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—Un lugar en el que, por alguna razón, Tarod no puede entrar...

— murmuró Cyllan.

La teoría de Drachea parecía plausible.

—O no quiere entrar. Es posible que sea lo único que le da miedo, y esto sólo podría redundar en beneficio nuestro. — Drachea estaba ahora hojeando los papeles —. Tendría que haber aquí algún indicio, algo que permitiese localizar el Salón de Mármol... ¡Pero no, no hay nada!

Arrojó los papeles a un lado, desanimado.

—Encontraste esto —dijo Cyllan, señalando las hojas desparramadas—. Tiene que haber, seguramente, otros documentos, algo que pueda ayudarnos.

—Sí..., en el estudio del Sumo Iniciado o, mejor aún, en la biblioteca. — Los ojos de Drachea se iluminaron de pronto—. ¡Por los dioses, Cyllan! La biblioteca.., es un tesoro de conocimientos, ¡alberga la ciencia arcana de muchos siglos! La encontré por casualidad, y pensar que está allí, abierta para mí siempre que me apetezca... — Se interrumpió al ver que la expresión de ella no había cambiado—. Bueno..., desde luego, para ti no significa gran cosa.

—Cierto —dijo ella, con cierta acritud.

El tuvo el buen sentido de ruborizarse.

— Naturalmente, estoy mucho más preocupado por nuestra triste situación y la manera de resolverla... , pero apostaría cualquier cosa a que la biblioteca puede proporcionarnos lo que necesitamos para empezar nuestra búsqueda. Tiene que haber relatos históricos que expliquen la disposición del Castillo.

Recordó su anterior visita a la biblioteca, y este recuerdo le inquietó. Aunque por nada del mundo habría confesado que tenía miedo, estaba resuelto a no volver solo allí.

Cyllan miró el libro roto sobre el suelo.

— Tarod está enterado de tu primera visita a la biblioteca —le recordó—. Debemos tener cuidado en no darle más motivos de sospecha.

Drachea sonrió con condescendencia.

—Lo que ignora no puede inquietarle. No te preocupes por Tarod. No es tan invencible como parece creer y, dentro de poco, ¡pretendo demostrárselo!

Las dos figuras que caminaban por el patio quedaban casi ocultas por la espesa sombra de la pared del Castillo, pero incluso el menor movimiento en aquella quietud sombría era bastante para llamar la atención. Tarod estaba detrás de la ventana de su habitación a oscuras en la cima de la torre, inexpresivo el semblante, mientras observaba cómo se deslizaban precavidamente a lo largo de la columnata y en dirección a la puerta del sótano. Drachea marchaba el primero y se detenía cada pocos pasos para hacer una señal imponiendo silencio. Probablemente quería mostrar a Cyllan los tesoros que había descubierto en la biblioteca, y parecía lógico prever que, desde allí, acabarían por descubrir la entrada del Salón de Mármol. Tarod no había querido especular sobre si serían o no capaces de entrar en el Salón; la fuerza que retenía al Castillo en el limbo había, de alguna manera, desviado a aquella cámara peculiar de una sincronización perfecta, y él mismo tenía la entrada vedada, con tanta seguridad como si el Salón no hubiese existido. Pero Cyllan y Drachea habían cruzado una barrera... , por lo que entraba dentro de lo posible que pudiesen triunfar donde él había fracasado.

¿Y si lo hacían? Tarod no sabía lo que encontrarían, pero de una cosa estaba seguro: el Salón de Mármol tenía la clave crucial de su esperanza de liberación. Era la única puerta para volver a los terribles planos astrales a través de los cuales había viajado para encontrar y detener el Péndulo del Tiempo y también era el lugar donde la piedra del Caos, su propia alma, estaba atrapada.

Miró de nuevo a través de la ventana y vio que las dos lejanas figuras habían desaparecido, dejando entreabierta la puerta del sótano. Por un breve instante, le asaltó un sentimiento desacostumbrado y sin embargo remotamente familiar; una sensación de anticipación mezclada con un amorfo indicio de miedo. Una sensación mu y humana... , se dijo, sonriendo para sus adentros. La imaginación debía de estar gastándole una broma; los sentimientos humanos estaban en el pasado que había enterrado para siempre. O al menos, él lo había creído así...

Tarod se apartó súbitamente de la ventana, disgustado por el giro inesperado que habían tomado sus pensamientos. Desde que había salido de la habitación de Cyllan, incapaz de resistir la tentación de aplastar a Drachea como habría aplastado a un insecto molesto, no había podido apartar de su mente aquel encuentro. Tenía poco más en que pensar, pero no estaba acostumbrado a ser inquietado por semejantes ideas. Los viejos recuerdos que habían despertado en él al encontrar a Cyllan yaciendo desmayada en el suelo se negaban a abandonar su mente, y a ellos se sumaban, complicándolos, extrañas y azarosas impresiones que centelleaban contra su voluntad en su cerebro. Lo poco que pesaba la muchacha cuando la había levantado; la aspereza de su piel cuando le había asido la mano para reanimarla; incluso la manera en que había jurado ella, como un curtido marinero, al despertar y encontrarle a su lado. Aunque le tenía miedo, no había querido dejarse intimidar, y su valor había pulsado una cuerda en algún lugar del interior de él. Entonces se había preguntado si a pesar de la indiferencia que declaraba sentir, podía confiar en ella... pero había rechazado bruscamente esta idea al recordar otra muchacha, otra joven en la que había puesto su confianza.

Sashka Veyyil había sido todo lo que no era Cyllan: hermosa, educada, segura de su posición en el mundo. El había pensado que el suyo era un amor idílico, hasta que ella le había traicionado vilmente para salvaguardar aquella posición e incluso mejorarla. Sashka languidecía ahora en el limbo con los moradores del Castillo; el amor que Tarod había sentido por la joven se había convertido en un desprecio total, y la idea de la terrible situación en que ella se encontraba le producía una satisfacción malévola. Pero, contra toda lógica, la presencia de Cyllan en el Castillo había resucitado aquellos viejos tiempos, despertado algo que no hubiese debido existir.

De pronto se sintió irritado, contra él mismo y contra la mujer. La preocupación que había sentido cuando la había encontrado inconsciente había quedado reducida a cenizas, y era así como debía continuar. Para él, Cyllan no era más que un instrumento que, si la fortuna le favorecía, podría emplear para sus propios fines, y si ella sufría en el proceso, esto carecía de importancia. Poner su fe en ella habría sido una locura; observaría y esperaría, comprobaría el valor que tenía para él y la emplearía. Aparte de esto, ella no era nada.

Tomando un libro que había leído ya dos veces, Tarod se sentó, haciendo oídos sordos a una voz débil y lejana que le acusaba de querer engañarse. Estas flaquezas humanas eran cosa del pasado. Y el pasado estaba muerto.

Cyllan contempló asombrada los miles de libros y manuscritos desperdigados por el suelo del sótano o alineados en los estantes. Al dar un paso hacia delante, tropezó con un enorme volumen encuadernado en negro y se apartó rápidamente a un lado, temerosa de estropear alguno de los preciosos libros.

Drachea no tenía tantos escrúpulos. Ahora que tenía una compañera para darle valor, había olvidado su primera e inquietante experiencia aquí y revolvía los libros, separando los que parecían prometedores. Cyllan le observaba, consciente de su propia insuficiencia: salvo para encontrar algún sentido a un mapa, no podía representar ningún papel en la búsqueda de claves. Desanimada, se dirigió al fondo del sótano, donde la luz parecía ser un poco más intensa... , y se detuvo al advertir una puerta pequeña y baja en el fondo de un hueco de la pared, y que sólo era visible desde muy cerca. La tocó, impulsada por la curiosidad, y la puerta se movió, al principio con dificultad y después de par en par al aflojarse los goznes.