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Si con uno automático ya se vería en un aprieto… ¿Por qué la gente aparcaba tan pegada la una a la otra? Llevaba las llaves en el bolsillo.

Tal vez luego. Se fue andando a su apartamento y se echó una siesta.

Rick se cambió rápidamente y se puso el uniforme de entrenamiento de los Panthers: camiseta negra, pantalones plateados y calcetines blancos. Cada jugador se compraba sus botas y Rick se había traído tres pares para los partidos de marca que los Browns les entregaban sin reparos. La mayoría de los jugadores de la NFL tenían contratos con fabricantes de zapatillas deportivas. A Rick nunca le habrían ofrecido uno.

Estaba solo en el vestuario, ojeando el libro de jugadas, cuando Sly Turner entró de sopetón con una sonrisa deslumbrante y una llamativa sudadera naranja de los Broncos de Denver. Se presentaron y se estrecharon la mano con educación.

– ¿La llevas por alguna razón en particular? -no tardó en preguntarle Rick.

– Sí, adoro a mis Broncos -contestó Sly, sin dejar de sonreír-. Me crié cerca de Denver. Fui a la Colorado State.

– No está mal. He oído que soy bastante famoso en Denver.

– Te queremos, tío.

– Siempre he querido que me quisieran. ¿Vamos a ser amigos, Sly?

– Por supuesto, tú pásame el balón veinte veces por partido.

– Hecho. -Rick sacó una bota de la taquilla, se la calzó sin prisa y empezó a atarse los cordones-. ¿Te seleccionaron?

– Hace cuatro años, los Colts, en la séptima ronda. Fui el último jugador que reclutaron. Luego pasé un año en Canadá y dos en la AFL.

La sonrisa había desaparecida y Sly estaba desvistiéndose. No parecía llegar al uno setenta, pero era puro músculo.

– Y aquí el año pasado, ¿no?

– Sí. No está tan mal, hasta cierto punto es divertido si decides tomártelo con humor. Los chicos del equipo son estupendos. Si no hubiera sido por ellos, no habría vuelto a jugar.

– ¿Por qué estás aquí?

– Por lo mismo que tú: demasiado joven para renunciar al sueño. Además, ahora tengo mujer y un hijo y necesito el dinero.

– ¿El dinero?

– Triste, ¿verdad? Un jugador profesional de fútbol americano ganando diez mil dólares por cinco meses de trabajo. Pero, como ya te he dicho, no estoy listo para dejarlo.

Se quitó la sudadera naranja y se puso la camiseta de entrenamiento de los Panthers.

– Vamos a calentar -dijo Rick.

Dejaron los vestuarios y salieron al campo.

– Tengo el brazo bastante entumecido -comentó Rick, tras un lanzamiento flojo.

– Tienes suerte de que todavía puedas andar -dijo Sly.

– Gracias.

– Menudo golpe. Estaba en casa de mi hermano viendo la tele. El partido estaba perdido, pero de repente Marroon se lesiona. Once minutos para el final, no hay nada que hacer, y entonces…

Rick retuvo el balón un segundo.

– Sly, de verdad, preferiría no recordarlo. ¿De acuerdo?

– Claro, perdona.

– ¿Tu familia está aquí? -preguntó Rick, cambiando rápidamente de tema.

– No, están en Denver. Mi mujer es enfermera y tiene un buen trabajo. Me dijo que un año más de fútbol y que luego se acabó. ¿Estás casado?

– No, ni de lejos.

– Te gustará esto.

– Háblame de este lugar.

Rick retrocedió cinco yardas y empezó a afinar los pases.

– Bueno, es una cultura muy diferente. Las mujeres son muy guapas, pero muy reservadas. Es una sociedad bastante chovinista. Los hombres no se casan hasta los treinta, viven en casa con sus madres, quienes casi les hacen de sirvientas, y cuando se van de casa, esperan que sus mujeres hagan lo mismo. Las mujeres son reticentes al matrimonio. Tienen que trabajar, así que cada vez tienen menos hijos. La tasa de natalidad está descendiendo a marchas forzadas.

– No me refería exactamente al matrimonio y la tasa.denatalidad, Sly. Me interesa saber qué tipo de vida nocturna hay por aquí, ¿sabes a lo que me refiero?

– Sí, hay muchas chicas, y muy guapas, pero el idioma es un problema.

– ¿Y las animadoras?

– ¿Qué pasa con ellas?

– ¿Están bien, son fáciles? ¿No serán unas estrechas?

– Ni idea, no hay.

Rick retuvo el balón, paralizado, y miró fijamente a su corredor de habilidad.

– ¿Que no hay animadoras?

– No.

– Pero mi agente… -se interrumpió antes de ponerse en una situación comprometida.

De modo que su agente le había prometido algo que era mentira. ¿Qué otras sorpresas le esperaban?

Sly se echó a reír sin complejos con una risa contagiosa que decía: «Te ha salido el tiro por la culata, payaso».

– ¿Has venido hasta aquí por las animadoras? -preguntó, en un tono agudo y burlón. Rick le lanzó una bala, que Sly atrapó sin dificultad con la punta de los dedos y luego siguió riendo-. Debe de ser amigo de mi agente. No puedes creer la mitad de lo que dice.

Rick finalmente acabó riéndose de sí mismo, retrocediendo cinco yardas más.

– ¿Cómo se juega por aquí? -preguntó.

– La mar de bien, porque no hay quien me atrape. El año pasado hice una media de doscientas yardas por partido. Te lo pasarás bien, siempre que recuerdes que tienes que pasar a nuestros jugadores en vez de a los del otro equipo.

– Eso es un golpe bajo.

Rick disparó otra bala, que Sly volvió a atrapar sin problemas y que le devolvió en un globo. La ley no escrita se seguía al pie de la letra: nunca hay que pasar con demasiada fuerza a un quarterback.

En esos momentos, el otro Panther negro salía a la carrera de los vestuarios; Trey Colby, un tipo alto y desgarbado, demasiado flaco para jugar al fútbol americano. Tenía una sonrisa natural.

– ¿Todo bien, tío? -no tardó en preguntarle a Rick.

– Voy haciendo, gracias.

– Es que la última vez que te vi estabas tumbado en una camilla y…

– Estoy bien, Trey. Hablemos de otra cosa.

Sly estaba disfrutando.

– Prefiere no hablar de ello. Yo ya lo he intentado -dijo.

Durante una hora estuvieron ensayando recepciones y hablando de jugadores que conocían.

9

Los italianos estaban de ánimo festivo. Llegaron pronto al primer entrenamiento y armando bastante jaleo. Discutieron por quién se quedaba qué taquilla, se quejaron de la decoración de las paredes, le gritaron al utilero por múltiples agravios y prometieron vengarse del Bérgamo de todas las maneras posibles. No dejaban de insultarse y ridiculizarse entre ellos mientras se cambiaban con toda la tranquilidad del mundo y se ponían los pantalones cortos y las camisetas de entrenamiento. Ya no cabía nadie más en los vestuarios y todo el mundo hablaba a voz en grito. Aquello, más que un vestuario, parecía una fraternidad universitaria.

Rick intentó asimilarlo todo. Entre los cerca de cuarenta jugadores había desde críos que parecían adolescentes hasta varios guerreros maduritos que ya rondaban la cuarentena. Algunos eran bastante corpulentos aunque, en realidad, la mayoría parecía estar en plena forma. Sly dijo que hacían pesas durante el descanso de vacaciones y que se picaban entre ellos en el gimnasio. Los contrastes eran sorprendentes y Rick, por mucho que lo intentó, no pudo evitar hacer algunas comparaciones para sus adentros. Primero, con la excepción de Sly y de Trey, las demás caras eran blancas. Todos los equipos de la NFL que había «visitado» a lo largo de su carrera habían estado compuestos por un 70 por ciento de jugadores negros.

Incluso en Iowa o, ¡qué demonios!, en Canadá, los equipos eran mitad y mitad. Y aunque había algunos tipos grandullones en la habitación, desde luego ninguno pasaba de los ciento treinta kilos. Los Browns tenían ocho jugadores de ciento cuarenta o más y solo dos por debajo de los noventa. Algunos Panthers con suerte alcanzaban los ochenta kilos.

Trey dijo que estaban emocionados con su nuevo quarterback, pero que les daba algo de reparo acercarse a él. Para relajar el ambiente, el juez Franco tomó posición a la derecha de Rick y Niño se hizo cargo de la izquierda. Ambos se encargaron de realizar largas, incluso intrincadas presentaciones a medida que los jugadores saludaban a Rick por turno. Cada pequeña introducción necesitaba de un mínimo de dos insultos, y Franco y Niño a menudo se aliaban en contra de sus compañeros italianos. Rick fue abrazado, estrujado y adulado sin parar de tal forma que casi empezó a sentirse violento. Le sorprendió la cantidad de palabras que utilizaban en inglés. Todos los Panthers estudiaban su idioma, cada uno a su ritmo.