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»¿Con qué nos quedamos, entonces? Sólo con la explicación de que el Señor Todopoderoso, haciendo caso a las peticiones de la humanidad, obró un milagro para que nos confirmáramos en nuestra fe en Él.

»Ésa es mi conclusión. Ésa es la de muchos de vosotros. Pero ¿se deduce necesariamente que la penosa historia religiosa de la humanidad, con todas sus guerras santas, sus dogmas absurdos, sus ritos infantiles, sus ayunos y flagelaciones, se justifica por eso? Porque tú y tú y tú y yo fuimos arrollados ese 6 de junio, fuimos destrozados, deshechos de nuestro escepticismo por un acontecimiento que no tiene una explicación racional, ¿debemos ir corriendo a las iglesias y las sinagogas y las mezquitas para inscribirnos inmediatamente en la ortodoxia de nuestra preferencia? Yo creo que no. Creo que era correcto mantener nuestras actitudes de escepticismo y de racionalismo, aunque nuestro objetivo fue equivocado. Al desdeñar los atavíos triviales y ostentosos de la fe organizada, al pasar por alto las iglesias donde se arrodillaban devotamente nuestros vecinos, erramos también al apartarnos del asunto que era la base de su fe: la existencia de un Ser Supremo cuyo plan divino guía el universo. El hacer girar los molinillos de oraciones y el susurrar de credos nos parecían acciones tan inanes que en nuestra repulsión por tales cosas, llegamos a negar todos los conceptos de un orden más alto, de un universo teleo-lógico, y abrazamos el concepto de un cosmos enteramente azaroso. Entonces la Tierra se inmovilizó durante un día y una noche.

»¿Cómo ocurrió? Admitimos que fue la obra de Dios, tú y yo, aunque estamos asombrados al encontrarnos diciéndolo. Hemos sido empujados hacia una posición de creencia por ese acontecimiento inexplicable. ¿Pero qué queremos decir por «Dios»? ¿Quién es Él? ¿Un viejo con una larga barba blanca? ¿Dónde se le puede hallar? ¿En alguna parte entre las órbitas de Marte y de Júpiter? ¿Es un ser sobrenatural, o meramente un ser extraterrestre? ¿Reconoce Él también una autoridad superior? Y así sucesivamente, una infinidad de nuevas preguntas. No poseemos un conocimiento válido de Su naturaleza, aunque ahora tenemos un conocimiento seguro de Su existencia.

»Muy bien. Una oportunidad tremenda existe para nosotros, los pocos discernientes, para nosotros que tenemos costumbre de la actividad intelectual. A todo nuestro alrededor vemos un mundo enloquecido. Los apocalipsistas se desmayan de placer pensando en la catástrofe que se acerca, los glosolaliacos cotorrean con júbilo maniático, los superiores de las jerarquías eclesiásticas atrincheradas están horrorizados ante la posibilidad de que el Milenio pueda estar realmente a mano; todo está en flujo, todo es nuevo y extraño. Surgen nuevos cultos. Se disuelven viejas doctrinas. Y éste es nuestro momento. Vamos a intervenir y reemplazar la credulidad y la superstición con la razón. El fin de los cultos; el fin de la teología; el fin de la fe ciega. Que sea nuestro objetivo relacionar los acontecimientos de ese pasmoso día con algún principio de la razón, y desarrollar un movimiento útil, dinámico y racionaclass="underline" un movimiento de renacimiento y renovación, no una religión per se, sino un conjunto de creencia basada en el concepto de que existe un plan divino, de que vivimos bajo la autoridad de un Ser Supremo o por lo menos superior y de que debemos luchar para llegar a algún tipo de relación racional con este ser.

»Ya hemos tenido la fuerza moral de admitir que fue un error nuestro viejo escepticismo. Ahora, que proveamos una alternativa atractiva para los que todavía encontramos desagradable la ortodoxia ritualista, pero que tememos un colapso total hacia la confusión apocalíptica si no se dan pasos para fortalecer la perspicacia espiritual de la humanidad. Vamos a crear, si podemos, un movimiento puramente secular, una religión no-religiosa, que ofrezca la esperanza de establecer un diálogo significante entre nosotros y Él. Vamos a hacer planes. Vamos a encontrar símbolos poderosos con los cuales podamos influir a los indecisos y a los confundidos. Vamos a marchar adelante como cruzados en un esfuerzo dramático de salvar a la humanidad de la sinrazón y de la desesperación.

Y así, sucesivamente. Creo que fue un discurso bastante elocuente, especialmente cuando se considera que venía de alguien que no tiene la costumbre de pronunciar oraciones. Una copia salió en el periódico local el día siguiente y se reimprimió en todas partes. Mi línea «nosotros los pocos discernientes» recibió mucha atención, y engendró una etiqueta instantánea para nuestro previamente innominado movimiento. Llegamos a ser conocidos como los Discernidores. Una vez que tuvimos nombre, cambiamos de categoría. Ya no éramos simplemente un grupo de ciudadanos preocupados. Ahora constituimos un culto, un culto escéptico, racional, antisupersticioso, verdad, pero sin embargo un culto, una secta, la faceta más nueva de la furiosamente prolífica locura mundial de los últimos días.

8

Una expectación de esperadores

Yo sé que no ha estado de moda creer en Dios durante estos veinte, treinta, cuarenta años pasados, la gente no ha seguido Su senda mucho pero yo siempre lo hacía, aún cuando era pequeño creía de veras y le amaba a Él y quería asistir a la iglesia todo el tiempo, incluso a mitad de la semana yo le decía a mi madre, vamos a la iglesia, sinceramente me gustaba arrodillarme y rezar y sentirle a Él cerca de mí pero ella decía: no Davey, tienes que esperar hasta el domingo porque estamos sólo a miércoles ahora. Así que como dicen no soy extraño a Sus senderos y, por supuesto, cuando llamaron a ese día de oración yo rezaba con todo el corazón rogando que Él nos diera una Señal, pero aún así no soy ningún tonto, quiero decir, no acepto todo en una bandeja de plata, hago preguntas, tengo dudas, pruebo cosas y tanteo el asunto un poco, no soy uno de ésos típicos palurdos campesinos que aceptan todo por fe. De un modo supongo que se podría decir que pertenezco a los pocos discernientes aunque no quiero que nadie tenga la idea de que soy un discernidor; ah, no, no tengo ninguna simpatía de ninguna clase por esa cuadrilla de ateos. De cualquier forma todos rezamos y la Señal vino y mi primera reacción fue la alegría, no me importa contarles que lloré de alegría cuando se paró el Sol todavía creyendo que toda la fe de toda la vida había sido confirmada y que los descreídos harían mejor temblando de miedo, pero entonces un día o más después empecé a pensarlo y me pregunté ¿cómo sabemos que la Señal realmente vino de Dios? ¿Cómo podemos estar seguros de que el ser que habíamos invocado está realmente de nuestro lado?, me pregunté, y por supuesto no tenía una buena respuesta para eso. Qué sé yo, quizá habíamos conjurado a Satanás el Maldito y lo que imaginábamos que era un milagro fue realmente una mala jugada salida de las profundidades del infierno hecha para llevarnos a todos a la perdición. Acá están los discernidores que nos cuentan que se arrepienten de su ateísmo porque ya saben que Dios es real y que Dios está con nosotros, pero qué ingenuos son, ni consideran la posibilidad de que la Señal sea una trampa y una decepción, les digo que no podemos estar seguros de qué cosa es, no podemos estar seguros absolutamente. La Señal podría haber venido de Dios o del Diablo y no sabemos, no sabremos hasta que recibamos una segunda Señal que yo espero, que yo creo vendrá bastante pronto. ¿Y qué nos dirá esa segunda Señal? Yo sostengo que eso no se ha decidido aún en lo alto, puede ser una Señal anunciadora de nuestra condenación absoluta o puede ser una Señal dándonos la bienvenida al Paraíso Terrestre y debemos esperarla humilde y devotamente, mis amigos, debemos rezar y purificarnos y prepararnos para lo peor tan bien como para lo mejor. Me gusta pensar que dentro de poco Dios Mismo se nos presentará no de ninguna manera indirecta como detener el Sol, sino en manifestación directa o como Dios Padre o como Dios Hijo y nos salvaremos, pero esto pasará sólo si nos mantenemos rectos. Si nos sometemos al error y al mal sucederá que el adviento del Diablo descenderá sobre nosotros porque como Tomás mismo ha dicho, nuestro destino está en nuestra mano tan bien como en la de Él y creo que la primera Señal fue únicamente el comienzo de un proceso que se decidirá para bien o para mal en los días inmediatos. Por eso yo, Davey Strafford, les llamo a ustedes mis amigos a guardar la senda de la fe porque no debemos vacilar en nuestra esperanza de que El Que Viene se incline en amor hacia nosotros, y yo digo que ésta es nuestra hora de la prueba suprema y que si no la aprobamos quizá descubramos que es Satanás que se presenta a reclamar nuestra alma. Digo una vez más que no podemos interpretar la primera Señal, sólo podemos tener fe en que es verdaderamente de Dios y tenemos que rezar para que sea así mientras esperamos el último veredicto del cielo, por lo tanto, hemos conseguido alquilada la tienda de comestibles desocupada en la Avenida Coshocton, a la que hemos puesto el nuevo nombre de la Primera Iglesia de los Esperadores de la Redención y rezaremos las veinticuatro horas del día; somos diecisiete ahora y rezaremos en turnos de tres horas cinco de nosotros a la vez en rotación los números aumentando mientras tome lugar el esperado crecimiento rápido. Yo confío en que ustedes vendrán con nosotros y aumentarán nuestra voz porque hay que rezar, tenemos que hacerlo, no hay otro remedio ahora, sólo rezar mucho para que El Que Viene sea benévolo, y les ruego que sigan rezando y que tengan el corazón lleno de confianza en ésta nuestra hora de espera.