El viernes por la noche, en el Pólipo y después del entrenamiento, Livvy fue la atracción de la velada. Su quarterback había encontrado una adorable jovencita estadounidense, antigua animadora, y los chicos italianos querían impresionarla. Cantaron canciones subidas de tono y apuraron jarras de cerveza.
La historia del viaje relámpago de Rick a Cleveland para escarmentar a Charley Cray había alcanzado cotas legendarias. La interpretación favorable de la hazaña, iniciada por Sam y ayudada involuntariamente por Rick al negarse a hablar del asunto, se había mantenido bastante fiel a los hechos. Lo que obviamente se había omitido era que Rick había salido de Parma para considerar un contrato que le obligaría a abandonar a los Panthers en mitad de la temporada, pero nadie en Italia sabía aquello, ni lo sabría jamás.
El malvado Charley Cray había viajado hasta aquella Italia suya para escribir cosas desagradables de su equipo y de su quarterback. Los había insultado y Rick lo había seguido, por lo visto desembolsando una gran cantidad, lo había tumbado y luego había vuelto a Parma, donde estaba a salvo. Y vaya si estaba a salvo: aquel que fuera tras Riick en el césped saldría malparado.
El hecho de que Rick se hubiera convertido en un fugitivo añadía a la historia un tinte de osadía y romanticismo irresistible para los italianos. En un país donde se desprecian las leyes y aquellos que las desdeñan a menudo son idealizados, la persecución de la policía era el tema dominante cada vez que dos o más Panthers se juntaban. En un local lleno hasta arriba, la historia era el centro de todas las conversaciones, que ellos solían aderezar con detalles de su propia cosecha.
En realidad, nadie perseguía a Rick. Existía una orden de arresto por agresión, un delito menor y, según su nuevo abogado de Cleveland, nadie iba a ir detrás de él para ponerle las esposas. Las autoridades sabían quién era y si alguna vez volvía a Cleveland, sería procesado.
Sin embargo, para ellos, Rick era un fugitivo y los Panthers tenían que protegerlo, tanto fuera como dentro del campo.
El sábado acabó siendo tan educativo como el viernes. Livvy lo llevó al Teatro Regio, un lugar que Rick estaba orgulloso de haber visto, luego al Museo Diocesano, a la iglesia de San Marcellino y a la capilla de San Tommaso Apostólo. Al mediodía comieron una pizza en los jardines del Palazzo della Pilotta.
– No pienso pisar ni una sola iglesia más -anunció Rick, derrotado. Estaba estirado en la hierba, embriagándose de sol.
– Me gustaría ver la Galería Nacional -contestó Livvy, acurrucándose junto a él, con sus piernas bronceadas por todas partes.
– ¿Qué hay allí?
– Muchos cuadros, de toda Italia.
– No.
– Sí, y luego el museo arqueológico.
– Y luego ¿qué?
– Luego estaré cansada, nos iremos a dormir, echaremos una siesta y pensaremos adonde ir a cenar.
– Mañana tengo partido. ¿Es que quieres matarme? oí.
Después de dos días de diligente turismo, Rick estaba ansioso por salir a jugar, con lluvia o sin ella. No veía el momento de dejar atrás las viejas iglesias al volante de su coche, llegar al campo, ponerse el uniforme y ensuciarlo de barro o incluso golpear a alguien.
– Pero si está lloviendo -protestó Livvy ronroneando bajo las sábanas.
– Pues habrá que aguantarse, animadora. El espectáculo debe continuar. -Livvy se dio la vuelta y puso una pierna sobre el estómago de Rick-. No -dijo este, con convicción-, antes de un partido, no. De todas maneras, ya me flaquean las piernas.
– Creía que eras el típico quarterback semental.
– Por ahora solo quarterback.
Livvy retiró la pierna y se volvió para levantarse de la cama.
– ¿Con quién juegan hoy los Panthers? -preguntó, incorporándose y dándose la vuelta, zalamera.
– Con los Gladiatori de Roma.
– Qué nombre. ¿Juegan bien?
– Son bastante buenos. Tenemos que irnos.
Rick la dejó bajo la cubierta de las gradas locales, una entre los menos de diez seguidores que se habían reunido allí una hora antes del partido. Livvy llevaba un chubasquero y se acurrucaba bajo un paraguas, más o menos a resguardo de la lluvia. Rick casi sintió lástima por ella. Veinte minutos después, el quarterback estaba en el campo con el uniforme haciendo estiramientos y bromeando con sus compañeros, pero sin perder de vista a Livvy. Era como volver a estar en la universidad, o tal vez en el instituto, y tener ganas de jugar por el placer de jugar, por la gloria que acompañaba a la victoria, pero también por una chica bonita de las gradas.
El campo se convirtió en un lodazal, no dejó de llover durante todo el encuentro. Franco perdió el balón dos veces en el primer cuarto y a Fabrizio se le cayeron dos pases escurridizos. Los Gladiatori también quedaron embarrados hasta las orejas. A un minuto del descanso, Rick salió de la bolsa y corrió treinta yardas para anotar el primer tanto del partido. Fabrizio hizo un saque defectuoso y el marcador quedó 6 a 0 en el descanso. Sam, quien no había tenido la oportunidad de abroncarlos ni de gritarles en dos semanas, se desquitó en el vestuario y todo el mundo se sintió mejor.
En el último cuarto, había grandes charcos por todas partes y el partido fue todo un festival de resbalones en la línea de golpeo. En segunda y dos, Rick hizo un amago a Franco, otro a Giancarlo, el corredor de habilidad suplente, y lanzó por lo alto un pase largo a Fabrizio, quien salió disparado en una ruta de poste. Fabrizio lo perdió, luego lo atrapó y corrió veinte yardas sin que nadie lo tocara. Con dos touchdowns de ventaja, Sam empezó a cargar en cada jugada y los Gladiatori no consiguieron un primer down. Anotaron cinco puntos en todo el partido.
Rick se despidió de Livvy en la estación de tren el domingo por la noche y vio alejarse el Eurostar con tristeza y alivio. No se había dado cuenta de hasta qué punto se sentía solo. Estaba casi seguro de que echaba de menos la compañía de una mujer, pero Livvy había conseguido que volviera a sentirse como un universitario, aunque, por otro lado, la joven exigía muchísima atención. Consumía todo su tiempo y era bastante hiperactiva. Rick necesitaba descansar.
Un correo electrónico de su madre, del domingo a última hora:
Querido Ricky: Al final tu padre ha decidido no viajar a Italia. Está muy enfadado contigo y con esa bromita de Cleveland. Si con lo del partido no fue suficiente, ahora los periodistas no dejan de llamar preguntando por la agresión. Esa gente me repugna. Estoy empezando a comprender por qué te liaste a guantazos con ese pobre hombre de Cleveland, pero podrías haberte pasado a saludar ya que estabas por aquí. No te hemos visto desde Navidad. Intentaré ir yo, pero puede que mis divertículos empeoren. Lo mejor sería que no me alejara demasiado. Por favor, dime que volverás a casa en un par de meses. ¿De verdad que van a arrestarte? Te quiero. Mamá.
Su madre siempre hablaba de sus divertículos como si fueran un volcán en activo: estaban allí abajo, en el colon, a punto de entrar en erupción siempre que se esperaba que hiciera algo que ella no quería hacer. Hacía cinco años, Randall y ella habían cometido el error de viajar a España con un grupo de jubilados y todavía seguían quejándose del precio, del viaje en avión, de la grosería de los europeos y de la sorprendente ignorancia de la gente, que no hablaba inglés.
A Rick no le apetecía tenerlos en Italia.
Correo electrónico de vuelta a su madre:
Querida mamá: Siento que no podáis venir. De todos modos, ha estado haciendo un tiempo espantoso. No van a arrestarme. Tengo a mis abogados trabajando en ello, solo se trata de un malentendido. Dile a papá que esté tranquilo, que todo saldrá bien. Aquí se vive bien, pero añoro estar en casa. Os quiero. Rick.