—Pero Tarod es un alto Adepto —dijo, con inquietud—. Esto sabemos que es verdad.
— Puede ser un Adepto. Pero, ¿qué hombre puede llevar su alma en una piedra preciosa?
—¡Qué!
—Es la pura verdad. Tarod no es un mortal como los demás; nunca lo ha sido. El Sumo Iniciado descubrió su verdadera identidad. —Drachea hizo una pausa para dar un efecto dramático a sus palabras y añadió—: ¡Tarod no es humano!
Cyllan sintió un escalofrío en lo más hondo de su ser, como por efecto de una premonición inexplicable e indescifrable.
—Entonces ¿qué es?
Drachea miró a su alrededor, como pensando que una presencia maligna les estaba observando. Las sombras estaban inmóviles y silenciosas y, antes de que el valor le abandonase, murmuró:
— Caos.
Esta palabra se clavó como un cuchillo en el sistema nervioso de Cyllan, que hizo instintivamente la señal de Aeoris delante de su cara. Todo su instinto se rebelaba contra aquel concepto: era imposible. Y Tarod, uno de los propios servidores de Aeoris...
—El Caos está muerto... —Apenas reconoció su voz—. No... no puede ser verdad, Drachea. ¡No puede ser verdad!
—Cuando era pequeño —dijo Drachea—, oí una vez a un Adepto hablar en una fiesta del Primer Día de Verano. Nos exhortó a tener siempre fe en la causa por la que vinieron los dioses a este mundo y entablaron la última gran batalla contra los Ancianos. Nos advirtió que debíamos estar siempre alerta, por si volvía algún día el Caos. Y ahora, yo diría que su exhortación estaba bien fundada.
—¡Pero el propio Aeoris desterró el Caos! —protestó Cyllan — Sugerir que los poderes de las tinieblas pueden desafiar a los dioses...
— Se estremeció—. Parece una blasfemia.
— Entonces, ¿llamas embustero al Sumo Iniciado? — replicó Drachea. Y viendo que Cyllan abría mucho los ojos, prosiguió—: Keridil Toln lo supo. Descubrió lo que era en realidad Tarod y se empeñó en destruirlo. —De nuevo miró alrededor de la estancia y añadió—: Parece que no lo consiguió.
Cyllan se levantó y se acercó a la ventana, y contempló la inquietante vista, que se había hecho familiar, de la noche iluminada por aquel resplandor infernal. Sin proponérselo, dirigió la mirada a la Torre del Norte. Ninguna luz ardía allí, y miró a otra parte.
Caos.
No podía creerlo. Tiempo atrás, en el acantilado de la Tierra Alta del Oeste, había conocido a un hombre, no a un demonio. Y sin embargo, recordaba su terror cuando se había despertado en esta habitación y se había encontrado con que Tarod le había asido la mino. Había declarado que no sabía nada de las pesadillas de ella; pero ahora, sus dudas se estaban convirtiendo en temerosa certidumbre de que sólo él podía haber sido responsable de aquéllas. Una parte ilógica de su mente quería otorgar a Tarod el beneficio de la duda; pero sabía que si lo hacía, se pondría ella misma y pondría a Drachea en un peligro inimaginable. No podía arriesgarse.
Volviéndose hacia la cama, dijo pausadamente:
— Léeme los papeles, Drachea. Por favor. Quiero... quiero saber todo lo que dicen.
Y así, con ella sentada en silencio a su lado, leyó Drachea el detallado informe del Sumo Iniciado. El relato empezó a formar una imagen espantosamente coherente: Tarod a punto de morir por una sobre-dosis de narcótico elaborado con Raíz de la Rompiente; la muerte del Sumo Iniciado, Jehrek Benamen Toin; el encuentro con Yandros, Señor del Caos, y la revelación de que en la gema del anillo de Tarod se encontraba una esencia vital creada por los poderes caóticos... Y había mucho más, al empezar los conflictos entre Tarod y el Sumo Iniciado. Pero el documento planteaba su propio misterio, al terminar con la simple declaración de Keridil Toin (sin expresar la fecha) de que «el ser llamado Tarod morirá esta noche».
Cuando Drachea terminó la lectura, se hizo un silencio absoluto. Cyllan siguió con el dedo el sello de cera aplicado al pie de la orden de ejecución; él se lo había leído, y su fría sencillez era, en cierto modo, la más terrible condena. Palpó el contorno del símbolo del Sumo Iniciado, el doble círculo partido por un rayo, y dijo al fin, a media voz:
— Pero no murió...
Drachea le dirigió una mirada imposible de interpretar.
—No... Frustró sus planes. Deteniendo el Tiempo. ¡Dioses! — La idea le hizo temblar, pero se rehízo y consigió esbozar una sonrisa—. Pero fue una falsa victoria, ¿no? El mismo se vio metido en la trampa, y ahora no puede escapar.
Cyllan cruzó inquieta los brazos y dijo:
— A menos que pueda recuperar la piedra de que habló y emplearla para poner de nuevo en marcha el Tiempo.
— ¡Sí, y ahora conocemos la verdadera naturaleza de aquella gema! Un alma nacida del Caos..., algo impensable. —Se levantó y empezó a pasear por la habitación—. Imagínate las consecuencias que podría tener la recuperación de aquella piedra. Sin ella, es bastante poderoso, y me ha dado pruebas de ello. El Círculo fracasó una vez en su empeño de aniquilarle... ¿Te imaginas de qué sería capaz, si volviese a poseer la piedra?
Cyllan se lo imaginaba, y rechazó la idea. Pero no podía aludir a otra consideración que la inquietaba y para la cual no podía hallar respuesta alguna. Dijo, vacilando:
—Y sin embargo, sin la piedra, estamos tan atrapados como Tarod. No podemos marcharnos de aquí, y ni siquiera él tiene poder para liberarnos.
— Si quisiera hacerlo... — dijo lúgubremente Drachea.
Cyllan sonrió con ironía al recordar lo que le había dicho Tarod.
— ¿Por qué no habría de querer? Nosotros no le interesamos, no le servimos de nada.
—¿Ah, no?
Ella frunció el entrecejo.
— ¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que tal vez podríamos triunfar donde él fracasó y recobrar aquella gema. Hay algo, algún poder que le impide apoderarse de ella. Pero si nosotros no estamos atados por el mismo poder, tenemos para Tarod un valor inestimable. — Drachea hizo una pausa, reflexionando—. Nosotros cruzamos la barrera que separa el Castillo del resto del mundo. No sabemos cómo ocurrió y él tampoco lo sabe; ya viste lo mucho que le impresionó nuestra llegada. Si podemos alcanzar aquella piedra, se valdrá de nosotros para que lo hagamos. Y entonces... — Dejó la frase sin terminar.
Cyllan miró de nuevo hacia la luz roja de más allá de la ventana. La idea de lo que podía ocurrir si la piedra volvía a estar en poder de Tarod era terrible; sin embargo, sin ella, no había esperanza de escapar. Una eternidad, vivida en un mundo encerrado por cuatro murallas negras, acompañada solamente de Drachea y de un hombre que no era mortal, sino que debía su origen a algo que escapaba a su comprensión... , sin cambiar jamás, sin envejecer jamás, privado incluso de la liberación de la muerte. De pronto sonrió débilmente para sí. ¿Era esta perspectiva mucho peor que la vida que había llevado? Al menos, aquí no había penalidades, ni tenía que trabajar continuamente. Aquí no le faltaba nada. Salvo, tal vez...
Drachea interrumpió bruscamente el hilo de sus pensamientos.
—Hay una manera —dijo —, sólo una manera de escapar de este lugar sin hacerle el juego a Tarod. Debemos encontrar la piedra y utilizarla nosotros.
Cyllan se volvió y le miró fijamente.
— ¿Encontrarla y emplearla? — repitió, con incredulidad—. Drachea, ¡esto no es un juego de niños! Si lo que dicen esos papeles es verdad, ¡la gema es una cosa del Caos! ¿Somos tú o yo tan grandes Adeptos que nos atreveríamos a utilizarla aunque pudiésemos?
— Al menos podemos probar — insistió tercamente Drachea—. ¿Tienes tú un plan mejor? No, ¡ya veo que no! Mira... —Se acercó a la cama y recogió los documentos desparramados—. El Sumo Iniciado habla de una cámara llamada Salón de Mármol. Parece ser el sanctasanctórum del Círculo, el lugar donde se realizaban los ritos más sagrados y se guardaban los más sagrados artefactos. — Sonrió—. Recordarás que Tarod se mostró muy misterioso en lo tocante al paradero de la gema. Yo creo que, si podemos encontrar el Salón de Mármol, encontraremos también aquella piedra.