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– ¿Conoces a algún corredor? -le preguntó a Rick, cuando consiguió calmarse un poco.

– Sí, a uno muy bueno: a Franco.

– Muy gracioso. Estadounidenses, preferiblemente jugadores universitarios que corran que se las pelen.

– Ahora mismo no.

– ¿No podrías llamar a tu agente?

– Podría, pero no parece tener mucha prisa en devolverme las llamadas. Creo que se ha deshecho de mí extraoficialmente.

– Estás en buena racha.

– Estoy teniendo un día magnífico, Sam.

17

Los Panthers empezaron a llegar al campo a las ocho de la tarde del lunes. Se respiraba un ambiente callado y sombrío. Estaban avergonzados por la derrota y la noticia de que la mitad de la ofensiva había huido de la ciudad no ayudaba a levantar la moral. Rick estaba sentado en un taburete, delante de su taquilla, dándoles la espalda y con la cabeza enterrada en el libro de jugadas. Sentía las miradas y el resentimiento y sabía que había metido la pata hasta el fondo. Tal vez no fuera más que un equipo amateur, pero ganar era importante y el compromiso mucho más.

Fue pasando las hojas despacio, mirando las equis y los circulitos sin verlos. Quien las hubiera ideado, había dado por supuesto que el equipo atacante contaba con un corredor de habilidad que sabía correr y con un receptor que sabía recibir. Rick podía pasar el balón, pero si no había alguien en el otro extremo, las estadísticas recogerían otro pase fallido.

Nadie había visto a Fabrizio. Su taquilla estaba vacía.

Sam reclamó su atención y dedicó unas palabras comedidas al equipo. No tenía intención de gritar, sus jugadores ya se sentían suficientemente mal. El partido del día anterior había terminado y en seis días tenían otro. Les informó de la noticia sobre Sly, aunque el rumor ya había corrido entre ellos.

El rival siguiente era el Bolonia, un equipo fuerte que solía jugar la Super Bowl. Sam habló de los Warriors y por lo que dijo parecían bastante duros. Habían ganado con facilidad los dos primeros partidos con una extenuante ofensiva terrestre dirigida por un corredor de habilidad llamado Montrose, quien había jugado anteriormente en Rutgers. Montrose acababa de llegar al equipo y su leyenda crecía semana tras semana. El día anterior, contra los Gladiatori de Roma, había corrido con el balón veintiocho veces, había hecho más de trescientas yardas y cuatro touchdowns.

Pietro juró en voz alta que le partiría las piernas, declaración que fue bien recibida por el resto de sus compañeros.

Tras una charla poco entusiasta para levantarles el ánimo, el equipo salió de los vestuarios y pisó el campo de juego. La mayoría de los jugadores solían estar entumecidos y doloridos el día posterior al partido, por lo que Alex les hizo trabajar sin llevarlos al límite. Hicieron varios ejercicios y estiramientos suaves y luego los dividió en atacantes y defensores.

La propuesta de Rick para la nueva disposición del equipo atacante era que Trey, profundo libre, pasara a ser receptor abierto y así lanzarle balones treinta veces por partido. Trey era veloz, tenía buenas manos, sus reflejos eran rápidos y había jugado de receptor abierto en el instituto. A Sam no le entusiasmaba la idea, principalmente porque procedía de Rick y en esos momentos apenas se hablaba con su quarterback. Sin embargo, a mitad del entrenamiento, Sam lanzó un llamamiento a quien quisiera jugar de receptor. Rick y Alberto lanzaron varios pases fáciles a un puñado de candidatos durante media hora, tras la cual Sam llamó a Trey y efectuó el cambio. La presencia del profundo libre en el equipo atacante dejaba un gran hueco en la defensa.

– Si no podemos pararlos, tal vez podamos ganarles a puntos -musitó Sam entre dientes, mientras se rascaba la gorra-. Vamos a ver una cinta -dijo, y tocó el silbato.

El pase de vídeo del lunes por la noche se transformó en una cerveza fría y unas cuantas risas, justo lo que el equipo necesitaba. Botellines de la marca nacional favorita corrieron de mano en mano y el ambiente se animó considerablemente. Sam decidió olvidar la cinta de los Rhinos y se concentró en la del Bolonia. En defensa, los Warriors tenían un buen frente y también un profundo fuerte que había jugado dos años en la AFL y que golpeaba con bastante dureza. Un cazador de cabezas.

Justo lo que necesitaba: otra conmoción cerebral, pensó Rick mientras engullía un largo trago de cerveza. Montrose parecía un poco lento, los defensas del Roma todavía más y Pietro y Silvio pronto los descartaron como amenaza.

– Los aplastaremos -dijo Pietro en inglés.

La cerveza corrió hasta después de las once, cuando Sam apagó el proyector y envió a todo el mundo a casa con la advertencia habitual de que el entrenamiento del miércoles sería duro. Rick y Trey se quedaron y abrieron otro botellín con Sam cuando todos los italianos se hubieron ido.

– El señor Bruncardo es contrario a traer otro corredor -anunció Sam.

– ¿Por qué? -preguntó Trey.

– No estoy seguro, pero creo que es por dinero. La derrota de ayer lo tiene bastante preocupado. Si no podemos optar a la Super Bowl, ¿para qué malgastar más dinero? De todas maneras, esto no es precisamente un negocio demasiado lucrativo para él.

– ¿Por qué lo hace? -preguntó Rick…

– Excelente pregunta. En Italia tienen leyes tributarias bastante curiosas según las cuales ser dueño de un equipo cancela gran parte de la deuda. Si no, no tendría sentido.

– La solución es Fabrizio -dijo Rick.

– Olvídalo.

– Lo digo en serio. Con Trey y Fabrizio tenemos dos grandes receptores. Ningún equipo de la liga puede permitirse dos estadounidenses en la secundaria, así que no pueden cubrirnos. No necesitamos un corredor de habilidad. Franco puede hacer cincuenta yardas por partido, resoplando, y tener a la defensa pendiente de él. Con Trey y Fabrizio, podemos jugar a pases cortos y recepciones para cuatrocientas yardas.

– Estoy harto de ese crío -dijo Sam, y no volvió a hablarse de Fabrizio.

Un rato después, en un pub, Rick y Trey brindaron por Sly y lo maldijeron al mismo tiempo. Aunque ninguno quería admitirlo, añoraban estar en casa y envidiaban a Sly por haberse ido.

El martes por la tarde, Rick y Trey, junto con Alberto, el abnegado suplente, se encontraron con Sam en el campo y estuvieron estudiando rutas de precisión, sincronizaciones, señales gestuales e hicieron una revisión general de la defensa durante tres horas. Niño llegó tarde a la fiesta. Sam le informó de que estaban cambiando a una formación de escopeta para lo que quedaba de temporada y él se puso a practicar sus saques como un poseso. Con el tiempo, mejoraron hasta tal punto que Rick no tenía que salir a buscarlos detrás de la línea de golpeo. El miércoles por la noche, vestidos con toda la parafernalia, Rick distribuyó a los receptores, Trey y Claudio, y empezó a lanzar pases a todas partes. Slants, postes, ganchos… todas las rutas funcionaron. Le lanzaba a Claudio con la frecuencia necesaria para que no se durmiera la defensa y cada diez jugadas encajaba el balón en el estómago de Franco para ver un poco de movimiento más duro en la línea. Trey era imparable. Al cabo de una hora de corretear arriba y abajo por el campo, necesitó un descanso. El equipo atacante, que tres días antes estaba al borde de la aniquilación por un equipo milanés inferior, ahora parecía capaz de marcar a placer. El equipo salió de su sopor y pareció revivir. Niño empezó a insultar a la defensa y Pietro y él no tardaron en devolverle las puyas. A alguien se le escapó un puñetazo que inició de inmediato una riña, y cuando Sam consiguió que las aguas volvieran a su cauce, era el tipo más feliz de Parma. Estaba viendo lo que quería todo entrenador: ¡emoción, el ánimo encendido y rabia!

Dejó que se fueran a las diez y media. El vestuario era un caos: por el aire volaban calcetines sucios, chistes verdes, insultos y amenazas de robar novias; las cosas volvían a la normalidad. Los Panthers estaban preparados para la guerra.