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– Jamás utilizaré ese billete, y lo sabe -dijo.

Rick frunció el ceño, se rascó la cabeza y una vez más dio gracias a Dios por tener una familia tan sosa y sencilla.

Tampoco era la primera vez que se preguntaba en qué apuros podría acabar encontrándose la joven. ¿Qué pasaba con el visado expirado? En fin, como era de esperar, ella lo tenía todo pensado. Italia, siendo Italia, contaba con algunas lagunas jurídicas en cuanto a sus leyes de inmigración, una de las cuales se llamaba permesso di soggiorno o permiso de estancia. A veces se concedía a extranjeros legales cuyas visas habían expirado y por lo general tenían una validez de noventa días.

Livvy se preguntaba si el juez Franco conocería a alguien en inmigración. O tal vez el signor Bruncardo. ¿Y Tommy, el funcionario, el ala defensivo que no sabía cocinar? Seguro que alguien de la organización de los Panthers sabía encontrar el hilo del que había que tirar.

Una idea maravillosa, pensó Rick. Y bastante factible, si ganaban la Super Bowl.

30

Las discusiones de última hora con la cadena que emitiría el partido por cable hicieron adelantar su inicio a las ocho de la tarde del sábado. Televisarlo en directo, aunque fuera a través de un canal de poca audiencia, era importante para la liga y el deporte, y una Super Bowl bajo los focos significaba una entrada más nutrida y un público más bullicioso. A última hora de la tarde los aparcamientos que había alrededor del estadio estaban a rebosar de incondicionales del fútbol americano que celebraban la versión italiana del picnic al lado del coche. Llegaron autobuses abarrotados de seguidores de Parma y Bérgamo. Las pancartas envolvieron el campo, como solía hacerse en los estadios de fútbol europeo. Un dirigible diminuto flotaba sobre el campo. Como siempre, era el día más importante del año para el football americano y su pequeña pero leal legión de seguidores acudieron a Milán para asistir al último partido. El recinto era un pequeño estadio muy bien cuidado que se utilizaba para la liga de fútbol europeo local. Habían retirado las porterías para la ocasión y el campo estaba meticulosamente delineado, no habían olvidado ni las líneas interiores. Una de las zonas de anotación estaba pintada de blanco y negro con la palabra «Parma» en el centro. Cien yardas (exactas) más allá, la zona de anotación del Bérgamo estaba pintada de color dorado y negro.

Varios representantes de la liga dieron pequeños discursos previos al partido y se presentó a antiguas leyendas. A continuación se realizó la ceremonia del lanzamiento de la moneda del sorteo de campo, que ganaron los Lions, y se anunciaron las largas alineaciones de los titulares. Cuando por fin los equipos ocuparon sus posiciones para la patada inicial, la tensión se mascaba en ambos banquillos y el público estaba impaciente.

Incluso Rick, el tranquilo quarterback de nervios de acero, caminaba a grandes zancadas por la línea de banda, daba palmaditas en las hombreras de sus compañeros mientras pedía sangre a gritos. Así se suponía que tenía que ser el fútbol.

El Bérgamo llevó a cabo tres jugadas y despejó. Los Panthers no habían preparado una nueva jugada estilo «Kill Maschi». Maschi no era tan estúpidó. De hecho, cuantas más grabaciones veía Rick, más admiraba y temía al apoyador central. Podía echar por tierra una ofensiva, igual que el gran L.T. En el primer down, Fabrizio recibió el doble mareaje de los dos estadounidenses -McGregor y el Catedrático-, tal como Rick y Sam esperaban. Una estrategia inteligente para el Bérgamo y el inicio de un día duro para el quarterback del Parma y su ofensiva. Rick ordenó una ruta por la banda. Fabrizio atrapó el balón, recibió un fuerte empujón del Catedrático y acabó placado por la espalda por McGregor. Sin embargo, no hubo banderas. Rick abordó a uno de los árbitros mientras Niño y Karl el danés fueron a por McGregor. Sam irrumpió en el campo, gritando y maldiciendo en italiano, y no tardó en ganarse una falta personal. Los árbitros consiguieron evitar una pelea, pero el revuelo duró unos minutos. Fabrizio estaba bien y volvió renqueante a la agrupación. En la segunda y veinte, Rick lanzó un pase largo a Giancarlo y Maschi le juntó los tobillos de golpe en la línea. Entre una jugada y otra, Rick seguía abroncando al arbitro mientras Sam incordiaba al juez de gol.

En tercera y larga, Rick decidió entregar la pelota a Franco y rezar para superar la típica pérdida de balón del primer cuarto. Franco y Maschi colisionaron con fuerza, por los viejos tiempos, y gracias a la jugada avanzaron un par de yardas sin perder la posesión del balón.

Los treinta y cinco puntos que habían anotado ante el Bérgamo el mes anterior de repente les parecieron un milagro.

Los equipos intercambiaron despejes y las defensas dominaban. A Fabrizio le faltaba el aliento y, con sus ochenta kilos, no había jugada en la que no recibiera empujones por todos lados. A Claudio se le cayeron dos pases cortos que habían sido lanzados con demasiada fuerza.

El primer cuarto terminó sin que subiera ningún punto al marcador y el público se preparó para asistir a un partido aburrido. Tal vez aburrido de ver, pero a lo largo de la línea de golpeo los encontronazos era feroces. Cada jugada era la última de la temporada y nadie quería ceder ni un centímetro de terreno. Tras un mal saque, Rick corrió hacia la banda derecha con la esperanza de salir del campo cuando Maschi apareció como por arte de magia y lo embistió, casco contra casco. Rick se puso en pie de un salto, no había pasado nada grave, pero en la línea de banda se frotó las sienes e intentó aclarar la mente.

– ¿Estás bien? -le gruñó Sam al pasar por el lado.

– Perfecto.

– Entonces haz algo.

– Vale.

Sin embargo, nada funcionaba. Tal como temían, Fabrizio estaba neutralizado y, por tanto, también el juego aéreo. Además, no había manera de controlar a Maschi. Era demasiado fuerte en el centro y demasiado rápido en los barridos. Lo hacía mucho mejor en el campo de lo que aparecía en las cintas de vídeo. Cada ataque arrancaba unos cuantos primeros downs, pero ningún equipo se aproximó a la zona roja. Los encargados de los despejes estaban empezando a cansarse.

A treinta segundos del final del primer tiempo, el pateador del Bérgamo consiguió cuarenta y dos yardas y los Lions se pusieron 3 a 0 por delante en el marcador antes de ir al vestuario.

Charley Cray -con diez kilos menos, la mandíbula todavía inmovilizada y con aspecto demacrado gracias a la piel fofa que le colgaba de la papada y los mofletes- se ocultaba entre el público, y durante la primera parte estuvo tomando algunas notas en su portáticlass="underline"

Recinto decente para jugar un partido; estadio bonito, decorado para la ocasión y un público entusiasta de cerca de 5.000 espectadores.

Dockery podría andar perdido incluso aquí, en Italia; en la primera mitad completó 3 pases de 8 tentativas para 22 yardas y ningún punto.

Sin embargo, debo decir que esto es fútbol de verdad. Los golpes son brutales; el arrojo y la entrega son tremendos; nadie se escaquea; estos tipos no juegan por dinero, sino por orgullo, y es un incentivo muy poderoso.

Dockery es el único estadounidense del equipo del Parma y cabe preguntarse si no les iría mejor sin él. Ya veremos.

No hubo gritos en los vestuarios. Sam felicitó a la defensa por el soberbio esfuerzo que estaban haciendo. Seguid así. Ya encontraremos el modo de marcar.

Los entrenadores salieron y los jugadores hablaron. Niño, que fue el primero ¿orno siempre, alabó apasionadamente los heroicos esfuerzos defensivos y luego exhortó al equipo atacante a que consiguiera puntos. Es nuestro momento, dijo. Puede que algunos de nosotros no volvamos a vivir algo así. Hay que darlo todo. Hay que echarle agallas. Al terminar, se secó las lágrimas.

Tommy se levantó y proclamó su amor por los que estaban en aquella habitación. Dijo que era su último partido y que no había nada que deseara más que retirarse como campeones.