Se acercaron dos caballeros que, a juzgar por los trajes oscuros, los gruesos maletines y los aires de importancia, parecían ser abogados. Para que tanto estos como Rick y su personal lo oyeran bien, el juez Lazzarino procedió a reprender a los dos jóvenes policías con el fervor de un sargento enojado.
Rick sintió lástima de ellos. Después de todo, lo habían tratado con más respeto de lo que un delincuente común podía esperar. Cuando acabó la bronca, Aski y Dini desaparecieron y no volvió a vérseles el pelo. Franco explicó a Rick que el coche estaba siendo retirado del depósito en esos mismos instantes y que se lo devolverían de inmediato. El signor Bruncardo no tenía por qué enterarse de aquello. Más disculpas. Los dos abogados finalmente entraron en el despacho del juez y las secretarias volvieron al trabajo.
Franco volvió a disculparse y para demostrar su sincero arrepentimiento por cómo le habían dado la bienvenida a Parma, insistió en que fuera a cenar al día siguiente a su casa. Su mujer, muy guapa, según él, era una excelente cocinera. No aceptaría un no por respuesta.
Rick aceptó la invitación y Franco le explicó que tenía una reunión importante con unos abogados. Se verían en la cena. Adiós. Ciao.
11
El preparador físico del equipo era un joven universitario esquelético y nervudo con ojos de loco llamado Matteo que chapurreaba un inglés macarrónico a toda velocidad. Tras varios intentos, por fin consiguió hacerse entender: quería darle una friega a su magnífico nuevo quarterback. Estaba estudiando algo relacionado con una nueva teoría del masaje y Rick necesitaba unas friegas desesperadamente, así que el quarterback se estiró en una de las dos camillas y dio carta blanca a Matteo. A los pocos segundos el joven estaba machacándole los tendones de la corva y Rick sintió deseos de ponerse a chillar. Sin embargo, uno no se quejaba durante los masajes, era una norma que jamás había sido violada en toda la historia del fútbol americano profesional. Por mucho que doliera, los jugadores fuertes y grandes no se quejaban nunca durante las friegas.
– ¿Qué tal? -preguntó Matteo, casi sin aliento. -Bien, más lento.
Algo debió de perderse con la traducción, porque Rick acabó enterrando la cara en la toalla. Estaban en los vestuarios, que hacían las veces de sala donde se guardaba el equipamiento y de oficina del equipo técnico. No había nadie más y todavía faltaban cuatro horas para el entrenamiento. Mientras Matteo lo torturaba sin piedad, Rick consiguió abstraerse a la paliza intentando dar con la forma adecuada de dirigirse al entrenador Russo para decirle que prefería no volver a sufrir los ejercicios de calentamiento nunca más. Se acabaron los esprints de resistencia, las flexiones y las abdominales. Estaba en buena forma, al menos lo suficiente para lo que tenía que hacer, y demasiadas carreras podían acabar con una lesión en una pierna, un tirón en un músculo o algo por el estilo. En la mayoría de las concentraciones de pretemporada profesionales, los quarterbacks llevan a cabo sus propias sesiones de estiramientos y calentamiento y tienen sus propias tablas mientras los demás sacan el hígado por la boca.
No obstante, también le preocupaba la opinión del equipo y si lo verían como a un quarterback estadounidense mimado, demasiado bueno para hacer ejercicio y demasiado blando para unas carreras de nada. Los italianos parecían disfrutar con la suciedad y el sudor, y todavía faltaban tres días para poder usar las protecciones.
Matteo se concentró en el trasero y se calmó un poco. El masaje estaba haciendo efecto: los músculos entumecidos y doloridos empezaban a relajarse. Sam apareció y se sentó en la otra camilla.
– Creía que estabas en forma -fue lo primero que dijo, con simpatía.
– Yo también lo creía.
Al ver que tenía público, Matteo retomó el método del martillo neumático.
– Estás bastante dolorido, ¿no?
– Un poco. No suelo correr tantos esprints de resistencia.
– Ya te acostumbrarás. Si aflojas, los italianos creerán que solo eres un niño bonito.
Aquello zanjó el asunto.
– No soy el que vomitó.
– No, pero parecías a punto de hacerlo.
– Gracias.
– Acabo de hablar con Franco. Más problemas con la policía, ¿eh? ¿Estás bien?
– Mientras pueda contar con Franco, que la policía me arreste a diario por cualquier chorrada.
Estaba sudando, de dolor, e intentando aparentar despreocupación.
– Te conseguiremos una licencia temporal y los papeles para el coche. Fue un error mío, lo siento.
– No pasa nada. Franco tiene unas secretarias muy guapas.
– Pues espera a ver a su mujer. También nos ha invitado a Anna y a mí a la cena de mañana.
– Perfecto.
Matteo le dio la vuelta y empezó a pellizcarle los muslos. Rick estuvo a punto de ponerse a gritar, pero consiguió mantener la compostura.
– ¿Podemos hablar de la ofensiva? -preguntó Rick.
– ¿Te has mirado el libro de jugadas?
– Es de instituto.
– Sí, es bastante elemental. Aquí no podemos ponernos demasiado exquisitos. Los jugadores tienen una experiencia limitada y no hay mucho tiempo para entrenar.
– No me quejo, solo me gustaría aportar un par de ideas.
– Adelante.
Matteo se retiró como un cirujano orgulloso y Rick le dio las gracias.
– Buen trabajo -dijo, renqueante.
Sly entró dando brincos con unos auriculares en los oídos, una gorra ladeada y de nuevo con la sudadera de los Broncos.
– ¡Eh, Sly! ¿Por qué no vienes a darte un masaje? -lo llamó Rick-. Matteo es una maravilla.
Intercambiaron algunos puñetazos amistosos -Broncos contra Browns, etcétera- mientras Sly se desvestía hasta quedarse en calzoncillos y se estiraba en la camilla. Matteo hizo crujir los nudillos y se lanzó a la tarea. Sly hizo una mueca de dolor, pero se mordió la lengua.
Dos horas antes del entrenamiento, Rick, Sly y Trey Colby estaban en el campo con el entrenador Russo repasando las jugadas de ataque. Para alivio de Sam, su nuevo quarterback no parecía interesado en cambiarlo todo. Rick propuso un par de cosas, ajustó algunas de las rutas y ofreció ideas para el juego de carrera. Sly le recordó en más de una ocasión que el juego de carrera de los Panthers era muy sencillo: solo había que pasarle el balón a Sly y salir de en medio.
Fabrizio asomó en la otra punta del campo, solo y decidido a seguir así. Empezó una compleja tabla de estiramientos ideada más para lucirse que para relajar los músculos agarrotados.
– Bueno, el segundo día y sigue aquí -dijo Sly observándolo unos momentos.
– ¿Qué quieres decir? -preguntó Rick.
– Que todavía no lo ha dejado -dijo Trey.
– ¿Dejarlo?
– Sí, tiene la costumbre de abandonar por cualquier cosa -explicó Sam-, ya sea un entrenamiento malo, un partido malo o nada.
– ¿Y por qué lo toleráis?
– Porque es nuestro mejor receptor con diferencia -dijo Sam-. Además de que nos sale muy barato.
– El tipo tiene buenas manos -comentó Trey.
– Y vuela -añadió Sly-, es más rápido que yo.
– Venga ya.
– De verdad. Me saca cuatro zancadas en cuarenta yardas.
Niño también llegó pronto y tras una tanda de buon giornos hizo cuatro rápidos estiramientos y se puso a correr alrededor del campo.
– ¿Por qué su trasero da esos respingos? -preguntó Rick mientras lo veían correr.
Sly soltó una sonora carcajada. Sam y Trey también se echaron a reír y Sly aprovechó la oportunidad para ofrecerle un rápido resumen de los glúteos hiperactivos de Niño.
– Durante los entrenamientos no pasa nada, cuando lleva pantalones cortos, pero cuando se pone el equipo y estamos golpeando, entonces se le tensa todo, sobre todo los músculos de las nalgas. A Niño le encanta golpear y a veces incluso se olvida de sacar el balón porque está totalmente concentrado en cargar contra el defensa central. Cuando se posiciona, inclinado, los glúteos le empiezan a temblar, y si los tocas, el tipo da un respingo que casi se sale del campo.