»Estaba sentado, con las piernas cruzadas, en una especie de banqueta cubierta de brocado rojo y sobre la que había algunos almohadones, colocada sobre un estrado tapizado de seda. El estrado ocupaba el fondo de una sala recubierta con ladrillos de colores brillantes bajo unos ventanales con vidrieras a través de las cuales penetraba la música de una fuente. El hombre que me acompañaba me arrojó de bruces contra el suelo. Ese trato me indignó. Quise incorporarme de inmediato, y para mi sorpresa no me empujó de nuevo al suelo. Vi entonces que el alto personaje le despedía con un movimiento de la cabeza, antes de dirigirse a mí:
»-Me han dicho que hablas el griego -me dijo en esa lengua.
»-El de Demóstenes, que ya no está en uso, pero que me permite hacerme entender.
»-En efecto… Pero nos expresaremos en la lengua de tu país -añadió en un francés un tanto balbuciente pero muy comprensible, que me llenó de alegría-. Sabe en primer lugar ante quién compareces hoy: me llamo Fazil Ahmed Kóprülü Pacha y he sucedido a mi padre, el gran Mehmet Kóprülü, en el cargo de gran visir de la Sublime Puerta. Yo vencí en Candía a las fuerzas de tu país. Hoy la bandera del Profeta flota sobre toda la isla, pero Morosini ha recibido al rendirse honores de guerra, en homenaje a su valor, y le he dejado marchar a Venecia con los suyos.
»-Francesco Morosini merece toda mi admiración y me alegro por él, pero no me interesa. Suplico a Vuestra Excelencia que me informe de la suerte que ha corrido monseñor el duque de Beaufort, nuestro almirante…
»- ¡Ven aquí! -le ordenó, y señaló un asiento a su lado.
»Sin dar ningún signo de sorpresa ante aquella invitación, le obedecí. Así pude verle mejor. Era un hombre joven, de tez clara, rasgos enérgicos y ojos grises y dominantes. Un largo mostacho negro colgaba a cada lado de su boca firme y bien dibujada. Como supe más tarde, no era turco sino albanés, y bajo el gobierno de su padre primero y después el suyo, el Estado otomano, debilitado por unos sultanes incapaces, cuando no indignos (el actual, Mehmet IV, era conocido como el Cazador, porque pasaba en esta ocupación todo el tiempo que no dedicaba a su harén), había recuperado fuerza y estabilidad.
»-Quiero que me hables de él -dijo-. ¿Has dicho que eres su hijo?
»- ¡Espiritual, señor! Mi madre y él se criaron juntos. Para mí es como un tío muy querido.
»- ¿Le quieres?
»-Es decir poco. Le admiro y daría mi vida por él sin vacilar.
»- ¡Explica! ¡Cuéntame!
»Hablé, con un entusiasmo creciente a medida que, al reseguir su vida, la descubría de nuevo. Fazil Ahmed Kóprülü Pachá me escuchó con una intensa atención, y sólo me interrumpió para dar unas palmadas que hicieron aparecer de inmediato a un servidor con un servicio de café en una bandeja. Confieso que bebí con un placer vivísimo, y proseguí después mi relato, que él interrumpió ahora con algunas preguntas. Ésta fue la última:
»-Si lo he entendido bien, tu rey no le aprecia, a pesar de ser un buen servidor.
»- ¡Y su primo hermano!
»Por primera vez, le vi sonreír.
»-Los lazos de familia no cuentan cuando se ocupa un trono. Aquí, menos aún que en otros lugares. Tenemos la que llamamos "ley del fratricidio", que permite a un soberano, al alcanzar el poder, eliminar a los hermanos que eventualmente podrían molestarle. Pero tú, por ese hombre al que veneras, ¿estarías dispuesto a… contradecir, es decir, a oponerte a la voluntad de tu rey?
»-Si se tratara de su vida, sin dudarlo, incluso aunque eso me costara la mía propia.
»-Es lo que yo pensaba. ¡Escucha entonces!
»Supe entonces lo impensable. Desde antes de nuestra partida de Marsella, la Sublime Puerta había recibido en secreto, de parte del rey de Francia, seguridades de que el reino no deseaba, al autorizar la expedición, enturbiar las buenas relaciones, en particular comerciales, mantenidas hasta entonces. No se iba a hacer otra cosa que complacer al Papa, y se confiaría el mando a jefes enfrentados entre sí, que por ese motivo serían poco peligrosos: uno de ellos tenía poco criterio, y el otro era valeroso pero de una forma alocada. Se insinuaba además que en caso de que el segundo, que naturalmente era el duque de Beaufort, no muriera en combate, sería deseable que fuera capturado con toda discreción, a fin de permitir que circulara el rumor de su muerte.
»-Es lo que ocurrió -añadió Fazil Ahmed Kóprülü Pachá-. A bordo de la nave capitana había un hombre que nos informaba de las intenciones de tu jefe, a través de un pescador que iba diariamente a ofrecer pescado y a cuyos movimientos no se prestaba atención, sobre todo de noche. Supimos el lugar contra el que dirigiría el ataque, y aunque durante la batalla se produjo una gran confusión, la explosión que provocamos en medio de nuestras propias líneas produjo el efecto que esperábamos: el almirante creyó que se abría una brecha delante de él, y cayó en la trampa. No habíamos previsto que tú cayeras también junto a él, pero yo había dado órdenes severas de que se respetara su vida, y tú te beneficiaste de ello. Por lo demás, muy pronto comprendimos que eras muy importante para él.
»- ¡Quién le traicionó tan bellacamente?
»El gran visir negó con la cabeza y sonrió levemente.
»-Eso no te lo diré. La amistad de los pueblos es algo de difícil manejo, y es posible que algún día volvamos a necesitar sus servicios. Fue él quien llevó a Francia la confirmación de la muerte del almirante… y de la tuya.
»- ¿Me diréis lo que pasó después?
»-Hicimos llegar un mensaje al ministro francés para informarle de que el primo del rey estaba en nuestro poder y que también te teníamos preso a ti, y por supuesto reclamamos un rescate. El mensaje fue transmitido por un emisario discreto y la respuesta nos llegó a través del mismo canal, sin pasar, claro está, por el nuevo embajador que nos han enviado: un tal señor de Nointel, que necesita que le enseñen buenas maneras…
»- ¿Y cuál fue la respuesta?
»-Curiosa. El rey aceptó pagar la mitad del rescate solicitado, un precio suficiente para un muerto. La suma había de sernos entregada por dos hombres que llegarían en un barco a fin de llevarse al prisionero a un destino conocido únicamente por ellos. La entrega debía tener lugar de noche y en las condiciones que se indicarían. En cuanto a ti, era muy preferible que te diéramos muerte.
»- ¿Por qué no lo habéis hecho? ¿O eso significa que no voy a salir vivo de aquí?
»-Las baldosas de este palacio no absorben la sangre. Y si te he dejado con vida al recibo de la carta es porque tu almirante se había convertido en un amigo. Durante todo el tiempo transcurrido (¡un año y medio!), desde que en Candía lo trajeron a mi tienda, he aprendido a conocerlo y no estoy lejos de compartir tus sentimientos hacia él…
»- ¿Dónde está? ¿En la prisión de las Siete Torres?
»-No. Nunca fue allí. Lo mantuve en mi palacio primero, y luego en una residencia bien oculta. Debo decir que siempre insistió en que te llevara con él, pero me negué. Mantenerte en Yedi-Kulé, lejos de él, era la mejor manera de asegurarme de que no intentaría fugarse.
»- ¿No os bastaba su palabra de príncipe francés?
»-Yo no soy un latino como tú, y a mi juicio la prudencia es una virtud indispensable para quien desee conservar el poder. Y yo soy el gran visir de este país. Es decir, el blanco de muchas ambiciones.
»-Entonces ¿por qué me habéis sacado de mi calabozo esta tarde?
»-Porque había llegado el momento de conocerte, y porque las personas que vienen a buscarlo han llegado…