– Supongo, pero nunca he visto una elección, y ya llevo seis temporadas. Básicamente se trata de su equipo. Mantienen a los chicos motivados entre temporadas. No paran de reclutar a nuevos jugadores del lugar para que prueben este deporte, sobre todo lo intentan con ex jugadores de fútbol europeo que están de capa caída. De vez en cuando consiguen convertir a alguno procedente del rugby. Chillan y gritan antes del partido y algunas de sus broncas durante el descanso son inenarrables. En el fragor de la batalla, es mejor tenerlos entre tus filas.
La cerveza corrió a raudales y la pizza desapareció. Niño pidió silencio y le presentó dos nuevos miembros al equipo. Karl era un profesor danés de matemáticas que se había establecido en Parma con su mujer italiana y que enseñaba en la universidad. No estaba seguro de en qué posición podía jugar, pero tenía ganas de elegir una. Pietro era una boca de riego con cara de niño, bajo y fornido, un apoyador. Rick se había fijado en su velocidad durante el entrenamiento.
Franco los dirigió en un cántico de profunda tristeza que ni siquiera Sam comprendió, luego se echaron a reír a carcajadas y se lanzaron hacia las jarras. Ráfagas de un italiano ensordecedor resonaban por la estancia y al cabo de unas cuantas cervezas Rick se contentó con estar allí sentado y contemplar la escena.
Era un extra en una película extranjera.
Poco antes de medianoche, Rick encendió el portátil y le envió un correo electrónico a Arnie:
En Parma, llegué ayer por la tarde, hoy primer entrenamiento. La comida y el vino merecen la visita. No hay animadoras, Arnie, me prometiste chicas guapas. Aquí no hay agentes, así que esto no te gustaría. Tampoco se puede jugar al golf. ¿Alguna noticia de Tiffany y sus abogados? Recuerdo que Jason Cosgrove hablaba de ella en las duchas, dando detalles, y ganó ocho millones el año pasado. Échale encima a los abogados. Yo no soy el padre. Aquí hablan en italiano hasta los niños pequeños. ¿Por qué estoy en Parma? Supongo que podría ser peor, podría estar en Cleveland. Hasta luego, RD.
Mientras Rick dormía, Arnie contestó a su mensaje:
Rick: me alegra saber de ti, me alegro de que estés ahí y de que te lo pases bien. Piensa que es una aventura. Por aquí todo sigue más o menos igual. Los abogados no han vuelto a dar la cara. Les sugeriré a Cosgrove como donante de esperma. Tiffany ya está de siete meses. Ya sé que odias la AFL, pero un directivo me ha llamado hoy y me ha dicho que podría conseguirte cincuenta de los grandes para la próxima temporada. Le he dicho que no. ¿Qué me dices?
10
Levantarse a una hora tan intempestiva era una hazaña que solo podía llevarse a cabo con la ayuda de un despertador a todo volumen. El pitido constante y estridente atravesó la oscuridad hasta encontrar su objetivo. Rick, quien apenas utilizaba despertadores y que había desarrollado la complaciente costumbre de despertarse cuando su cuerpo estuviera harto de dormir, empezó a dar manotazos bajo las sábanas hasta que encontró el aparato y lo apagó. En medio de la confusión, pensó en el agente Romo y le aterró la posibilidad de que volvieran a llevar a cabo otro no arresto, pero enseguida se despejó y apartó a un lado los pensamientos disparatados. Al tiempo que los latidos de su corazón recuperaban el ritmo normal y se incorporaba sobre las almohadas, consiguió recordar para qué había puesto el despertador: tenía un plan y la oscuridad era un elemento crucial.
Considerando que su entrenamiento durante las vacaciones se había limitado a jugar al golf, se sentía como si le hubieran partido las piernas por miles de sitios y los músculos abdominales le dolían como si los hubieran golpeado repetidamente. Los brazos, los hombros, la espalda, incluso los tobillos y los dedos de los pies se resentían con el tacto. Maldijo a Alex, a Sam y a toda la organización de los Panthers, si podía llamársela así. Maldijo el fútbol americano, a Arnie y, empezando por los Browns, a todos los equipos en orden inverso que le habían dado la carta de despido. Mientras seguía ensañándose mentalmente con el juego, intentó estirar un par de músculos con sumo cuidado, pero estos estaban demasiado doloridos.
Por suerte, había dejado la cerveza a un lado en el Pólipo, o al menos se había detenido en un límite razonable. Empezaba a despejarse y no parecía tener señal de resaca.
Si se daba prisa y cumplía la misión tal como la había planeado, podía estar de vuelta bajo las sábanas en una hora más o menos. Se dio una ducha -tenía muy poca presión y lo que debería haber sido agua caliente no pasaba de tibia- y, obligándose a moverse con firme resolución, estuvo en la calle en menos de diez minutos. Gracias al paseo, las articulaciones empezaron a calentarse y la sangre a circular. Al cabo de un par de manzanas empezó a moverse con mayor soltura y a sentirse mucho mejor.
El pequeño coche italiano estaba aparcado a cinco minutos de allí. Detenido en la acera, lo estudió de cerca. La callejuela estaba flanqueada a ambos lados por coches aparcados pegados unos a otros, lo que únicamente dejaba un carril libre para el tránsito, en dirección norte, hacia el centro de Parma. La calle estaba a oscuras, en silencio, y no había tráfico. Detrás de su vehículo había aparcado un diminuto coche verde lima, un modelo algo más grande que un kart, cuyo parachoques delantero estaba a unos veinticinco centímetros del vehículo del signor Bruncardo. Delante había otro de color blanco, no mucho más grande que el verde lima, y casi tan pegado como este. Sacarlo de allí sería un desafío incluso para un conductor con años de experiencia en cambios de marchas.
Después de echar un rápido vistazo a izquierda y derecha para asegurarse de que no había nadie en la via Antini, Rick abrió la puerta y se metió en el interior como pudo mientras unas punzadas de dolor agudo le atravesaban las articulaciones. Movió el cambio de marchas para asegurarse de que estuviera en punto muerto, intentó estirar las piernas, comprobó el freno de mano y puso el motor en marcha. Luces encendidas, indicadores correctos, suficiente gasolina, ¿dónde estaba la calefacción? Colocó bien los espejos, ajustó el asiento, el cinturón de seguridad, y durante unos cinco minutos estuvo haciendo las comprobaciones de vuelo pertinentes mientras el vehículo se calentaba. Ni un solo coche, moto o bicicleta pasó por la calle.
Cuando el parabrisas se desempañó se le acabaron las excusas para demorar el momento. Le molestó el ritmo cada vez más acelerado de sus latidos, pero intentó no darle importancia. Solo era un coche con embrague y, de hecho, ni siquiera era suyo. Quitó el freno de mano, respiró hondo y… no pasó nada. Via Antini no hace pendiente.
El pie en el embrague, la primera marcha metida, una ligera presión sobre el acelerador, amplio giro del volante a la derecha. Hasta aquí, bien. Comprobación por los retrovisores: no hay tráfico, vamos. Rick fue levantando lentamente el pie del embrague y dio un poco de gas, aunque demasiado. El motor se quejó, Rick soltó el embrague y el coche dio un tirón hacia delante, por lo que chocó contra el vehículo blanco al tiempo que pisaba el freno. Las lucecitas rojas de los indicadores iluminaron el salpicadero y Rick tardó unos instantes en comprender que el coche se había calado. Giró la llave de contacto, metió la marcha atrás, pisó el embrague, puso el freno de mano y maldijo entre dientes mientras se daba la vuelta para mirar hacia la calle. No había nadie. Nadie miraba. El retroceso fue tan brusco colmo el avance y cuando tocó al coche de detrás, pisó el freno y el motor volvió a calarse. Esta vez maldijo en voz alta, ni siquiera intentó contenerse. Respiró hondo y decidió no inspeccionar los daños pues concluyó que no había habido. Tal vez un pequeño rasguño, pero el puñetero tipo se lo merecía por aparcar encima de su coche. Movió las manos con rapidez: volante, llave de contacto, marcha, freno de mano. ¿Para qué estaba usando el freno de mano? Movía los pies frenéticamente, como si bailara claque, del embrague al freno y al acelerador. Se lanzó con un rugido hacia delante y apenas le hizo una rasguño al coche de delante antes de frenar, aunque esta vez el motor no se caló. Estamos progresando. Había atravesado el auto en medio de la calle y seguía sin haber tráfico. Volvió a meter la marcha atrás sin perder tiempo, pero tal vez con demasiadas prisas porque el coche dio otro tirón y con la sacudida de la cabeza los músculos le recordaron que estaban doloridos. La segunda vez golpeó el vehículo de detrás con más fuerza y el suyo se caló. Olvidó por completo su educación mientras miraba a su alrededor por si había alguien.