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– ¿Cuánto podríais pagarle a mi chico?

– Deja que lo hable con el dueño.

– De acuerdo, yo también veré qué le parece a mi cliente.

Se despidieron después de otra batallita de Bucknell y Sam regresó a su café. ¿Un quarterback de la NFL jugando al fútbol americano en Italia? Era difícil de imaginar, pero había precedentes. Hacía dos años, los Warriors de Bolonia estaban en la Super Bowl italiana con un quarterback de cuarenta años que apenas había jugado en Oakland. Lo dejó al cabo de dos temporadas y se fue a Canadá.

Sam bajó un poco la calefacción y volvió a poner los últimos minutos del partido entre los Browns y los Broncos. Que él recordara, nunca había visto a un jugador conseguir una derrota y perder un partido que estaba tan claramente ganado. Incluso él había estado a punto de aplaudir cuando se habían llevado a Dockery del campo.

Sin embargo, le fascinaba la idea de entrenarlo en Parma.

3

Aunque hacer las maletas y mudarse casi se había convertido en un ritual, la partida de Cleveland estaba siendo un poco más estresante de lo habitual. Alguien había descubierto que tenía alquilado un apartamento en la séptima planta de un edificio de cristal, cerca del lago, y había dos periodistas greñudos con sus cámaras merodeando cerca de la garita del vigilante cuando Rick atravesó la entrada en su todoterreno negro. Aparcó en la planta subterránea y se dirigió al ascensor a toda prisa. El teléfono de la cocina sonaba cuando estaba abriendo la puerta de casa. El mismísimo Charley Cray dejó grabado un agradable mensaje de voz.

Tres horas después había cargado la ropa, los palos de golf y un equipo de música en el todoterreno. Después de trece viajes de ascensor -los contó- arriba y abajo, el cuello y los hombros lo estaban matando y tenía un dolor de cabeza punzante que los analgésicos no conseguían calmar. No debería conducir bajo los efectos de la medicación, pero iba a conducir.

Se iba, dejaba el apartamento y los muebles alquilados que contenía, huía de Cleveland, de los Browns y de sus odiosos seguidores, se largaba a otro lugar. Aunque no sabía seguro adonde.

Con buen juicio, había arrendado el piso solo por seis meses. Desde la universidad, había vivido a base de contratos cortos y muebles alquilados y había aprendido a no acumular demasiadas cosas.

Se abrió camino entre el tráfico del centro y echó un último vistazo al horizonte de Cleveland a través del retrovisor. ¡Adiós y buen viaje! Estaba la mar de contento de irse de allí. Se juró que no volvería jamás, salvo que tuviera que jugar contra los Browns, por descontado, aunque también se había prometido no pensar en el futuro. Al menos durante una semana.

A medida que dejaba atrás las afueras de la ciudad, tuvo que reconocer que Cleveland se alegraba más de su partida que él.

Había puesto rumbo hacia el oeste, más o menos en dirección a lowa, un poco a desgana, porque no le entusiasmaba la idea de volver a casa. Había llamado a sus padres desde el hospital. Su madre se había interesado por su cabeza y le había suplicado que dejara de jugar. Su padre había querido saber en qué cono estaba pensando al lanzar aquel último pase.

– ¿Cómo van las cosas por Davenport? -le preguntó Rick al final a su padre.

Ambos sabían a qué se refería. A Rick no le interesaba en absoluto la economía local.

– No muy bien -contestó su padre.

Las noticias del tiempo llamaron su atención. Nevadas abundantes en el oeste y una tormenta de nieve en lowa. Rick giró a la izquierda y, encantado, puso rumbo hacia el sur.

Una hora después el móvil empezó a vibrar. Era Arnie, que estaba en Las Vegas, y parecía bastante animado.

– ¿Dónde estás, hijo? -preguntó.

– Acabo de salir de Cleveland.

– Gracias a Dios. ¿Vas a casa?

– No, por ahora solo conduzco, hacia el sur. Tal vez vaya a Florida a jugar un poco al golf.

– Buena idea. ¿Qué tal la cabeza?

– Bien.

– ¿Alguna otra lesión cerebral?-preguntó Arnie, con una risotada impostada.

Rick había oído la misma bromita al menos un centenar de veces.

– Sí, grave -contestó.

– Mira, hijo, tengo algo entre manos, un lugar en la plantilla y la titularidad asegurada. Unas animadoras preciosas. ¿Te interesa oír más?

Rick lo repitió lentamente, convencido de que lo había entendido mal. La vicodina tenía empantanadas varias partes de su delicado cerebro.

– Adelante -dijo al fin.

– Acabo de hablar con el entrenador de los Panthers y te ofrecen un contrato ahora mismo, en el acto, sin hacer preguntas. No es mucho dinero, pero es un trabajo. Seguirás siendo el quarterback, ¡el quarterback titular! Está hecho. Todo depende de ti, hijo.

– ¿Los Panthers?

– Eso mismo. Los Panthers de Parma.

Se hizo un largo silencio durante el cual Rick intentó echar mano a sus conocimientos de geografía. Estaba claro que debía de tratarse de una liga menor, de alguna liguilla independiente tan alejada de la NFL que no se la podía tomar en serio. Seguro que ni siquiera se jugaba en estadios. Arnie tenía mejores cosas que hacer que perder el tiempo con esos equipos.

Sin embargo, no conseguía ubicar Parma.

– ¿Has dicho los Panthers de Carolina, Arnie?

– No estás escuchándome, Rick, los Panthers de Parma.

Había un pueblo llamado Parma en los alrededores de Cleveland. No entendía nada.

– Vale, Arnie, perdona por la lesión cerebral, pero ¿por qué no me dices dónde está Parma exactamente?

– En el norte de Italia, a una hora más o menos de Milán.

– ¿Dónde está Milán?

– También en el norte de Italia. Te compraré un atlas. De todos modos…

– Allí llaman fútbol a otra cosa, Arnie. Te has equivocado de deporte.

– Escúchame bien. En Europa también tienen ligas establecidas desde hace mucho tiempo. Es un deporte con mayúsculas en Alemania, Austria e Italia. Puede ser divertido. ¿Dónde está ese espíritu aventurero?

Rick empezó a notar las punzadas de dolor en la cabeza; necesitaba otra pastilla, pero ya estaba prácticamente colocado y que lo detuvieran conduciendo bajo los efectos de las drogas era lo último que necesitaba. El poli le echaría un vistazo al carnet e iría a buscar las esposas, o incluso la porra.

– Creo que no me interesa.

– Deberías pensarlo, Rick. Tómate un año libre, ve a jugar a Europa, deja que las aguas vuelvan a su cauce por aquí. Tengo que decírtelo, hijo, no me importa seguir haciendo llamadas, pero la cosa está mal, muy mal.

– No me interesa oírlo, Arnie. Mira, ya hablaremos más tarde. Este dolor de cabeza está matándome.

– Claro. Consúltalo con la almohada, pero tenemos que hacer algo, y pronto. El equipo de Parma busca un quarterback. La temporada allí está a punto de empezar y están desesperados. Es decir, no por fichar a cualquiera, pero…

– Ya lo he entendido, Arnie. Ya hablaremos.

– ¿Te suena el queso parmesano?

– Claro.

– Pues lo hacen allí. En Parma. ¿Lo captas?

– Si quisiera queso, iría a Green Bay -contestó Rick, creyéndose muy despierto, a pesar de los medicamentos.

A la afición de los Packers de Green Bay se la conocía como los «cabezaqueso».

– He llamado a los Packers, pero todavía no me han devuelto la llamada. -No quiero oírlo.

Se acomodó en uno de los reservados del restaurante de un abarrotado bar de carretera cerca de Mansfield y pidió patatas fritas y un refresco de cola. Veía un poco borrosas las letras del menú, pero se tomó otra pastilla; el dolor de la zona lumbar estaba matándolo. Había cometido el error de acabar viendo lo más destacado en la ESPN en el hospital cuando el televisor volvió a funcionar. Se había encogido, incluso se había estremecido al ver con qué dureza lo habían golpeado y luego había quedado tumbado en el suelo, hecho un guiñapo.