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Sin embargo, tras dos mordiscos de prueba, le dio completamente igual. Con o sin testículos, el capón estaba delicioso. Comió despacio, entretenido por los italianos y su pasión por conversar en la mesa. A veces se centraban en él y le preguntaban sobre su vida, pero luego regresaban poco a poco a su lengua musical y se olvidaban de él. Incluso Sam, de Baltimore and Bucknell, parecía más cómodo charlando con las mujeres en italiano. Por primera vez desde que había llegado a su nuevo hogar, Rick tuvo que admitir que aprender algunas palabras de italiano no estaría tan mal. De hecho, sería una buena idea si quería tener algo que hacer con las chicas.

Tras el capón llegó el queso y otro vino, y luego el postre y el café. Rick se despidió educadamente poco después de medianoche. Fue dando un paseo nocturno de vuelta a casa y cayó redondo en la cama, sin desvestirse.

12

Una bella mañana de sábado de abril, un precioso día de primavera en el valle del Po, los Briganti de Nápóles salieron de casa a las siete en un tren con dirección al norte para jugar el partido que inauguraba la temporada. Llegaron a Parma poco antes de las dos del mediodía. La patada inicial se lanzaría a las tres. El tren de vuelta saldría a las doce menos veinte de la noche y el equipo llegaría a Nápoles sobre las siete de la mañana del domingo, veinticuatro horas después de haber salido de casa. Una vez en Parma, los Briganti, una treintena en total, subieron a un autobús hasta el Stadio Lanfranchi y arrastraron el equipamiento hasta unos vestuarios donde ya no cabía nada más, en la otra punta del pasillo donde estaban los Panthers. Se cambiaron rápidamente y se distribuyeron por el campo de juego para llevar a cabo los estiramientos y seguir los rituales habituales previos al partido.

Dos horas antes de la patada inicial, los cuarenta y dos Panthers estaban en el vestuario, quemando calorías con tanto nervio y con ganas de golpear a alguien. El signor Bruncardo los sorprendió con nuevas camisetas para el equipo: negras con relucientes números plateados y la palabra «Panthers» escrita en el pecho.

Niño fumaba su cigarrillo de antes del partido. Franco charlaba con Sly y Trey. Pietro, el apoyador central, que mejoraba día a día, estaba concentrado con su iPod. Matteo iba de un lado al otro, frotaba músculos, comprobaba tobillos y reparaba el equipamiento.

Una previa al partido típica, pensó Rick. Vestuarios más pequeños, jugadores más pequeños, apuestas más pequeñas, pero ciertas cosas siempre eran las mismas en todas partes. Estaba preparado para jugar. Sam se dirigió al equipo, les hizo varias observaciones y luego los dejó ir.

Cuando Rick salió al campo noventa minutos antes de la patada inicial, las gradas estaban vacías. Sam había pronosticado que ese día habría un buen aforo, «quizá un millar de personas». Hacía un tiempo maravilloso y el día anterior la Gazzettadi Parma había publicado un extenso artículo sobre el primer partido de los Panthers y, en especial, sobre el nuevo quarterback de la NFL. El apuesto rostro de Rick, en color, aparecía a media página. Según comentó Sam, el signor Bruncardo había tirado de unos cuantos hilos y había hecho valer sus influencias.

Salir a un campo de juego en un estadio de la NFL, o incluso en uno de los Diez Grandes, siempre era una experiencia que ponía a prueba el temple de cualquiera. En el vestuario, todos tenían los nervios tan a flor de piel antes del partido que los jugadores salían en cuanto podían. Fuera, envueltos por enormes gradas de asientos y miles de seguidores, cámaras, bandas de música, animadoras y la increíble cantidad de gente que parecía tener acceso al terreno de juego, los jugadores pasaban los primeros minutos adaptándose a un caos asombrosamente bajo control.

Al salir al césped del Stadio Lanfranchi, Rick no pudo evitar reírse al ver adonde había ido ir a parar. Un universitario calentando para un partido de fútbol flag habría estado más nervioso.

Tras unos minutos de estiramientos dirigidos por Alex Olivetto, Sam reunió al equipo atacante en la línea de cinco yardas y comenzaron las jugadas de carrera. Rick y él habían escogido doce que pondrían en práctica durante el partido, seis terrestres y seis aéreas. Los Briganti eran escandalosamente flojos en la secundaria, donde no tenían ni a un solo estadounidense, y el año anterior el quarterback de los Panthers había lanzado para doscientas yardas.

De las seis jugadas de carrera, cinco eran para Sly. La única de Franco sería un drive de corta distancia, y solo cuando el partido estuviera ganado. Aunque al juez le encantaba golpear, también tenía la costumbre de perder el balón. Las seis jugadas de pase eran para Fabrizio.

Al cabo de una hora de calentamiento, ambos equipos regresaron a los vestuarios. Sam reunió a los Panthers para alentarlos y el segundo entrenador, Olivetto, los mentalizó para un feroz asalto sobre la ciudad de Nápoles.

Rick no entendió ni una palabra, pero los italianos desde luego que sí. Estaban preparados para la guerra.

El pateador de los Briganti era un antiguo jugador de fútbol europeo con una patada potente y su ofensiva inicial avanzó hasta la zona de anotación. Mientras Rick corría para la primera serie, intentó recordar el último partido en el que había jugado de titular. Hacía un siglo, en Toronto.

Las gradas del equipo local estaban a rebosar y los seguidores sabían cómo armar jaleo. Ondeaban enormes pancartas pintadas a mano y gritaban a coro. El bullicio animó a los Panthers, decididos a sacar el hacha de guerra. Niño en particular parecía fuera de sí.

– Twenty six smash -dijo Rick cuando se reunieron.

Niño lo tradujo y se dirigieron a la línea. En una formación en I, con Franco a cuatro yardas detrás de él en la posición de corredor de poder y Sly a siete yardas por detrás, Rick repasó rápidamente la defensa y no vio nada que le preocupara. El «smash» consistía en una entrega de balón profunda hacia la derecha que le daba al corredor de habilidad la opción de controlar el bloqueo y escoger un hueco. Los Briganti tenían cinco líneas y dos apoyadores, ambos más bajos que Rick. A los glúteos de Niño les había entrado el pánico y Rick ya hacía tiempo que se había decidido por un saque rápido, especialmente en la primera ofensiva. El quarterback pronunció un rápido «down». Una leve convulsión. Manos bajo el centro, una fuerte cachetada -porque un roce suave como una pluma habría conllevado que el centro realizara un movimiento ilegal-, a continuación un «set». Un latido. Y luego el «hut».

Todo se movió menos el balón durante una fracción de segundo. La línea se lanzó hacia delante, gruñendo, y Rick esperó. Cuando el balón finalmente llegó a sus manos, hizo una rápida finta para sorprender al profundo a contrapié y luego se volvió para la entrega de balón. Franco se tambaleaba cerca de él, bufándole al apoyador al que había decidido destrozar. Sly recibió el balón por detrás de la línea, hizo un amago hacia la línea y luego dibujó un amplio arco durante seis yardas antes de salir del terreno.

– Twenty seven smash -anunció Rick.

La misma jugada, pero a la izquierda. Avance de once yardas. Los seguidores reaccionaron con silbatos y bocinas. Rick nunca hubiera imaginado que apenas un millar de personas pudieran armar tanto bullicio. Sly corrió hacia la derecha, luego hacia la izquierda, derecha, luego izquierda y la ofensiva cruzó el medio campo. Se instaló en la línea de las cuarenta yardas de los Briganti y con la tercera y cuatro, Rick decidió enviarle un pase a Fabrizio. Sly estaba jadeando y necesitaba un descanso.

– I right lex Z, sixty four curl H, swing -anunció Rick en la agrupación.