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— Prosigue tu relato — dijo.

Ella se mordió el labio y, sin más muestras de emoción, refirió el resto de la historia hasta el momento en que Drachea y ella habían alcanzado al fin la cima del promontorio y se habían encontrado delante del Castillo de la Península de la Estrella.

— No hay más que contar — dijo al fin—. Entramos en el Castillo y pensamos que no había nadie... hasta que te encontramos.

Tarod no dijo nada. Parecía perdido en sus pensamientos, hasta que Drachea no pudo aguantar más aquel silencio. Se retorcío sobre el banco y descargó un puñetazo en la mesa.

—El Castillo de la Península de la Estrella, ¡abandonado! — dijo furiosamente—. Sin el Círculo, sin el Sumo Iniciado..., con sólo un Adepto que nos dice que el mundo exterior está fuera de nuestro alcance, y no da a nuestras preguntas una respuesta que tenga sentido. Una noche al parecer eterna, sin nada que anuncie la aurora... ¡Es insensato! — Se levantó. Estas primeras palabras parecieron abrir las compuertas de su locuacidad—. No estoy soñando — prosiguió, con voz cada vez más viva—, y no estoy muerto, pues mi corazón sigue latiendo, ¡y ni siquiera los Siete Infiernos pueden ser como este lugar! Además —dijo señalando a Cyllan —, ella te conocía..., te reconoció. Tú vives; por consiguiente, también nosotros debemos de estar vivos.

—Oh, sí; yo vivo —Tarod miró su mano izquierda—. En cierto modo.

Drachea se puso tieso.

—¿Qué quieres decir con eso de en cierto modo?

— Quiero decir que estoy tan vivo como puede estarlo cualquiera en un mundo donde no existe el Tiempo.

Drachea, que había estado paseando arriba y abajo junto a la mesa, se detuvo en seco.

Tarod señaló hacia una de las altas ventanas.

—Como has observado inteligentemente, no ha amanecido. Ni amanecerá. Dime una cosa. ¿Tienes hambre?

Perplejo por la pregunta, al parecer irrelevante, Drachea sacudió la cabeza con irritación.

— ¡No, maldita sea! Tengo cosas más importantes en qué pensar que...

— ¿Cuando comiste por última vez? —le interrumpió Tarod.

—En Shu-Nhadek...

— Y sin embargo, no tienes hambre. El hambre necesita tiempo para producirse, y aquí el Tiempo no existe. Ni horas, ni días que sucedan a la noche... , nada.

Muy lentamente, como si dudase de su capacidad de coordinar los movimientos, Drachea se sentó. Ahora tenía el rostro ceniciento y sólo encontró su voz con gran dificultad.

—¿Me estás diciendo.., diciendo seriamente.., que el Tiempo ha dejado de existir?

—En este Castillo, sí. Estamos en el limbo. El mundo exterior continúa, pero aquí... — Se encogió de hombros—. Tú mismo lo has visto.

—Pero... ¿cómo ocurrió?

Drachea se debatía entre la incredulidad y una terrible fascinación por un misterio que no podía comprender. Después de su arrebato inicial, se había repuesto y sólo un débil temblor en la voz delataba su emoción.

Tarod estudió de nuevo su mano izquierda.

—El Tiempo fue desterrado.

— ¿Desterrado? ¿Quieres decir que alguien..., pero quién, en nombre de los dioses? ¿Quién pudo hacer algo así?

— Yo.

Se hizo un silencio. Drachea, desorbitados los ojos, trataba de asimilar la idea de un poder tan gigantesco que podía detener el Tiempo, y el concepto de que un hombre solo, por muy hábil que fuera, pudiese tenerlo. Tarod le observaba, impasible por fuera pero aprensivo por dentro, esperando a ver cómo reaccionaba el otro, hasta que la tensión fue rota por Cyllan.

— ¿Por qué, Tarod? —dijo simplemente.

Este se volvió para mirarla y tuvo la desconcertante impresión de que, contrariamente a lo que había previsto, ella estaba dispuesta a creerle. De pronto se echó a reír, fríamente.

—Aceptas la palabra de un Iniciado para algo que a cualquier ciudadano sensato le parecería imposible — dijo—. ¿Tiene realmente tanta influencia el Círculo? —Cyllan se ruborizó y la risa de él se convirtió en sonrisa desprovista de humor—. No he querido ofenderte. Pero no esperaba una credulidad tan absoluta.

Drachea volvió a sentarse al lado de Cyllan. Su mirada no se apartaba de la cara de Tarod y su expresión era una extraña mezcla de incertidumbre, cautela y curiosidad. Cuando habló, su voz era más firme que antes.

—Digamos, Adepto Tarod, que aceptamos la verdad de tu historia.., hasta ahora. Y yo no pretendo saber la capacidad del Círculo, y tal vez un Iniciado puede tener un poder capaz de detener el Tiempo. Pero no has contestado la pregunta de Cyllan. Además, si pudiste desterrar el Tiempo, fuera cual fuese tu propósito, ¿por qué no lo traes de nuevo?

Tarod suspiró.

—Hay una piedra, una gema — dijo pausadamente—. Yo la empleaba para conseguir la fuerza necesaria para mi trabajo. Cuando el Tiempo dejó de existir, perdí la piedra... y, sin ella, no puedo alterar esta difícil situación.

—¿Dónde está ahora la piedra? —preguntó Cyllan.

—En otra parte del Castillo, en una cámara donde debido a ciertas anomalías producidas por el cambio aquí experimentado, ya no puedo entrar.

Drachea había estado retorciéndose nerviosamente los dedos. Sin levantar la cabeza, dijo:

—Este... trabajo que dices, ¿era cosa del Círculo?

Tarod vaciló brevemente y después respondió.

— Sí.

— Entonces, ¿dónde están ahora tus compañeros Iniciados?

— Que yo sepa, no están en vuestro mundo ni en la dimensión muerta donde mora este Castillo —le dijo Tarod.

Si Drachea interpretaba mal lo que oía, él no iba a corregirle.

—Entonces, esta... circunstancia... ¿es resultado de una obra del Círculo que salió mal?

Tarod resistió la tentación de sonreír ante la inconsciente ironía de Drachea.

—Lo es.

— Entonces parece que, mal que nos pese, compartimos ahora tu situación. Y a menos que puedas recuperar la gema de que hablaste, no tenemos esperanza de liberarnos.

Tarod inclinó la cabeza, pero sus ojos no expresaron nada.

—Sin embargo, si nosotros hemos conseguido, aunque sin proponérnoslo, romper la barrera, de ello se desprende que el proceso puede invertirse —insistió Drachea.

—No puedo negarlo. Pero, hasta ahora, mis esfuerzos no han dado resultado. — Tarod esbozó una débil y fría sonrisa—. Desde luego, es posible que tu habilidad pueda triunfar donde fracasó la mía.

El sarcasmo de Tarod dio en el blanco y Drachea le dirigió una furiosa mirada.

— No me atrevería a sugerir tal cosa, Adepto. Pero pienso que haríamos bien en procurar al menos resolver este enigma, ¡si la única alternativa es esperar sin hacer nada por toda la eternidad!

Tarod vio la intención que se ocultaba detrás de las palabras de Drachea y que confirmaba su creencia de que el joven resultaría molesto. Disimulando su irritación, dijo con indiferencia:

— Tal vez.

—Ciertamente, vale la pena investigar un poco más.

—Claro que sí. —Tarod se levantó—. Entonces, tal vez preferirás estudiar el problema con calma. — Sonrió débilmente—. En fin de cuentas, no tenemos un Tiempo que nos apremie

El joven asintió con la cabeza.

— No...

La máscara de confianza de Drachea se desprendió de su rostro, y el joven miró inquieto a su alrededor en el comedor vacío.

—Y ahora, si me perdonáis... —Tarod miró a Cyllan y, después, desvió la mirada—. Creo que, de momento, tenemos muy poco más que decirnos.

Drachea podía haberlo discutido, pero Cyllan le dirigió una mirada de aviso y él se sometió, poniendo al mal tiempo buena cara.