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Falk apostaría a que había más libidos reprimidas por kilómetro cuadrado en aquel pequeño talón raspado de Cuba que en ninguna ciudad de América. ¿Y por qué no? Un clima de sauna en confinamiento, añádanse soldados y más soldados, y ya está. Y para aumentar la tensión, los hombres superaban con mucho en número a las mujeres. La amplia disparidad convertía a algunos hombres en cazadores recolectores, que rastreaban el terreno babeantes. El estatus marital tenía poco que ver con ello. Se parecía a esos anuncios de Las Vegas. Lo que ocurría en Gitmo, no salía de Gitmo. O al menos lo esperabas.

Hasta Falk se sorprendió volviendo a emplear algunas de sus antiguas tácticas de marine, equipándose con los habituales artículos de cortejo en su primera salida de compras al Naval Exchange: una batidora para los margaritas, una coctelera para los martinis, una parrilla hibachi para el patio y una caja de condones para las emergencias.

Era el único acto prohibido respecto al que las autoridades habían acordado tácitamente mirar para otro lado. Como si hubiese elección. Intentad acabar con ello y explotaría todo el lugar, dejando a unos 640 presos dirigir el manicomio.

Los planes de alojamiento en Gitmo aumentaban la intriga. Los pocos miembros de la policía militar que aún no se habían trasladado al nuevo cuartel, se alojaban en los apartamentos libres de la base, hasta ocho en una unidad de cinco habitaciones. Los interrogadores y lingüistas también habían sido alojados en las viviendas libres, que eran numerosas ahora que la población local naval estaba alcanzando el nivel más bajo. Los barrios más populares eran Villa Mar y Windward Loop, donde solían alojarse cuatro por unidad y dos por dormitorio. Era como volver a la universidad, con idénticos desafíos a la intimidad romántica (llevar a una chica a la habitación a escondidas, mantener a raya a los compañeros de habitación y a los amigos haciendo conjeturas, y todos en sus literas al amanecer sin que los viera la policía del campus).

Falk y Whitaker tuvieron suerte. Al principio compartieron un dormitorio en Villa Mar, con dos individuos del Servicio de Información de la Defensa en una habitación del pasillo. Pero cuando hubo goteras en el tremendo y único chaparrón que había caído desde que estaban allí, les asignaron una casa adosada de dos dormitorios que acababan de inaugurar en Iguana Terrace, bastante apartada. Sus vecinos a ambos lados eran familias de marines destacados en la base, con un barco de recreo en una entrada de coches y una cama elástica en la otra.

Pamela había llegado a Gitmo una semana después que Falk. Llegó un jueves, y el domingo por la noche ya la habían invitado a una fiesta con baño en la piscina, a una fogata en la playa, a ver una película en el autocine y a una tarde de navegación.

La acogida a nivel profesional fue más tibia. Ella hablaba árabe con fluidez, pero acababa de terminar la formación de interrogadora. Los varones residentes eran escépticos al respecto. ¿Una mujer que interrogaba a musulmanes? Y no a musulmanes corrientes, sino a elementos formados del material más duro, pasado por el islam del siglo xv, curtidos en la lucha y en el rígido aislamiento del Campo Delta. Se reirían de aquella muchacha de Oklahoma. O todavía peor, soltarían un escupitajo de piadosa cólera en su rostro descubierto e impuro.

Ya les había ocurrido a otras mujeres, y cuando los primeros sujetos de Pam respondieron a ese esquema, los enterados de Langley, la Oficina y el Pentágono asintieron satisfechos. La teoría aceptada fue que ella era otro fallido intento de «ingeniería social» por parte de Washington.

Entonces ocurrió algo curioso. Algún que otro árabe primero, luego tres o cuatro, y después una docena (una auténtica oleada), empezaron a contestar a las preguntas de Pam como no habían respondido a las de los interrogadores varones. De un modo paciente y sereno, que persistió y se afirmó, ella se transformó gradualmente en sus madres, sus hermanas, sus hijas, e incluso (desde una respetuosa distancia, y sólo en la mente de los sujetos), en sus enamoradas. Y brotaron pensamientos y expresiones que los combatientes veteranos habían dado por muertos. Uno en concreto se prendó tan perdidamente de ella que empezó a inventar historias tan grandiosas que ni siquiera los analistas más crédulos estaban dispuestos a creerlas. Tuvieron que retirarle de su ronda, enfurruñado y suspirando.

Así que no sólo habían aceptado a Pam en la tribu de inteligencia, sino que además su éxito le permitió evitar que la reclutaran para uno de los experimentos más infames del general Trabert: la tentativa de obtener información de los prisioneros sometiéndolos a humillaciones sexuales. Una de las compañeras de vivienda de Pam, más hermosa y menos afortunada, acabó quedándose en ropa interior en una de esas tentativas. Claro que les salió el tiro por la culata. Los sujetos se replegaron más en un silencio colérico. Y la interrogadora tampoco salió bien parada. Se pasó una hora encerrada en el baño, sollozando avergonzada.

Pam y Falk se conocieron una mañana en el recinto de la alambrada. Él ya se había fijado en ella la noche anterior en el Tiki Bar, pero entonces la acompañaban al menos cinco individuos y, desde su ventajoso punto de observación a unas cuantas mesas, a Falk le había parecido más que capaz de defenderse, eludiendo sus insinuaciones con ingenio y aplomo, así que había mantenido la distancia. Además, no le gustaba coger número para esperar su turno.

Se encontraron cara a cara al día siguiente por la mañana en la prisión. Falk tenía una cita a las once para interrogar a un joven árabe de ciudadanía indeterminada, probablemente saudí. Pam quería una sesión con el mismo individuo, aunque no estaba programada en su agenda hasta el día siguiente.

La jerarquía sobre estos conflictos estaba bien establecida. Los interrogadores civiles como Falk casi siempre tenían prioridad sobre sus compañeros militares. Y lo que es más, Falk había reservado la sesión. Pero en vez de ponerse en plan territorial, dejó tranquilamente que Pam expusiera su problema, que resultó ser de lo más apremiante: otro detenido acababa de dar a su equipo información decisiva sobre la identidad y el papel de aquel otro, y ella quería verificarla lo antes posible. Falk se hizo a un lado muy galante, sintiéndose un poco como sir Walter Raleigh echando su capa en el barro para que pasara la reina. Se guardó de darle mayor importancia. Ya sabría ella dónde encontrarlo luego.

Aquella noche en el Tiki Bar, Pam se separó del círculo de admiradores para darle las gracias e invitarle a una cerveza. Falk comprendió por qué era eficaz en su trabajo. Lo bastante simpática para atraerte, y lo bastante franca para responder con amabilidad. Falk se sorprendió hablando tranquilamente con ella de cosas que no le había comentado a nadie en años. Casi mete la pata incluso y le cuenta una vieja historia de su padre. Al día siguiente, se despertó pensando que tenía que haber sido la cerveza, el encanto de sus ojos azules o la forma que tenía de retirarse el pelo que le caía sobre la ceja izquierda con una gracia irresistible y que resaltaba la fina línea de su cuello, una aparente invitación a plantarle un beso tierno en la delicada piel de detrás de la oreja. Exactamente al lado de donde se habría puesto los toques de perfume que él todavía notaba a la mañana siguiente, aunque su habitación apestaba a sudor, suciedad y periódicos viejos.

Falk se preguntaba a veces si se habría fijado en ella en otro entorno, entre el rico botín de Washington, por ejemplo. Pam podía ser un poco brusca a veces, un defecto que Falk había observado en algunas militares. Era una técnica de supervivencia en su medio, sobre todo para las oficiales: la fachada dura que indicaba que no se dejarían manipular fácilmente. Perfecto, supuso él, aunque se sorprendió en algún momento desprevenido tanteando aquella fachada, como para calcular su dureza. Cuando Pam soltó una retahíla de tacos mientras hablaban del fútbol de Nebraska (como natural de Oklahoma, ella odiaba a Nebraska), se extrañó lo suficiente para preguntar: «¿Quién te enseñó a hablar así, tu padre o tu sargento instructor?».