Выбрать главу

Cyllan no estaba segura del terreno que pisaba, pero ahora que aquel recuerdo de pesadilla cedió el paso a la razón, sólo pudo encontrar esta respuesta:

—Entonces, ¿quién fue el responsable? ¿Drachea? ¡Lo dudo!

Su resuelto ataque divirtió a Tarod. Ella no le tenía miedo y, por alguna razón inexplicable, esto le gustó. Se echó a reír y Cyllan se volvió de espaldas.

—Búrlate de mí, si esto te divierte —dijo—, pero aquí no he visto más poder que el tuyo. ¡Y no parece preocuparte mucho tu manera de emplearlo!

Tarod suspiró, y su momentáneo regocijo dejó paso a la irritación.

—Puedes creer lo que quieras —replicó friamente—. No me interesa la opinión que tengas de mí, y te aseguro que nada tuve que ver con lo que te ha sucedido. Si tuviese algo que ganar con... —Se interrumpió, súbitamente furioso al darse cuenta de lo que estaba diciendo—. ¡Maldición! ¿Por qué tendría que justificarme a tus ojos? Si prefieres seguir sufriendo e ignorar la verdad, ¡allá tú!

Cyllan no replicó, sino que se dio la vuelta y escondió la cara en la almohada, con mudo resentimiento. Tarod, furioso, alargó una mano y la agarró de un brazo.

— Mírame, Cyllan. — Ella se resistió y él le sujetó la barbilla, obligándola a mirarle—. ¡He dicho que me mires!

Entonces ella le miró, irritada y dolida y desafiadora al mismo tiempo, y él le dijo, suave y maliciosamente:

—No te alces contra mí. No me gustaría hacerte daño, pero que prosperes o perezcas carece de importancia para mí.

Levantó la mano libre, doblando los dedos en un ademán casual, gracioso, pero que heló la sangre a Cyllan, y bruscamente la dejó caer de nuevo. Sería muy sencillo inspirarle un terror en comparación con el cual su alucinación sería insignificante, pero ¿de qué habría servido? Pudo percibir ahora el miedo de ella, aunque Cyllan hacía todo lo posible por disimularlo, y de pronto, sintió asco de sí mismo. Ella carecía de importancia; la idea de malgastar energía por su causa era demasiado mezquina para contemplarla, y sin embargo, había estado a punto de pegarle, como reaccionando a alguna ofensa personal.

La soltó y ella se echó rápidamente atrás, acurrucándose contra la pared. Tarod se levantó, irritado, pero antes de que cualquiera de los dos pudiese hablar se abrió la puerta del dormitorio y entró Drachea.

—¡Cyllan! Mira lo que... —y se interrumpió, abriendo mucho los ojos al ver a Tarod.

Tarod le hizo una ligera reverencia, poniendo todo su desprecio en este ademán aparentemente despreocupado.

—Heredero del Margrave, ¡espero que tus exploraciones hayan sido fructíferas!

Su mirada se fijó en el grueso libro que llevaba Drachea en las manos y, después, se trasladó, divertida, al rostro del joven. Drachea palideció y Tarod cruzó la habitación para quitarle el volumen y estudiar la cubierta.

—Muy divertido. —Volvió un par de hojas y, después, le devolvió amablemente el libro—. Si te cuesta entenderlo, estoy a tu disposición.

Dos manchas lívidas aparecieron en las mejillas de Drachea, que se dispuso a replicar, enojado; pero un breve movimiento de la mano de Tarod produjo una fuerza que le obligó a retroceder tambaleándose. Su espina dorsal chocó dolorosamente contra la pared y, cuando hubo recobrado el aliento y el equilibrio, el Adepto había desaparecido. Drachea miró sin decir nada la puerta que todavía retemblaba, y después, con violento movimiento, giró en redondo y arrojó furiosamente el libro contra la pared. La antigua encuademación se partió por la mitad y las hojas se desparramaron por el suelo.

—¡Maldita sea! En nombre de todos los infiernos, ¿qué ha venido a hacer aquí?

La pregunta no podía ser más insolente. Tarod había humillado a Drachea en presencia de Cyllan, y éste la empleaba ahora como chivo expiatorio de su cólera. Comprendiendo la acusación subyacente, Cyllan respondió, airada:

—No sé lo que él quería..., ¡no he tenido tiempo de preguntárselo! Algo ocurrió mientras tú estabas ausente, algo que...

El la interrumpió, sin prestar atención a lo que iba a decir

—¡Deja eso! Tengo cosas más importantes de que hablar. — Hurgó debajo de su chaqueta y sacó el fajo de papeles que había encontrado en el despacho del Sumo Iniciado—. Tarod puede burlarse de un libro de la biblioteca del Castillo, pero si supiese que yo tengo esto, ¡no estaría tan tranquilo! Mira, ¡mira esto! —Le arrojó los papeles, con ademán de desafio—. Ya sé la verdad sobre tu amigo Adepto, Cyllan. Adelante, ¡léelo tú misma!

Cyllan no hizo ningún movimiento para tomar los papeles. Las secuelas de su impresión, junto con el hecho de que Drachea no mostrase ningún interés por lo que le había ocurrido, y la tensión provocada por su escaramuza con Tarod, le habían irritado los nervios, y se limitó a mirar a Drachea echando chispas por los ojos.

—Por todo lo que es sagrado —dijo él—, ¡éste no es momento de andarse con chiquilladas! Estos documentos son vitales. En nombre de Aeoris, ¿quieres leerlos de una vez?

Cyllan apretó los labios y dijo, secamente:

— ¿Y dónde crees que aprendí a leer?

El la miró, perplejo.

— ¿Quieres decir... que no fuiste a la escuela?

— No. No sé escribir ni leer. ¿Tanto te sorprende? Mi clan no me envió a ningún maestro... ¡Estaba demasiado ocupada aprendiendo a destripar pescados y a conducir ganado!

Se sentía molesta, aborreciéndose por tener que confesar su ignorancia. Drachea siguió mirándola, con una expresión que podía ser de desdén o de compasión; ella no sabía de qué era. Entonces hizo un brusco movimiento para poner fin a la discusión.

—Bueno, ¿qué importa esto? Si no sabes leer, yo te leeré los documentos, ¡pero tienes que escuchar! — La agarró de un brazo y la obligó a cruzar con él la habitación—. Tienes que saber lo que ocurrió realmente aquí... , lo que hizo Tarod, ¡y lo que él es!

El tono apremiante de su voz hizo que Cyllan olvidase su resentimiento. Si él había descubierto algo vital, no podía haber disputas y tensiones entre ellos, y cuando él se sentó en la cama, ella lo hizo a su lado, mirando los papeles por encima de su hombro.

—Esto —dijo Drachea, mostrando lo que ella pensó que era una carta— fue escrito por la Señora Kael Amion, superiora de la Residencia de la Hermandad en la Tierra Alta del Oeste, y creo que nadie puede poner en duda sus palabras. Escucha; dice así: Mi querido Keridil, he puesto esta carta en manos de mi colega, la Hermana Erminet Rowald. Tu informe me impresionó terriblemente y sólo puedo dar gracias a Aeoris que, en Su sabiduría, frustró los planes del fugitivo Tarod, que fue aprehendido en mi Residencia la noche pasada. La Novicia Sashka Veyyil, cujas circunstancias te son desde luego conocidas, tuvo el valor moral de darse cuenta de cuál era su deber, y gracias a su rápida acción, podemos poner a este hombre bajo tu custodia. Es triste para el Círculo y para la Hermandad el día en que se descubren males como éste, pero, guiados por la Luz y la Ley, saldremos triunfantes. La caridad me obliga a rezar por el alma del condenado; por consiguiente, te agradecería que me comunicases la fecha de la ejecución de Tarod...

Cyllan le interrumpió, en voz baja y con incredulidad:

— ¿Ejecución?...

Drachea lanzó un risa seca.

—¡ Oh sí! Y hay más, mucho más. —Dejó la carta a un lado y tomó otro documento—. Aquí está, ¡de puño y letra de Keridil Toln! Es el informe del Sumo Iniciado sobre el juicio y la condena a muerte de nuestro amigo Tarod.

Cyllan miró, pasmada, los papeles. La escritura no significaba nada para ella, y se lamentó de su incapacidad. Algo en su interior le decía que Drachea tenía que estar equivocado, que el Círculo no podía haber tenido nunca motivos para condenar a uno de los suyos...