Reconfortaba más olvidarse del fútbol y hojear revistas.
Una enfermera los llamó y los acompañó a la tercera planta, a una habitación semiprivada donde estaban acomodando a Trey para pasar allí la noche. Tenía la pierna izquierda cubierta con una gigantesca escayola y le salían tubos de la nariz y el brazo.
– Dormirá toda la noche -les informó otra enfermera.
También les explicó que el médico había dicho que todo había ido bien, sin complicaciones, que se trataba de una fractura expuesta bastante común. Rick buscó una manta y una almohada y se instaló en una silla de vinilo que había junto a la cama. Sam prometió volver el lunes por la mañana a primera hora para ver cómo evolucionaba Trey.
Corrieron la cortina y Rick se quedó a solas con el último Panther negro, un chico de campo muy agradable del Mississippi rural a quien ahora enviarían a casa con su madre como mercancía estropeada. No le habían tapado la pierna derecha y Rick se la quedó mirando. Tenía un tobillo muy fino, demasiado para soportar la violencia del fútbol de la Southeastern Conference. Estaba demasiado delgado y le costaba coger peso, aunque había sido elegido integrante del Tercer Equipo ideal de la temporada en su último año en la Universidad de Mississippi.
¿Qué iba a hacer ahora? ¿Qué estaría haciendo Sly? ¿Qué harían todos ellos cuando por fin se enfrentaran a la realidad de que se había acabado?
La enfermera apareció cerca de la una de la madrugada y encendió las luces.
– Para dormir -le dijo a Rick, tendiéndole una pastillita azul.
Veinte minutos después estaba tan grogui como Trey.
Sam trajo café y cruasanes. Encontraron dos sillas en el pasillo y se lanzaron sobre el desayuno. Trey había armado un poco de jaleo una hora antes, lo bastante para despertar a las enfermeras.
– Acabo de ver al señor Bruncardo -dijo Sam-. Le gusta empezar la semana echando broncas a las siete de la mañana del lunes.
– Y hoy le ha tocado a usted.
– Evidentemente. Los Panthers no le reportan beneficios, pero tampoco le gusta perder dinero. O partidos. Tiene un ego bastante grande.
– Qué raro para ser el dueño de un equipo…
– Tenía un mal día. Su equipo de fútbol europeo de la liga menor ha perdido. El equipo de voleibol también. Y sus amados Panthers, con un quarterback de la NFL, han pinchado por segunda vez consecutiva. Creo que pierde dinero con todos los equipos.
– Tal vez sería mejor que se dedicara únicamente a la construcción o a lo que sea que se dedique.
– No le di ningún consejo. Quiere saber qué va a ocurrir el resto de la temporada y dice que no piensa gastarse ni un euro más.
– Es muy sencillo, Sam -contestó Rick, dejando la taza de café en el suelo-. En la primera parte de ayer marcamos cuatro touchdowns sin sudar. ¿Por qué? Porque tenía un receptor. Con mi brazo y un buen par de manos somos imparables y no volveremos a perder. Le garantizo que podemos marcar cuarenta puntos en cada partido, mierda, en cada parte.
– Tu receptor está ahí dentro con una pierna rota.
– Cierto. Que venga Fabrizio, ese chaval vale: es más rápido que Trey y tiene mejores manos.
– Quiere dinero. Tiene agente.
¿Qué?
– Lo que oyes. La semana pasada recibí una llamada de un abogado excesivamente obsequioso que decía representar al fabuloso Fabrizio, pidiendo un contrato.
– ¿Hay agentes de fútbol americano en Italia?
– Me temo que sí.
Rick se rascó la cara sin afeitar y consideró aquellas noticias tan desalentadoras.
– ¿Algún italiano ha cobrado alguna vez?
– Se rumorea que los chicos del Bérgamo cobran una paga, pero no estoy seguro.
– ¿Cuánto quiere?
– Dos mil euros al mes.
– ¿Cuánto aceptaría?
– No lo sé. No llegamos tan lejos.
– Negociemos, Sam. Sin él estamos perdidos.
– Rick, escúchame, Bruncardo no piensa gastarse un euro más. Le propuse meter otro jugador estadounidense y se puso como una fiera.
– Sáquelo de mi sueldo.
– No seas tonto.
– Lo digo en serio. Contribuiré con mil euros al mes durante cuatro meses por Fabrizio.
Sam le dio un trago al café, frunciendo el ceño, con la vista clavada en el suelo.
– Abandonó el campo en Milán.
– Sí, lo hizo. Es un crío, de acuerdo, eso lo sabemos todos, pero usted y yo vamos a abandonar el campo cinco veces más con el rabo entre las piernas si no encontramos a alguien que sepa atrapar un balón. Además, Sam, no puede abandonar si tiene un contrato.
– Yo no pondría la mano en el fuego.
– Páguele y me juego lo que quiera a que se comportará como un profesional. Le dedicaré todas las horas que haga falta y estaremos tan compenetrados que nadie podrá detenernos. Traiga a Fabrizio de vuelta y no volveremos a perder. Se lo garantizo.
Una enfermera les hizo un gesto con la cabeza y se apresuraron a entrar para ver a Trey. Estaba despierto y bastante incómodo. Intentó sonreír y contar un chiste, pero necesitaba medicación.
Arnie llamó el lunes por la tarde. Tras una breve discusión sobre lo meritorio de jugar en la AFL, pasó a tratar la verdadera razón de la llamada. Le aseguró que odiaba dar malas noticias, pero Rick tenía que saberlo. Mira el Cleveland Post en Internet, la sección de deportes del lunes. Muy desagradable.
Rick lo leyó, soltó los improperios pertinentes y salió a dar una vuelta por el centro de la parte vieja de Parma, una ciudad que de repente apreciaba como nunca antes.
¿Cuántas veces podía tocar fondo la carrera de un hombre? Habían pasado tres meses desde que se había ido de Cleveland y todavía seguían hurgando en la herida.
El juez Franco se encargó del asunto en nombre del equipo. Las negociaciones tuvieron lugar en la terraza de una cafetería de la piazza Garibaldi mientras Rick y Sam esperaban sentados cerca, tomando una cerveza y muertos de curiosidad. El juez y el agente de Fabrizio pidieron un café.
Franco conocía al agente y no le gustaba. Le explicó que dos mil euros era una cifra inaceptable, que muchos de los estadounidenses ni siquiera ganaban esa cantidad y que empezar a pagar a los italianos sería establecer un precedente peligroso porque, como era obvio, el equipo apenas ganaba para recuperar los gastos. Si a eso se le añadían unas nóminas, tendrían que cerrar el chiringuito.
Franco le ofreció quinientos euros durante tres meses: abril, mayo y junio. Si el equipo llegaba a la Super Bowl en julio, entonces tendría una prima de mil euros.
El agente sonrió con educación mientras rechazaba la oferta, le parecía demasiado baja. Fabrizio es un gran jugador, etcétera. Sam y Rick tenían sus cervezas en la mano, pero no oían nada. Los italianos regateaban en animada conversación. Ambos parecían sorprenderse por las propuestas del otro y a continuación se burlaban de alguna minucia. Las negociaciones parecían llevarse a cabo con educación, pero no estaban faltas de tensión, aunque de repente hubo un encaje de manos y Franco chascó los dedos para llamar al camarero. Trae dos copas de champán.
Fabrizio jugaría por ochocientos euros al mes.
El signor Bruncardo agradeció la oferta de Rick de aportar parte del salario, pero la rechazó. Era un hombre de palabra y no iba a reducir la paga de un jugador.
En los entrenamientos del miércoles por la noche, el equipo entero conocía los pormenores de la vuelta de Fabrizio. Sam le pidió a Niño, a Franco y a Pietro que se encontraran antes con la estrella receptora y que le explicaran cuatro cosas, con la intención de mitigar el resentimiento. Niño llevó la voz cantante en la discusión y prometió, con todo lujo de detalles, ponerse a romper huesos si Fabrizio volvía a hacer de las suyas y abandonaba el equipo. Fabrizio accedió de buen grado a todo, incluso a lo de los huesos rotos. No habría problemas. Tenía muchas ganas de volver a jugar y haría lo que fuera por sus amados Panthers.