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Hubiese jurado que ella se había ruborizado un poco, pero entonces siguió adelante:

– Mi padre fue mi sargento de instrucción. El primero, en todo caso. O podría haberlo sido.

– Estaría orgulloso.

– Sí, lo estaría, siempre que supiese que defiendo a los Sooners.

Desconcertaba mucho más a Falk la idea de salir con alguien a quien le traía sin cuidado la aprobación de la cadena de mando.

Teniendo en cuenta la competencia masculina de Gitmo, no entendía qué veía Pam en él. No era un individuo especialmente atractivo. Muchas personas creían que ya le habían visto cuando le conocían (en la cafetería de la oficina, en el banco de atrás en la iglesia o en las líneas de banda de los partidos de fútbol de sus hijos). Tenía esa pinta: afable, alguien que no te importa tener cerca, pero prácticamente invisible. Sus ojos de un azul desvaído invitaban a la confianza aun cuando pidieran cortésmente distancia, con arrugas que podrían ser de risa o de preocupación. Alrededor de los treinta, suponían casi todos, quedándose cortos por pocos años. Pero cuando pensaban indagar más allá de esas cualidades comunes, normalmente se había marchado, dejándolos con la duda de si sería un individuo no tan joven con prisa o simplemente alguien que prefería que no lo encasillaran.

Fuera como fuese, lo cierto ahora es que estaba enganchado, y, al parecer, también ella, al margen de lo que pudiese haber ocurrido en otro sitio. Si el contexto era el elemento mágico de su relación, Falk suponía que ambos lo descubrirían cuando volvieran al continente. Aunque últimamente se sorprendía deseando que no fuese así.

– Tengo entendido que has dado un paseo por la playa con el general -le dijo ella cuando se sentaron.

– Tú y todos los demás.

– ¿Solucionado?

Él se encogió de hombros.

– Sigo creyendo que duerme la mona en la litera de alguna señorita, con las medias de ella en la cabeza.

Ella sonrió y se ruborizó un poco, que era lo que él pretendía.

– ¿Das por sentado que es como tú?

– Y como cualquier otro de esta mesa.

Ella alzó la vista al oír eso, cohibida un momento. Las mujeres nunca podían pasar allí mucho tiempo sin que les recordaran que destacaban. Falk lamentó el comentario al ver la expresión de ella, y cambió de tema.

– Sin embargo, seguro que me fastidia el programa. Anoche estaba progresando de verdad con Adnan. Hasta que nos interrumpió Tyndall.

– ¿Tyndall interrumpió la sesión?

– Ni siquiera llamó. Dijo que se le había olvidado algo.

– Y con Adnan, nada menos. Como tirar una serpiente cascabel a un potro nervioso.

Pam se contaba entre las pocas personas que le habían animado siempre a seguir intentándolo con Adnan. También ella lidiaba con su parte de almas perdidas.

– Estaba a punto de confesar, además. Incluso me dio un nombre. No uno completo, claro, o no sería Adnan. Pero sin duda lo consideraba valioso. Creyó que Mitchell había estado escuchando detrás del espejo y se cabreó.

– Yo tuve una sesión extraña también, de ese tipo.

Le miró de una forma rara, como si él ya lo supiera.

– ¿Sí?

Parecía reacia a continuar, así que él esperó, con la mirada fija. Eran sus ojos lo que más deseaba conquistar, decidió él. De un intenso azul, perspicaces, casi anhelantes. Deseabas ser lo que ella anhelaba. Quizá fuese ése su secreto con los árabes.

– Sí -respondió Pam al fin, bajando la vista un momento hacia un trozo magullado de melón. Aquella mirada otra vez-. Se mencionó tu nombre. Fue extraño.

– ¿Mi nombre?

Precisamente lo que querías saber, que alguien del interior de la alambrada había rasgado tu velo de anonimato. Tal vez un policía militar indignado había maldecido su nombre lo bastante cerca de una celda para que lo oyeran.

– No tu nombre real. Sólo una descripción que coincide muchísimo contigo. Ex marine, destinado en Gitmo anteriormente, interrogador oficial ahora.

– Sí que es extraño. ¿Quién era el sujeto?

– Nisuar al-Halabi. Un chiflado sirio. Dice que se lo oyó a los yemeníes. Radio macuto del Campo 3. ¿Le has contado todo eso a Adnan?

– Adnan cree que soy un poli de California. Y nunca le he dicho a nadie una palabra sobre el cuerpo. -Mentían de forma sistemática sobre sí mismos incluso a los sujetos más dispuestos a colaborar. Sería absurdo darles ventaja-. Pero ya sabes cómo funciona. Si hablas con ellos el tiempo suficiente, surgen de algún modo indicios de tu verdadero yo. Adnan es un chaval listo. Tal vez lo haya deducido, o tal vez lo haya inventado y ha dado en el clavo.

– Tuviste alguna relación con él o con algún otro yemení antes? ¿De la investigación del Cole, por ejemplo?

– No lo había visto en mi vida hasta hace dos meses. Ni a él ni a ninguno de los otros yemeníes.

– No te preguntaba si los habías conocido. Sólo si había existido alguna conexión. Tal vez por un expediente, o un testigo. Algo relacionado con tu trabajo anterior.

– Pero ¿qué es esto, Pam? ¿Quieres que vayamos a una sala de interrogación?

– Dímelo tú.

Arribos habían bajado la cabeza y la voz. Los compañeros de mesa debían creer que hablaban de cosas íntimas o estaban acordando una cita. Falk miró al otro extremo de la mesa y vio que Tyndall les observaba con aire de entendido. Pam se inclinó entonces, tocando casi con las manos las de Falk entre las bandejas de ambos, y bajó todavía más la voz.

– Sólo quiero saber qué debo hacer con esto, eso es todo -susurró-. Si la Oficina ha hecho antes investigaciones sobre alguno de los yemeníes, o los incluyó en alguna lista de sospechosos antes de que llegaran aquí, fuera o no mediante tu trabajo, entonces sería útil. Pero, por lo que dices, parece que no es así.

– No que yo sepa. -Ella le lanzó una mirada perspicaz-. No es una treta. De verdad que no lo sé. Pero me han dicho que no existen expedientes sobre él ni sobre ningún otro con los que trato. No del Cole, de todos modos. Si alguien le ha designado como una especie de figura de interés, queda fuera de mi autorización de seguridad. Tal vez debas preguntárselo a Tyndall.

– ¿Ni siquiera desde un ángulo cubano?

– ¿Cubano? ¿En Gitmo?

– No lo sé.

– La verdad, esto resulta cada vez más extraño.

Ahora fue él quien se acaloró. Esperaba no ruborizarse.

– Sí, a mí también me lo pareció.

– ¿Pero qué diablos dijo exactamente?

– Si no lo incluyo en mi informe, entonces seguramente no deba contárselo a nadie. Ni siquiera a ti. No hasta que pueda repasarlo con Nisuar de nuevo.

Falk no sabía qué pensar al respecto. ¿Omitiría ella el detalle para ahorrarle problemas a él o para evitar presiones de arriba? Ambas cosas, tal vez. Con los interrogadores militares, siempre había consideraciones concernientes a los oficiales superiores y sus posibles reacciones.

Pero lo que más intrigaba a Falk era de dónde podría haber salido la información. Juraría que nunca se le había escapado ningún detalle concreto sobre su pasado en el curso de su toma y daca con Adnan.

– ¿Quién más estaba en la sesión? -preguntó.

– Nadie, por suerte. Sólo el policía militar. Que no sabe una palabra de árabe. No te preocupes, si figura alguna vez en un informe, tú serás el primero en saberlo.

– Gracias. Supongo.

Ella esbozó una sonrisa, quizás un tanto forzada; pero antes de que pudiese añadir nada, les interrumpió Tyndall, que ocupó una silla que acababa de quedar libre a la izquierda de Falk.