Había pensado en qué le diría, pero no le gustaba nada. Las amenazas no se las tomaría en serio: Rick había sido lo bastante imbécil para aparecer por Cleveland y seguro que no volvería a hacerlo. Insultarlo solo conseguiría contentarlo y lo que dijera no tardaría en aparecer publicado. Así que lo dejó allí tirado, hecho un ovillo en el suelo, boqueando aterrorizado y semiinconsciente por el golpe. Sin embargo, en ningún momento Rick había sentido ni la más mínima lástima por aquel desgraciado.
Salió del despacho tranquilamente, saludó con un gesto de cabeza a un par de periodistas que se parecían mucho al señor Cray y se dirigió a las escaleras. Bajó hasta el sótano a toda prisa y tras unos momentos de desorientación, encontró una puerta que daba a un muelle de carga. Cinco minutos después del puñetazo volvía a estar en el taxi.
El vuelo de regreso a Toronto también lo hizo en un avión de Air Canadá. Rick empezó a relajarse en cuanto pisó suelo canadiense. Unas tres horas después se dirigía de vuelta a Roma.
22
Una fuerte tormenta descargó sobre Parma hacia el mediodía del domingo. Caían chuzos de punta y daba la impresión de que las nubes no iban a moverse en toda la semana. Los truenos por fin consiguieron despertar a Rick y lo primero que captaron los ojos hinchados del futbolista fueron las uñas de unos pies pintadas de rojo, aunque no eran las uñas rojas de la última chica de Milán, ni las rosa, las naranja o las marrones de muchas otras que ni siquiera tenían nombre. No, señor. Eran las uñas pintadas (Chanel Midnight Red) y de perfecta manicura (no realizada por su dueña) de la elegante, sensual y bastante desnuda señorita Livvy Galloway de Savannah, Georgia, pasando por la hermandad Alpha Chi Omega de Athens y, en los últimos tiempos, un apartamento abarrotado en Florencia. Ahora estaba en un apartamento un poco más despejado, en Parma, en la tercera planta de un edificio viejo de una calle tranquila, lejos de sus agobiantes compañeras de cuarto y lejos, muy lejos, de su familia enfrentada.
Rick cerró los ojos y la acercó a él por debajo de las sábanas.
Livvy había llegado la noche del jueves en tren desde Florencia y tras una cena agradable se habían retirado a la habitación de Rick para una larga sesión amorosa. La primera, y aunque Rick había estado esperándola con ansia, Livvy no parecía menos ansiosa. En un principio, el plan de Rick para el viernes era pasar el día en la cama o no muy lejos de esta. Ella, en cambio, tenía pensado algo completamente distinto. En el tren había leído un libro sobre Parma y era hora de estudiar la historia de la ciudad.
Con una cámara de fotos y sus anotaciones, emprendieron una visita por el centro de la localidad y fueron examinando minuciosamente el interior de edificios en los que Rick ni se había fijado al pasar. El primero fue la catedral -Rick le había echado un ojo una vez, por curiosidad- adonde Livvy entró en estado zen de meditación mientras lo arrastraba por todos los rincones. Rick no estaba seguro de qué le pasaba a Livvy por la cabeza, pero de vez en cuando ella le ofrecía frases muy útiles tipo: «Es uno de losmejores femplos de arquitectura románica del valle del Po».
– ¿Cuándo se construyó? -preguntaba Rick invariablemente.
– La consagró el papa Pasquale en 1106, pero luego quedó destruida por un terremoto en 1117. Retomaron la construcción en 1130 y, como era habitual, trabajaron en su restauración durante trescientos años. Es magnífica, ¿no crees?
– Mucho.
Rick hacía todo lo que podía por parecer interesado, pero era consciente del poco tiempo que él necesitaba para examinar una catedral. Livvy, sin embargo, estaba en otro mundo. El la seguía pisándole los talones sin dejar de pensar en la primera noche que habían pasado juntos, echando de vez en cuando una mirada a aquel magnífico trasero e imaginando el segundo round de la tarde.
– Los frescos de la cúpula son de Correggio, quien los pintó en la década de 1520 -comentó Livvy en el pasillo central, mirando directamente hacia arriba-. Representan la Ascensión de la Virgen. Impresionantes.
Muy por encima de ellos, en el techo abovedado, el viejo
Correggio se las había ingeniado para plasmar una escena extravagante de María rodeada de ángeles. Livvy parecía a punto de que la embargara la emoción. Rick los miró con el cuello dolorido.
Pasearon sin prisas por la nave central, la cripta, las numerosas crujías y examinaron las tumbas de los santos. Al cabo de una hora, Rick necesitaba ver la luz del sol desesperadamente.
A continuación vino el baptisterio, un bonito edificio octogonal cerca de la catedral. Se quedaron un buen rato delante de la puerta septentrional, el Portal de la Virgen, sin moverse. Las elaboradas esculturas sobre la puerta representaban pasajes de la vida de María. Livvy consultó sus notas, aunque daba la impresión de sabérselo de memoria.
– ¿Te has parado aquí alguna vez? -le preguntó.
Si Rick contestaba la verdad y le decía que no, entonces ella lo consideraría un ignorante, aunque daba lo mismo si le mentía y le decía que sí porque Livvy ya estaba lista para ir a visitar otro edificio. En realidad, Rick había pasado por allí delante cientos de veces y sabía que era un baptisterio. No estaba seguro de qué uso le daban en la actualidad, pero aun así fingió saberlo.
Livvy hablaba en voz baja, como si solo lo hiciera para ella, y para el caso así era.
– Cuatro hileras en mármol veronés rojo. Se empezó en mil ciento noventa y seis, una transición entre el románico y el gótico.;-Sacó varias fotos del exterior y luego condujo a Rick al interior, donde contemplaron una nueva cúpula-. Bizantina, del siglo doce -le informó-. El rey David, el éxodo de Egipto, los Diez Mandamientos.
Rick iba asintiendo, con dolor de cuello.
– Rick, ¿eres católico? -le preguntó.
– Luterano, ¿y tú?
– En realidad, nada. Mi familia se decanta más hacia el protestantismo. Aunque me chifla el tema, la historia del cristianismo y los orígenes de la primera Iglesia. Me encanta el arte.
– Aquí hay muchas iglesias -dijo Rick-. Todas son católicas.
– Lo sé.
Lo sabía. Antes de ir a comer, visitaron la iglesia renacentista de San Giovanni Evangelista, que también se encontraba en el centro religioso de la ciudad, así como la iglesia de San Francesco del Prato. Según Livvy, era uno de los «más notables ejemplos de la arquitectura gótica franciscana de la Emilia». Para Rick, el único detalle interesante era el hecho de que la bella iglesia había sido utilizada en una ocasión como prisión…
A la una, Rick insistió en ir a comer. Encontraron una mesa en el Sorelle Picchi, en la strada Farini, y mientras él estudiaba el menú, Livvy tomó más notas. Charlaron sobre Italia y los lugares en los que Livvy había estado mientras daban cuenta de los anolini, los mejores de la ciudad en opinión de Rick, y una botella de vino. En los ocho meses que llevaba en Florencia, Livvy había visitado once de las veinte regiones del país, teniendo a menudo que viajar sola los fines de semana porque a sus compañeras de cuarto no les apetecía salir o tenían resaca. Su objetivo era visitar todas las regiones, pero ya no le quedaba tiempo. Faltaban dos semanas para los exámenes, y después se le acabarían las vacaciones.
En vez de echar una siesta, visitaron las iglesias de San Pietro Apostólo y San Rocco y luego pasearon por el Parco Ducale. Livvy sacó fotos, tomó notas y se empapó de la historia y el arte de la ciudad mientras Rick la seguía como podía, medio zombi, con el mejor de los ánimos. El joven se estiró bajo el sol de la tarde y sobre la cálida hierba del parque, con la cabeza apoyada en el regazo de Livvy, mientras ella estudiaba el mapa de Parma. Cuando Rick se despertó, consiguió convencerla por fin de volver al apartamento para dormir una siesta en condiciones.