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Dos camioneros de la mesa de al lado empezaron a mirarlo. Genial. ¿Por qué no se habría puesto una gorra y unas gafas de sol?

Susurraban entre ellos y lo señalaban, hasta que al cabo de poco otros clientes empezaron a mirarlo también, algunos sin demasiada simpatía. Rick sintió deseos de salir de allí, pero la vicodina dijo que no, que se lo tomara con tranquilidad. Pidió una ración más de patatas fritas e intentó llamar a sus padres. O bien estaban fuera o no querían responder al teléfono. Llamó a un amigo de la universidad, en Boca, para asegurarse un lugar donde quedarse unos días.

Los camioneros se rieron. Rick intentó no hacerles caso y empezó a garabatear unos números en una servilleta blanca de papel. Los Browns le debían 50.000 dólares por las finales. Seguro que el equipo le pagaba. Tenía unos 40.000 en el banco, en Davenport. Debido a lo inconstante de su carrera, no había invertido en bienes inmuebles. El todoterreno era alquilado: 700 dólares al mes. No tenía más ingresos. Estudió las cifras y calculó que podía contar con unos 80.000.

Dejar de jugar con tres conmociones cerebrales y 80.000 dólares no estaba tan mal como parecía. Un corredor medio de la NFL jugaba tres años, se retiraba con todo tipo de lesiones y con unos 500.000 dólares en su haber.

Los problemas financieros de Rick procedían de inversiones desastrosas. Un compañero de equipo de Iowa y él habían intentado acaparar el mercado de los túneles de lavado en Des Moines. Les habían llovido demandas y su nombre seguía en préstamos bancarios. Era dueño de la tercera parte de un restaurante mexicano en Fort Worth, y los otros dos propietarios, antiguos amigos de Rick, le exigían más capital. La última vez que comió los burritos de allí le entraron retortijones.

Había conseguido evitar la bancarrota con la ayuda de Arnie, los titulares se habrían cebado con él, pero las deudas seguían acumulándose.

Un gigantesco camionero con una impresionante barriga cervecera se acercó, se detuvo junto a él y lo miró con sorna. Era el prototipo del camionero: patillas pobladas, gorra y mondadientes encajado entre los labios.

– Eres Dockery, ¿verdad?

Por un instante, Rick se planteó negarlo, pero al final decidió ignorarlo.

– Eres una porquería, que lo sepas -insistió el camionero en voz alta, para quien quisiera oírlo-. Eras una porquería en Iowa y sigues siéndolo ahora.

Se oyeron varias carcajadas detrás de él, la gente ya se había unido al espectáculo.

Un derechazo directo al barrigón y el tipo estaría gimoteando en el suelo. El simple hecho de que Rick hubiera pensado en ello lo entristeció. Los titulares, ¿por qué estaba tan obsesionado con los titulares?, no tendrían desperdicio: «Dockery se zurra con camioneros». Además, estaba claro que quien leyera el artículo estaría de parte de los otros. Charley Cray haría su agosto.

Rick le sonrió a su servilleta y se mordió la lengua.

– ¿Por qué no vas a Denver? Seguro que alelí te adoran.

Más risas.

Rick añadió unas cuantas cifras más inventadas a la lista y fingió no haber oído nada. Al final, el camionero siguió su camino, con aire arrogante. No todos los días se tiene la oportunidad de increpar a un quarterback de la NFL.

Tomó la 171 hacia Columbus, casa de los Buckeyes. No hacía muchos años que allí mismo había lanzado cuatro pases de anotación delante de cien mil personas, en una preciosa tarde de otoño, y se había abierto camino a través de la defensa con la precisión de un cirujano. El jugador de los Diez Grandes de la semana. Y eso solo sería el principio. El futuro era tan fulgurante que lo cegaba.

Tres horas después se detuvo para repostar gasolina y vio un motel nuevo junto a la estación de servicio. Estaba cansado de conducir. Se había dejado caer en la cama y había decidido dormir varios días de un tirón cuando sonó el móvil.

– ¿Dónde estás ahora? -preguntó Arnie.

– No lo sé. En Londres.

– ¿Qué? ¿Dónde?

– En el Londres de Kentucky, Arnie.

– Hablemos de Parma -dijo Arnie, seco y al grano.

Se traía algo entre manos.

– Creía que habíamos decidido hacerlo más tarde.

Rick se pinzó el puente de la nariz y estiró las piernas lentamente.

– Ya es más tarde. Necesitan una respuesta.

– Vale. Dame detalles.

– Te pagarán tres mil euros al mes durante cinco meses, además de un apartamento y un coche.

– ¿Qué es un euro?

– La moneda de Europa. ¿Hola? Hoy día vale un tercio más que el dólar.

– Entonces, ¿cuánto es eso, Arnie? ¿Cuál es la oferta?

– Sobre unos cuatro mil al mes.

Fue fácil hacer los cálculos, porque no había que hacer muchos.

– ¿El quarterback cobra veinte mil al año? ¿Cuánto cobra un línea?

– ¿Y eso a quién le importa? No eres un línea.

– Por curiosidad. ¿Por qué estás de tan mal humor?

– Porque estoy dedicándole demasiado tiempo a esto, Rick. Tengo otros contratos pendientes de negociar. Ya sabes que la postemporada es un caos.

– ¿Estás deshaciéndote de mí Arnie?

– Claro que no. Lo único que pasa es que, mira, creo que te convendría salir al extranjero una temporada para recargar pilas, ¿sabes?, y dejar que se cure esa pobre cabeza. Dame un poco de tiempo aquí, en casa, para evaluar los daños.

Los daños. Rick intentó incorporarse, pero ninguna parte de su cuerpo colaboró. No había hueso o músculo de la cintura para arriba que no estuviera dolorido. Si Collins no hubiera fallado el bloqueo, no habrían machacado a Rick. Líneas, no puedes vivir ni con ellos ni sin ellos. ¡Él quería líneas!

– ¿Cuánto cobra un línea?

– Nada. Los líneas son italianos y juegan porque les gusta el fútbol americano.

Rick pensó que allí los agentes debían de morirse de hambre. Respiró hondo e intentó recordar él último jugador que conociera que hubiera jugado únicamente por amor al juego.

– Veinte mil -musitó Rick.

– Que es veinte veces más de lo que estás ganando ahora mismo -le recordó Arnie, con bastante crueldad.

– Gracias, Arnie. Siempre puedo contar contigo.

– Mira, hijo, solo será un año. Visita Europa. Dame tiempo.

– ¿Qué tal se juega por allí?

– ¿Y eso qué más da? Tú serás la estrella. Todos los quarterbacks son estadounidenses, pero proceden de universidades menores y ni siquiera entraron en el draft. Los Panthers están emocionados con la sola idea de que consideres su oferta.

A alguien le emocionaba tenerlo en su equipo. Aquello era reconfortante. Pero ¿qué iba a decirles a su familia y a sus amigos?

¿Qué amigos? En la última semana le habían llamado dos personas, ni una más ni una menos.

– Hay algo más -dijo Arnie al cabo de un rato, aclarándose la garganta.

Por el tono, no podía ser nada bueno.

– Te escucho.

– ¿A qué hora te has ido hoy del hospital?

– No lo recuerdo. Puede que sobre las nueve.

– Bueno, debes de habértelo encontrado en el pasillo.

– ¿A quién?

– A un investigador privado. Tu amiguita la animadora vuelve a la carga, Rick, más preñada que nunca, y ahora se ha buscado abogados, unos verdaderos sinvergüenzas que quieren armar jaleo para que salgan sus jetas en el periódico. No dejan de llamar con todo tipo de exigencias.

– ¿Qué animadora? -preguntó Rick, al tiempo que una nueva y dolorosa punzada le atravesaba los hombros y el cuello.

– Tiffany no sé cuántos. -No tiene nada que hacer, Arnie. Se acostaba con la mitad de los Browns. ¿Por qué va a por mí?

– ¿Te acostaste con ella?

– Pues claro, cuando me llegó el turno. Si está buscando el niño del millón de dólares, ¿por qué me acusa a mí?

Una pregunta excelente, proviniendo del miembro del equipo peor pagado. Arnie había hecho hincapié en lo mismo mientras discutía con los abogados de Tiffany.

– ¿Es posible que seas el padre?