Tras la patada, el señor Maschi entró pavoneándose en el campo, pero con algo menos de garbo en los andares. Después de todo, no lo habían matado.
– Yo me encargo de él -dijo Franco. ¿Por qué no?, pensó Rick. Comunicó un drive, se lo pasó a Franco y vio horrorizado que este perdía el balón. Sin saber cómo, una rápida rodilla pateó el balón, que salió alto sobre la línea de golpeo. En la melé que se siguió, la mitad de los jugadores del campo tocaron el balón suelto mientras este giraba y botaba de un grupo a otro hasta que finalmente rodó a toda velocidad y sin dueño fuera del campo. Los Panthers conservaron la posesión del balón. Avance de dieciséis yardas.
– Debe de ser nuestro día de suerte -musitó Sam para sí mismo.
Rick redistribuyó al equipo atacante, distribuyó a Fabrizio a la izquierda y le lanzó para ocho yardas en un pase exterior hacia la línea de banda. La jugada de pase corto funcionó por dos razones: porque Fabrizio era demasiado rápido para marcarlo de cerca, por lo que McGregor tuvo que ceder terreno abajo, y porque el potente brazo de Rick era imparable en el juego corto. Fabrizio y él habían pasado horas ensayando las trayectorias: quickouts, slants y ganchos.
La clave residiría en cuánto tiempo estaría Fabrizio dispuesto a recibir las embestidas de McGregor tras recibir los pases de Rick.
Los Panthers anotaron al final del primer cuarto, cuando Giancarlo saltó por encima de una avalancha de bloqueadores, aterrizó de pie y corrió diez yardas como una bala hacia la zona de anotación. Fue una maniobra increíble, audaz y acrobática, y estalló la locura entre los fieles del Parma. Sam y Rick sacudieron la cabeza. Aquello solo pasaba en Italia. Los Panthers iban por delante 14 a 7. Los despejes llegaron en el segundo cuarto, con ambas líneas ofensivas a medio gas. A Maschi estaba costándole despejarse y volver a ser el de antes. Según Rick, que tenía una buena visión desde la seguridad del interior de la bolsa de protección, Maschi realizó algunas jugadas espectaculares. Sin embargo, el bergamés no parecía inclinado a regresar a sus cargas de kamikaze. Franco siempre estaba al acecho, cerca de su quarterback.
A un minuto del final de la primera parte y con los Panthers por delante por un touchdown, se vivió el momento crucial del partido. Rick, que no había lanzado una intercepción en cinco partidos, al final lo hizo. Ocurrió en un gancho a Fabrizio, que estaba abierto, pero el balón salió demasiado alto. McGregor lo atrapó en el medio campo y dispuso de una buena trayectoria hasta la zona de anotación. Rick salió disparado hacia la línea de banda, igual que Giancarlo. Fabrizio consiguió tocar a McGregor lo suficiente para hacerlo girar y frenarlo un poco, pero este siguió en pie y continuó corriendo. Giancarlo fue el siguiente, y cuando McGregor quiso hacerle una finta, de repente se encontró en trayectoria de colisión con el quarterback.
El sueño de cualquier quarterback es asesinar al safety que intercepta su pase, un sueño que nunca se hace realidad porque la mayoría de los quarterbacks prefieren estar lo más lejos posible de un asegurador con el balón y decidido a marcar. Solo es un sueño.
Sin embargo, Rick llevaba machacando cascos todo el día y por primera vez desde el instituto buscaba el contacto. De repente andaba suelto un asesino, alguien a quien había que temer. Con McGregor en el punto dé mira, Rick imprimió velocidad a su carrera, salió disparado hacia delante, olvidó cualquier preocupación por su propia integridad y se lanzó hacia su objetivo. El impacto fue contundente y brutal. McGregor cayó hacia atrás como si le hubieran disparado en la cabeza y Rick estuvo aturdido unos segundos, pero se puso en pie de un salto como si se tratara de una colisión cualquiera.
El público estaba boquiabierto y encantado al mismo tiempo ante tal caos.
Giancarlo cayó sobre el balón y Rick decidió agotar el tiempo. Cuando abandonaron el campo al final del segundo cuarto, Rick echó un vistazo al banquillo del Bérgamo y vio a McGregor caminando con prudencia junto a un preparador físico como un boxeador al que acaban de tumbar.
– ¿Es que querías matarlo? -le preguntaría Livvy más tarde. No parecía indignada, pero desde luego tampoco admirada.
– Sí -contestaría Rick.
McGregor no regresó al campo y la segunda mitad pronto se convirtió en un espectáculo para lucimiento personal de Fabrizio. El Catedrático se puso al frente de su equipo y no tardó en ser superado en una ruta de poste. Si jugaba corto, no había manera de sacarse a Fabrizio de encima. Si decidía jugar largo, como prefería, Rick lanzaba diez yardas que enseguida subían al marcador. Los Panthers anotaron en dos ocasiones en el tercer cuarto. En el último, los Lions adoptaron la estrategia del doble mareaje sobre Fabrizio. Uno de los marcadores sería el Catedrático, quien para entonces estaba sin aliento y completamente sobrepasado, y el otro un italiano que no solo era demasiado bajo, sino también demasiado lento. Cuando Fabrizio lo superó corriendo en un pase de ruta profunda y atrapó uno largo y bonito que Rick le había lanzado desde medio campo, el marcador se puso 35 a 14 y entonces empezó la celebración.
Los seguidores del Parma encendieron fuegos artificiales, no dejaron de cantar, ondearon enormes pancartas como en el fútbol europeo y alguien lanzó la obligatoria bomba de humo. En el otro lado del campo, los seguidores del Bérgamo estaban callados y desconcertados. Después de ganar sesenta y siete partidos consecutivos, nadie había previsto una derrota. La victoria era lo natural.
Perder un partido reñido ya habría sido muy frustrante, pero lo cierto era que estaban dándoles una paliza. Enrollaron las pancartas y recogieron el resto de la parafernalia. Las guapas y pequeñas animadoras estaban calladas y muy tristes.
Muchos jugadores de los Lions no habían perdido nunca y, en general, lo hicieron con dignidad. Sorprendentemente, Maschi era un hombre de natural bondadoso que se sentó en la hierba después de quitarse las hombreras y charló con varios Panthers bastante después de que el partido acabara. Admiraba a Franco por la carga brutal, y cuando oyó que llamaban a la jugada «Kill Maschi», se lo tomó como un cumplido. También admitió que la larga racha de victorias había creado demasiada presión y había alimentado demasiadas esperanzas. En cierto modo, era un alivio no tener que seguir cargando con aquel peso. El Parma y el Bérgamo volverían a encontrarse pronto, tal vez en la Super Bowl, y los Lions estarían preparados para la ocasión. Era una promesa.
Por lo general, los estadounidenses de ambos equipos se encontraban después del partido para saludarse brevemente. Era agradable oír noticias de casa e intercambiar impresiones sobre jugadores con quienes habían coincidido a lo largo de sus respectivas carreras. Sin embargo, ese día no. Rick seguía molesto por lo del «Asno» y abandonó el campo en cuanto tuvo la oportunidad. Se duchó y se cambió a toda prisa, lo celebró lo justo y luego se marchó rápidamente, con Livvy a la zaga.
Había sentido mareos en el último cuarto y estaba empezándole una aguda jaqueca en la base del cráneo. Demasiados golpes en la cabeza. Demasiado fútbol.
26
Durmieron hasta el mediodía en la diminuta habitación del pequeño albergo que había cerca de la playa, luego cogieron las toallas, la crema de protección solar, las botellas de agua y sus libros de bolsillo y se dirigieron con paso tambaleante, todavía medio groguis, a la orilla del mar Adriático, donde se instalaron a pasar la tarde. Estaban a principios de junio y hacía calor, y aunque se avecinaba la temporada turística, apenas había nadie en la playa.
– Tiene que darte el sol -dijo Livvy mientras se embadurnaba de aceite.
Se quitó la camiseta y quedaron a la vista unos cuantos cordones que tapaban aquello que era estrictamente necesario.