temas cuando se reúnen con sus amigos o compañeros de trabajo para almorzar, ver una película, o simplemente para una conversación casual; y piensen antes de hablar. Nunca se sabe quién puede estar escuchando sus conversaciones "casuales". "Piensen en la OPSEC."»

De la columna «OPSEC Corner», semanario The Wire

de la JTF-GTMO

Guando Falk llegó a desayunar, ya se habían enterado todos. No sólo de la desaparición del sargento Ludwig, sino también de lo demás: la llegada del general a la playa antes de amanecer, el vuelo especial que llegaría de Washington, y el desconcierto absoluto de las autoridades. Se había propagado incluso el comentario de Falk sobre la posibilidad de que Ludwig tuviera «un apaño», que había dado lugar a algunas bromas mientras tomaban los huevos revueltos.

Para ser un lugar tan consagrado al secreto, el funcionamiento interno de Gitmo goteaba como un bloque de cilindros averiado, filtrando una marea negra de rumores en las bases. Y por si alguien precisaba que le recordaran que estaba en marcha algo extraordinario, un helicóptero de los guardacostas había sobrevolado el litoral toda la mañana, cruzando estruendosamente la bahía y el Atlántico y tensando delicadamente su arco al acercarse al espacio aéreo cubano. La nueva misión de Falk era la comidilla del lugar, como suele decirse.

El comedor de la costa de Campo América parecía un cobertizo prefabricado con pretensiones: dos salas con paredes semicirculares de plástico blanco elástico, con ventanas minúsculas. Daba la impresión de que estuvieran comiendo en el interior de una bombilla gigantesca. Falk llenó un vaso de plástico del peor café del Caribe y se dirigió a su mesa habitual, ocupada por una serie de interrogadores, intérpretes, psicólogos y funcionarios civiles y militares.

Gitmo estaba estratificado como cualquier sociedad. El proletariado de la policía militar del J-DOG, o Grupo de Operaciones de Detención Conjuntas, solía mantenerse apartado, alimentando su desconfianza de la presunta élite de Falk en el JIG, o Grupo de Inteligencia Conjunta.

Los mercenarios de las empresas privadas también formaban parte de la mezcla, sobre todo para ayudar a suplir la escasez de hablantes de árabe y demás lingüistas en el ejército y las Fuerzas de Seguridad del Estado. Los dos actores más importantes, United Security Corporation y Global Networks, Inc., eran también feroces rivales, y últimamente andaban buscando riña. Había abogados por medio. Se habían interpuesto denuncias oficiales. Así que ahora sus soldados de infantería solían sentarse a sus propias mesas. La rivalidad era divertida o desalentadora, según lo íntimamente que tuvieses que trabajar con ellos. Falk no precisaba sus servicios y disfrutaba fomentando la teoría de que las empresas acabarían yendo a la guerra entre ellas en alguna remota costa ocupada por Estados Unidos, y que la vencedora declararía su propia república.

Tyndall era uno de los pocos agentes de la CIA que se sentaba a la mesa de Falk, y le hizo señas desde un lado cuando lo vio acercarse. Su semblante no revelaba el menor rastro de la discusión de la noche anterior. Pero Falk no estaba de humor. Además, Pam le llamaba desde el otro extremo de la mesa, donde le había guardado un asiento.

La relación de Falk con Pam Cobb era otro de los secretos a voces de Gitmo. Constituía un ejemplo del clima sexual que imperaba en el lugar, al mismo tiempo reprimido y rico, un Peyton Place pintado alternativamente del pardo del ejército y de los sensuales colores de los trópicos.