No vi nada después de eso. Hubo una explosión de vidrio abajo y agarré la escopeta y bajé a ver, y encontré quizá quince personas amontonadas en el suelo de la sala; la muchedumbre de afuera les había lanzado por la ventana panorámica. La ventana les había cortado por todas partes y algunos estaban terriblemente mutilados y todo estaba manchado de sangre y más y más gente entraba volando por el sitio donde había estado la ventana, y oí a Lucy gritar y mi escopeta se disparó y no sé qué pasó después. La próxima cosa de que me acuerdo fue que era ya hacia medianoche y estaba sentado en nuestra casa destrozada por completo y vi que un helicóptero aterrizó en la playa y una escuadra táctica comenzó a recoger cadáveres. Había cientos de muertos sólo en nuestro trecho de playa. Ahogados, pisoteados, asfixiados por el petróleo, ataques de corazón, todo. Ya se han llevado los cadáveres pero la isla está en ruinas. Estamos pidiendo esa ayuda para desastres al gobierno. No sé, ¿es propiamente un desastre una reunión religiosa? Lo fue para nosotros. Ese fue el Día de la Rededicación, sin duda: un desastre. La oración y la purificación para juntarnos a todos bajo el estandarte del Señor. Que me caiga muerto por decirlo si no lo quiero decir con todo el corazón: quiero que el Señor y todos sus profetas desaparezcan y nos dejen en paz. Estamos hartos de religión; ya es bastante para una temporada.
12
La voz de los cielos
Saúl Kraft —escondido detrás de una masa de aparatos de seguridad, valorados en nueve mil dólares, una serie de exploradores, sensores, puertas de desviación y trampas con palanca de disparo— se pregunta por qué todo va tan mal. Quizá su selección de Tomás como el vehículo fue un error. Tomás ha llegado a entender, es demasiado complejo, demasiado inconstante —un alma doble, demonio y ángel en fusión inextricable—. A pesar de eso, la Cruzada había empezado de una manera bastante prometedora. Obrando por medio de Tomás, él había persuadido a Dios Todopoderoso a responder a las oraciones de la humanidad, ¿no es verdad? ¿Cuánto más que eso le hacía falta hacer?
Pero ahora. Este ambiente carnavalesco de pesadilla por todos lados. Estos cultos, estos otros profetas. Mil interpretaciones de un acontecimiento cuyo significado debía de haber sido claro como el cristal. Las hogueras. La locura chisporroteaba como relámpagos a través del cielo. Quizá la culpa fue de Tomás. El Proclamador era deficiente en verdadera gracia desde el principio. Posiblemente, cualquier movimiento de masas centrado en un profeta que tuviera los defectos de carácter que tenía Tomás estaría inherentemente destinado a deslizarse hacia el caos.
O quizá la culpa fue mía, oh. Señor.
Kraft está en aislamiento desde hace muchos días, tal vez hace varias semanas; ya no está seguro de cuándo empezó este retiro. No ve a nadie, ni siquiera a Tomás, que está ansioso de enmendarse. A Kraft se le han curado las heridas y no guarda resentimiento contra Tomás por haberle golpeado: el fiasco del Día de la Rededicación les había vuelto a todos un poco locos allí en la playa, y el estallido de violencia de Tomás se entendía si no se justificaba. Quizá había sido incluso de inspiración divina; que Dios castigaba a Kraft por sus pecados mediante el vehículo de Tomás. El pecado de orgullo, principalmente. Rechazar a Gifford, organizar el Día de la Rededicación por motivos tan cínicos...
Kraft teme por su alma y por el alma de Tomás.
No se atreve a ver a Tomás ahora, no hasta que haya recobrado su propio equilibrio espiritual; Tomás es demasiado turbulento, demasiado tempestuoso, emite emanaciones de voluntariedad tan poderosas; primero Kraft tiene que recuperar su fuerza moral. Ayuna gran parte del tiempo. Intenta rendirse totalmente al rezar. Pero el rezo no surge: se siente cortado del Todopoderoso; separado de Él como nunca antes ha estado. Al chapucear esta santa Cruzada, debía de haber ganado la desaprobación de Dios. Una sima, un abismo, les parte; Kraft está apegado a la tierra y sin ayuda. Abandona sus esfuerzos de rezar. Da vueltas de un lado a otro de su apartamento, atento al posible ruido de un intruso, constantemente inspeccionando los aparatos de seguridad. Pone sus video-receptores de circuito cerrado, esperando ver incendios en las calles, pero todo está tranquilo allá afuera. Escucha los boletines de noticias en la radio: caos, disturbios en todas partes. Dicen que Tomás está muerto; hay informes del mismo día que dicen que Tomás está en Estambul, Karachi, Johannesburgo, San Francisco; los propiciadores han anunciado que el veinticuatro de noviembre, según sus cálculos, Satanás aparecerá en la Tierra para entrar en su reino; el Papa, que por fin rompe su silencio, ha declarado que no tiene idea qué poder ha sido responsable de los inquietantes acontecimientos del 6 de junio, pero que piensa que sería precipitado atribuir el acontecimiento a la intervención directa de Dios, sin tener más datos. Así que el Papa se ha hecho esperador también. Kraft sonríe. ¡Maravilloso! Le gustaría saber si el arzobispo de Canterbury asiste a las funciones de los propiciadores. O si el Dalai Lama se codea con los apocalipsistas. Todo puede pasar ahora. Gog y Magog están sueltos sobre el mundo. Ya no le sorprende nada a Kraft. No siente asombro siquiera cuando pone la radio una tarde y encuentra que Dios Mismo está transmitiendo, al parecer.
La voz de Dios es rica y majestuosa. Le recuerda algo la voz de Tomás, pero el tono de Dios es menos fervoroso, menos evangélico; Él habla de una manera natural pero seria, como un senador que hace su campaña electoral para su quinto período en el cargo. Hay una intensidad apenas perceptible en el acento regional de Dios: Él podría ser un senador de Pennsylvania, tal vez, o de Ohio. Ha empezado a transmitir, explica, con la esperanza de restaurar el orden a un mundo agitado. Quiere tranquilizar a todos: no se ha planeado un Apocalipsis; y los que prevén la destrucción inminente del mundo son sumamente imprudentes. Tampoco deben prestar atención a los que afirman que la Señal reciente fue la obra de Satanás. Sin ninguna duda, no lo fue, dice Dios, de ninguna manera, y la propiciación del Enemigo es inapropiada. Por supuesto, hay que ser justo hasta con el Diablo, pero nada más. Yo sólo tenía la intención cuando paré la rotación de la Tierra, declara Dios, de dejarles saber que estoy aquí, velando por sus intereses. Quería que estuvieran conscientes de que, en caso de que haya realmente líos insoportables allá abajo, yo me ocuparé de...