Pietro caminó hasta el centro. Aquel no sería su último partido, pero por nada del mundo iba a permitir que el Bérgamo decidiera su carrera. Fanfarroneó sin ningún pudor que los Lions no iban a marcar ni un solo punto en la segunda parte.
Franco estaba a punto de dar la charla por finalizada cuando Rick se acercó a él y levantó una mano.
– Ganemos o perdamos -dijo, con la ayuda de la traducción de Franco-, os agradezco que me hayáis permitido jugar en vuestro equipo esta temporada.
Alto. Traducción. La habitación se quedó en silencio. Sus compañeros estaban pendientes de sus palabras.
– Ganemos o perdamos, estoy orgulloso de ser un Panther, uno de los vuestros. Gracias por aceptarme.
Traducción.
– Ganemos o perdamos, os considero a todos, ya no como a mis amigos, sino como a mis hermanos.
Traducción. Hubo alguno que parecía a punto de echarse a llorar.
– Me lo he pasado mejor aquí que en la otra NFL y no vamos a perder este partido.
Cuando terminó, Franco le dio un abrazo de oso y el equipo lo vitoreó. Aplaudieron y le dieron manotazos en la espalda.
Franco, elocuente como siempre, echó mano a la historia del equipo. Ningún equipo de Parma había ganado la Super Bowl y la hora siguiente sería la definitiva. Hacía cuatro semanas le habían dado una paliza al Bérgamo, habían acabado con la racha invencible, los habían enviado a casa con el rabo entre las piernas y estaba seguro de que volverían a vencerlos.
Para el entrenador Russo y su quarterback, la primera mitad había sido perfecta. El fútbol base, muy alejado de las complejidades de los equipos universitarios y profesionales, a veces podía planearse como las batallas antiguas. Un ataque constante en un frente podía preparar el terreno para lanzar una sorpresa en otro y hacía tiempo que habían descartado el juego aéreo, aunque no habían estado creativos en las carreras. El Bérgamo lo había detenido todo y estaban seguros de que no se les había escapado nada.
En la segunda jugada del segundo tiempo, Rick amagó un drive a la izquierda dirigido a Franco, simuló un pase corto a la izquierda para Giancarlo y luego salió corriendo por la derecha sin ningún bloqueador. Maschi, siempre rápido para lanzarse a por el balón, estaba demasiado a la izquierda y fuera de posición. Rick corrió veloz para veinte dos yardas y salió del campo para esquivar a McGregor.
Sam se encontró con él cuando Rick volvía al trote hacia la agrupación.
– Funcionará. Resérvalo para más tarde.
Tres jugadas después, los Panthers volvieron a despejar. Pietro y Silvio salieron corriendo en busca de alguien a quien hacer trizas. Bloquearon el avance tres veces. Los despejes volaban por todas partes a medida que iba consumiéndose el tercer cuarto. Ambos equipos se vapuleaban en medio del campo como dos torpes pesos pesados en el centro del cuadrilátero intercambiando derechazos, dándose de tortas y sin retroceder ni un paso.
Al inicio del último cuarto, los Lions fueron acercando el balón centímetro a centímetro a la yarda diecinueve, la penetración más profunda que habían conseguido en todo el partido, y en cuarta y cinco su pateador anotó un gol de campo fácil.
A diez minutos del final y seis puntos por debajo, el pánico y la desesperación alcanzaron nuevas cotas en el banquillo de los Panthers, y otro tanto les ocurría a sus seguidores. El ambiente era electrizante.
– Ha llegado la hora del espectáculo -le dijo Rick a Sam mientras observaban la patada.
– Sí, ten cuidado.
– ¿Bromea? Me han noqueado mejores futbolistas.
En el primer down, Rick lanzó un pase corto a Giancarlo para cinco yardas. En el segundo, amagó el mismo pase, retuvo el balón y echó a correr como una bala por la derecha, sin mareaje y sin obstáculos para veinte yardas hasta que McGregor apareció, con la cabeza gacha y cargando con dureza. Rick bajó la cabeza y toparon en una colisión espeluznante. Ambos cayeron al suelo. No había tiempo para el aturdimiento o las rodillas magulladas.
Giancarlo barrió a la derecha y Maschi lo derribó. Rick amagó una entrega, salió corriendo con el balón a la izquierda y consiguió quince yardas antes de que McGregor cargara contra sus rodillas. La única estrategia para compensar la rapidez es conseguir despistar al adversario y de repente el equipo atacante adquiere otro aspecto: los corredores en movimiento, tres receptores en un lado, dos alas cerrados, nuevas jugadas y nuevas formaciones. Rick, bajo el centro en una formación wishbone, amagó un pase a Franco, se volvió hacia el campo y le lanzó un pase a Giancarlo justo cuando Maschi lo golpeaba bajo. Una oportunidad ejecutada a la perfección, y Giancarlo que avanza a toda velocidad para once yardas. Rick amagó otra entrega de balón desde la escopeta, se lanzó a correr con la pelota sin ningún bloqueador a la vista y salió del terreno en las dieciocho yardas.
Ahora Maschi estaba obligado a adivinar las jugadas en vez de limitarse únicamente a reaccionar. Tenía más en que pensar. McGregor y el Catedrático habían aflojado el marcaje de Fabrizio al verse repentinamente bajo la presión de tener que detener al imprevisible quarterback del Parma. Siete jugadas duras llevaron el balón hasta la yarda tres y en cuarta y gol Filippo anotó un gol de campo fácil. A seis minutos del final, el Bérgamo iba 6 a 3 por delante en el marcador.
Alex Olivetto reunió a la defensa antes de la patada. Maldijo, golpeó cascos y disfrutó enardeciendo a las tropas. Tal vez demasiado. En el segundo intento, Pietro arrolló al quarterback de los Lions y les regaló quince preciosas yardas por culpa de la falta personal. El avance se estancó en el medio campo y un gran despeje se detuvo en la línea de las cinco yardas.
Noventa y cinco yardas en tres minutos. Rick evitó a Sam al salir al campo. Vio miedo en la agrupación y les dijo que se tranquilizaran, que no podían permitirse perder el balón ni que los penalizaran, que se limitaran a golpear con fuerza y que estarían en la zona de anotación en un abrir y cerrar de ojos. No necesitaron traducción.
Maschi lo provocó cuando se acercaron a la línea.
– Tú puedes hacerlo, Asno. Lánzame un pase.
Sin embargo, Rick lanzó un pase corto a Giancarlo, quien atrapó el balón con fuerza y avanzó cinco yardas de un salto. En el segundo intento, dio un giro a la derecha, buscó a Fabrizio por el centro, vio demasiadas camisetas doradas y siguió avanzando con el balón. Franco, menos mal, abandonó la pila y le hizo un feo bloqueo a Maschi. Rick avanzó catorce yardas y salió del terreno de juego. En el primer down volvió a girar a la derecha, asió el balón con fuerza y se lanzó campo arriba. Fabrizio estaba dibujando con desgana una ruta de gancho, por inútiles que hubieran sido sus esfuerzos hasta el momento por culpa del doble mareaje, pero cuando Rick retrocedió y se volvió en busca de receptor, Fabrizio salió disparado a toda velocidad. McGregor y el Catedrático eran demasiado lentos para él. Rick se detuvo a unos centímetros de la línea. Maschi estaba abriéndose paso para placarlo.
En todos los partidos llega el momento en que el quarterback, desprotegido y vulnerable, ve a un receptor desmarcado y dispone de una fracción de segundo para tomar una decisión: o lanzar el pase y arriesgarse a un bloqueo peligroso o bajar el balón y echar a correr para ponerse a salvo.
Rick plantó los pies en el suelo y lanzó el balón todo lo lejos que pudo. Tras el lanzamiento, el casco de Maschi lo golpeó bajo la barbilla y casi le partió la mandíbula. El pase acabó siendo una espiral espléndida, tan alta y tan larga que el público aguantó la respiración sin dar crédito a lo que veían sus ojos. Estuvo en el aire el tiempo de un despeje perfecto, unos segundos eternos en los que todo el mundo se quedó helado.
Todo el mundo salvo Fabrizio, quien volaba intentando encontrar el balón. Al principio era imposible calcular dónde iba a caer, pero habían practicado aquel pase Ave María cientos de veces. «Tú ve a la zona de anotación -le repetía siempre Rick-. El balón estará allí.» Cuando la pelota inició el descenso, Fabrizio comprendió que hacía falta más velocidad. Echó toda la carne en el asador, sus pies apenas tocaban el suelo. En la línea de las cinco yardas, abandonó el suelo como si fuera un saltador de longitud olímpico y atravesó el aire con los brazos completamente extendidos y los dedos estirados para atrapar el balón. Tocó el cuero en la línea de gol, se golpeó contra el suelo con dureza, se levantó rebotando como un acróbata y agitó el balón para que todos lo vieran.