Charlaron sobre jugadores y entrenadores que habían conocido. El corredor de habilidad tenía que tomar un vuelo al día siguiente y ansiaba llegar a casa. Rick, claro estaba, se quedaría para jugar los playoffs, pero no había hecho planes para después. Se desearon lo mejor y prometieron verse más adelante.
El Bérgamo, con deseos más que evidentes de iniciar una nueva racha de victorias, había derrotado al Roma por seis touchdowns y había acabado la temporada ganando siete de los ocho partidos. El Parma y el Bolonia habían empatado a seis victorias y serían rivales en las semifinales. La gran noticia del día fue la derrota inesperada del Bolzano. Los Rhinos de Milán habían anotado en la última jugada y se habían colado en los playoffs.
Estuvieron bronceándose un día más y luego se cansaron de Sirolo. Se dirigieron hacia el norte y se detuvieron en la villa medieval de Urbino, donde pasaron la jornada e hicieron noche. Livvy conocía trece de las veinte regiones, y las indirectas acerca de alargar el viaje hasta haber visitado las siete que le quedaban cada vez eran menos indirectas. Sin embargo, con una visa caducada, ¿hasta dónde podría llegar?
Prefería no hablar de ello. Y se le daba muy bien ignorar a su familia, siempre que ellos hicieran otro tanto. Mientras conducían por las carreteras secundarias de la Umbría y la Toscana, Livvy estudiaba los mapas y se las arreglaba para encontrar pueblos diminutos, bodegas y antiguos palazzi. Conocía la historia de las regiones: las guerras y los conflictos, los gobernantes y sus ciudades estado, la influencia de Roma y su declive. Miraba la vieja catedral de una población y decía: «Barroca, de finales del siglo S/n», o «Románica, de principios del siglo XII», y en ocasiones añadía: «Pero la cúpula fue añadida un siglo después, obra de un arquitecto clásico». Conocía a los grandes artistas, y no solo su trabajo, sino también sus ciudades de origen, de formación, sus excentricidades y todos los hitos importantes de sus carreras. Conocía el vino italiano y sabía distinguir las infinitas variedades de uva de las regiones. Si tenían mucha sed, era capaz de encontrar una bodega oculta. Realizaban la pequeña visita y luego se lanzaban sobre la degustación gratuita.
Finalmente regresaron a Parma a última hora del miércoles por la tarde, a tiempo para una larga sesión de entrenamiento. Livvy se quedó en el apartamento («en casa») mientras Rick se arrastraba hasta el Stadio Lanfranchi para prepararse una vez más contra los Warriors de Bolonia.
27
El jugador de mayor edad de los Panthers era Tommaso, o simplemente Tommy. Tenía cuarenta y dos años y había empezado a jugar a los veinte. Su idea, de la que todo el mundo había oído hablar demasiado a menudo en los vestuarios, era retirarse únicamente cuando el Parma hubiera ganado su primera Super Bowl. Varios compañeros pensaban que ya hacía tiempo que debía haberlo hecho y su deseo de aguantar era otra buena razón para que los Panthers se dieran prisa en ganar el gran título.
Tommy jugaba de ala ofensiva y solía ser efectivo durante el primer tercio del partido. Era alto y pesaba cerca de noventa kilos, pero era bastante rápido en la salida y sabía cómo presionar al pasador. Sin embargo, en las jugadas de carrera, no podía medirse con un línea a la carga o un corredor de poder y Sam utilizaba a Tommy en contadas ocasiones. Había varios Panthers, los más mayores, que tenían suficiente con unos cuantos saques por partido.
Tommy era funcionario de carrera, tenía un trabajo indefinido y un apartamento muy moderno en el centro de la ciudad. Lo único viejo era el edificio, pues Tommy había eliminado cualquier concesión a la edad o a la historia en el interior. Los muebles eran de cristal, cromo y piel, los suelos eran de roble dorado sin encerar, las paredes estaban cubiertas de obras de desconcertante arte contemporáneo y tenía lo último en cuanto a aparatos relacionados con la tecnología del ocio, diseminados con gusto por todas partes.
La mujer que lo acompañaba esa velada, que no su esposa, encajaba a la perfección con la decoración. Se llamaba Maddalena, era igual de alta que Tommy, aunque pesaba unos cuarenta kilos menos, y era quince años más joven que él como mínimo. Mientras Rick la saludaba, Tommy abrazó y besó a Livvy y se comportó como si fuera a llevársela al dormitorio en cualquier momento.
Livvy había llamado la atención de los Panthers, aunque no era de extrañar. Era una guapa jovencita estadounidense que vivía con su quarterback allí mismo, en Parma, y como ardientes italianos que eran, no podían evitar revolotear a su alrededor para acercarse a ella. Rick siempre había recibido invitaciones para cenar, pero desde la llegada de Livvy, casi tenía que dar tanda.
Rick consiguió rescatarla del lado de Tommy y alabó la colección de trofeos y otros objetos interesantes relacionados con el fútbol americano que este poseía. Había una foto de Tommy con un joven equipo de fútbol.
– En Texas -dijo Tommy-. Cerca de Waco. Voy todos los años en agosto para entrenar con el equipo.
– ¿En un instituto?
– Si. Aprovecho las vacaciones para asistir a uno de esos campamentos de entrenamiento.
– Ah, sí, los campamentos de entrenamiento, siempre son en agosto.
Rick estaba anonadado. Jamás había conocido a nadie que se hubiera sometido voluntariamente a los horrores de un campamento de entrenamiento de verano. Además, en agosto ya no había liga italiana, ¿por qué iba nadie a querer soportar esa preparación brutal?
– Ya lo sé, es de locos -dijo Tommy.
– Sí, sí que lo es. ¿Sigues yendo?
– Oh, no. Lo dejé hace tres años. Mi mujer, mi segunda esposa, no lo veía con buenos ojos. -Lanzó una mirada cauta a Maddalena y luego continuó-: Me dejó, y yo ya estaba muy mayor. Esos críos tienen diecisiete años, son demasiado jóvenes para un cuarentón como yo, ¿no crees?
– Sin duda.
Rick siguió adelante, todavía atónito ante la idea de que Tommy, o cualquiera, pasara las vacaciones bajo el sol abrasador de Texas haciendo carreras de resistencia y lanzándose contra sacos de bloqueo.
Había una estantería de cuadernos de piel perfectamente alineados, de unos tres centímetros de ancho y con el año grabado en dorado, uno por cada una de las veinte temporadas de Tommy.
– Este es el primero -dijo Tommy.
En la primera página aparecía el calendario de partidos de los Panthers en papel satinado con los resultados añadidos a mano. Cuatro victorias, cuatro derrotas. A continuación venían los programas de los partidos, artículos de periódico y páginas de fotografías. Tommy se señaló en una foto de grupo y dijo:
– Ese soy yo, ya entonces era el número 82, aunque con diez kilos más.
Tenía un aspecto imponente y a Rick estuvo a punto de escapársele que ahora les iría bien parte de ese volumen. Sin embargo, a Tommy le gustaba ir atildado, a la última y tener buen aspecto. Era evidente que la pérdida de ese peso extra había tenido mucho que ver con su vida amorosa.
Hojearon unos cuantos anuarios más y las temporadas empezaron a mezclarse.
– Nunca hemos ganado una Super Bowl -repitió Tommy en más de una ocasión. Señaló un espacio vacío en el centro de una estantería y añadió-: Este es el lugar especial, Riick. Aquí es donde pondré una gran foto de mis Panthers en cuanto ganemos la Super Bowl. Tú saldrás en ella, ¿no, Riick? -Por supuesto.
Tommy le pasó un brazo por encima de los hombros y se dirigieron al comedor, donde les esperaban las bebidas, como dos viejos amigos.
– Estamos preocupados, Riick -dijo, muy serio de repente.
Se hizo un breve silencio. -¿Por qué estáis preocupados?
– Por el partido. Estamos tan cerca… -Se quitó la chaqueta y sirvió dos vasos de vino blanco-. Eres un gran futbolista, Riick, el mejor de toda Parma, tal vez incluso de Italia. Un verdadero quarterback de la NFL. Riick, ¿puedes asegurarnos qué ganaremos la Súper Bowl?