Rick aceptó la linternita, consultó la hora e hizo lo que le habían dicho. Mientras leía, el público, bastante bullicioso a causa de los nervios, acabó de acomodarse y de encontrar su asiento. Cuando el teatro estuvo completamente a oscuras, apareció el director de orquesta, quien recibió una calurosa ovación. La orquesta se preparó y empezó a tocar.
Se alzó el telón poco a poco ante un público que ahora guardaba completo silencio. El escenario estaba profusamente decorado. La acción se desarrollaba en la isla de Chipre, donde había un grupo de gente a la espera del barco en el que iba Otelo, su gobernador, quien había estado alejado de su hogar luchando en otras tierras y cosechando victorias. De repente, Otelo apareció en el escenario cantando algo como «Celebrémoslo, celebrémoslo» y toda la ciudad se unió al coro.
Rick iba leyendo deprisa, intentando no perderse el espectáculo que se desarrollaba ante él. El vestuario era elaborado, los cantantes iban muy maquillados, lo que les daba un aspecto muy dramático, y las voces eran realmente sensacionales. Intentó recordar la última vez que había asistido a una función de teatro. Hacía unos diez años, cuando iba a Davenport South, tenía una novia que estaba en el grupo de teatro del instituto. Había pasado mucho tiempo.
La joven esposa de Otelo, Desdémona, apareció en la tercera escena y el espectáculo dio un giro. Desdémona era toda una belleza: cabello largo y oscuro, rasgos perfectos y unos ojos castaños que Rick veía con claridad a veinticinco metros de distancia. Era bajita y delgada y por suerte llevaba un vestido muy ajustado que revelaba unas curvas pronunciadas.
Repasó el programa y encontró cómo se llamaba: Gabriella Ballini, soprano.
Como era de esperar, Desdémona pronto atrajo la atención de otro hombre, Rodrigo, y a partir de ahí se desencadenaron todo tipo de traiciones y conspiraciones. Hacia el final del primer acto, Otelo y Desdémona cantaron un dueto, una impresionante réplica y contrarréplica romántica que a Rick y a los ocupantes del palco les sonó perfecta, aunque no todo el mundo parecía estar de acuerdo. En el quinto piso, donde se ubicaban las butacas baratas, varios espectadores los abuchearon.
A Rick lo habían abucheado muchas veces, en muchos lugares, y nunca le había costado abstraerse a las críticas, algo a lo que sin duda había contribuido el tamaño imponente de los estadios de fútbol. Unos cuantos miles de seguidores protestando formaba parte del juego, pero en un teatro abarrotado de solo un millar de localidades, cinco o seis asistentes ruidosos y efusivos parecían un centenar. ¡Qué crueldad! Rick quedó muy sorprendido y, al bajar el telón en el primer acto, vio a Desdémona aguantando estoicamente de pie con la cabeza alta, como si fuera sorda.
– ¿Por qué la abuchean? -le preguntó Rick a Anna en un susurro al tiempo que las luces se encendían.
– Aquí la gente es muy crítica. Ha llegado un poco forzada.
– ¿Forzada? Pues a mí me ha gustado.
Y ella aún más. ¿Cómo podían abuchear a una mujer tan guapa?
– Consideran que no ha llegado a un par de notas. Son unos maleducados. Vamos. -Se pusieron en pie mientras el público se levantaba para estirar las piernas-. ¿Qué tal hasta ahora? -preguntó.
– Muy bien -contestó Rick, con sinceridad.
La producción era muy elaborada y jamás había escuchado unas voces como aquellas, pero le fastidiaban las críticas del piso superior.
– Solo hay un centenar de butacas disponibles para el público en general -le explicó Anna- y están ahí arriba -dijo, señalando hacia lo alto-. Son incondicionales muy duros. Se toman la ópera muy en serio y no vacilan a la hora de demostrar su entusiasmo, pero también su desagrado. Esta Desdémona ha sido una elección controvertida y no ha conseguido ganarse a la audiencia.
Habían salido del palco, tenían una copa de prosecco en la mano y saludaban a gente que Rick no volvería a ver jamás. El primer acto había durado cuarenta minutos y el descanso duró otros veinte. Rick empezó a preguntarse a qué hora iban a cenar.
En el segundo acto, Otelo empezó a sospechar que su esposa estaba engañándolo con un hombre llamado Casio, lo que causó un gran conflicto que, por supuesto, quedó reflejado en una actuación deslumbrante. Los malos convencieron a Otelo de que Desdémona estaba siéndole infiel y Otelo, de sangre caliente, finalmente juró matar a su esposa.
Telón y otros veinte minutos de descanso entre actos. ¿Es que aquello iba a durar cuatro horas?, se preguntó Rick, aunque lo cierto era que deseaba volver a ver a Desdémona. Un abucheo más y subiría allí arriba a pegar a alguien.
En el tercer acto, Desdémona hizo varias apariciones, las cuales no provocaron ninguna crítica. Había tramas secundarias por todas partes mientras Otelo continuaba haciendo caso a los malos y cada vez estaba más convencido de que debía matar a su esposa. Tras nueve o diez escenas, se acabó el acto y llegó el momento de un nuevo descanso.
El cuarto acto se desarrollaba en la alcoba de Desdémona. Su marido la asesinaba y no tardaba en comprender que, después de todo, su esposa le había sido fiel. Desesperado, fuera de sí, aunque todavía capaz de cantar portentosamente, Otelo extrajo un puñal impresionante y se lo clavó en el estómago. Cayó sobre el cuerpo de su esposa, la besó tres veces y murió de forma dramática. Rick consiguió seguir casi toda la trama, pero sus ojos pocas veces se apartaron de Gabriella Ballini.
Cuatro horas después de ocupar su butaca por primera vez, Rick se levantó junto al público y aplaudió con educación cuando los cantantes salieron a saludar. Cuando apareció Desdémona, los abucheos regresaron con fuerza, lo que provocó respuestas airadas por parte de muchos de los que estaban en el patio de butacas y en los palcos privados. Se alzaron varios puños en señal de protesta, la gente gesticulaba, el público se volvió hacia los seguidores descontentos que ocupaban las butacas baratas del último piso. El griterío aumentó y la pobre Gabriella Ballini se vio obligada a saludar con una inclinación y una sonrisa forzada, como si no oyera nada.
Rick reconoció su valor y admiró su belleza.
Pensó que los seguidores de Filadelfia eran duros.
El comedor del palazzo era una estancia más grande que todo el apartamento de Rick. Una media docena de amigos se unieron al festín posterior a la ópera y los invitados seguían visiblemente emocionados después de la representación. Charlaban animadamente, todos al mismo tiempo y en un italiano meteórico. Incluso Sam, el único otro estadounidense, parecía tan excitado como los demás.
Rick intentó sonreír y comportarse como si estuviera tan emocionado como ellos. Un amable camarero no dejaba de llenarle la copa de vino, y antes de terminar el primer plato ya estaba bastante más sosegado. Seguía pensando en Gabriella, la bella soprano a quien no habían sabido valorar.
Debía de sentirse como un guiñapo, frustrada y con ganas de suicidarse. Cantar de aquella manera tan perfecta y emotiva y que no supieran apreciarla… Joder, él se había merecido todos los abucheos que había recibido, pero Gabriella no.
Habría dos funciones más y luego acabaría la temporada. Rick, bastante achispado y sin poder pensar en otra cosa que n0 fuera ella, decidió lo impensable: compraría una entrada como fuera e iría a ver otra función de Otello.
14
El entrenamiento del lunes consistió en un ejercicio muy poco entusiasta de revisión de cintas de partidos mientras corría la cerveza. Sam repasaba la grabación mientras les echaba rapapolvos y los abroncaba, pero nadie estaba por la labor de tomárselo en serio. El siguiente rival, los Rhinos de Milán, había sido machacado el día anterior por los Gladiatori de Roma, un equipo que pocas veces optaba a la Super Bowl. De modo que, al contrario de lo que el entrenador Russo quería, el ambiente parecía prever una semana relajada y una victoria fácil. Se avecinaba el desastre. Sam los envió a casa a las nueve y media.