—Drachea...
El respondió con un gruñido de rechazo, pero ella insistió.
—Drachea, ¡mira! Hay otro pasillo...
El levantó la cabeza y miró a su alrededor; después se quedó inmóvil. Había reconocido aquella puerta; era la misma que había descubierto involuntariamente en su momento de pánico, aquí a solas, y no le gustaba recordar aquel incidente.
—Sin duda no tiene importancia —dijo con fingida indiferencia.
— Yo creo que sí...
Cyllan frunció el entrecejo. El estrecho y débilmente iluminado corredor que descendía en fuerte inclinación la intrigaba; la intuición le decía que allí había más de lo que veían los ojos, y dio unos pasos en el pasillo. La luz aumentó; todavía era débil, pero se hacía inconfundiblemente más intensa, como si su fuente oculta estuviese en el extremo del corredor. Cyllan quería seguir explorando.
— Drachea, creo que deberíamos investigar. Tal vez estoy equivocada, pero... creo que deberíamos hacerlo.
Oyó que Drachea maldecía en voz baja, con impaciencia; después sonaron sus pisadas en las losas y se reunió con ella.
— Mira — dijo quedamente ella, señalando—. La luz...
El joven comprendió lo que ella quería decir y esto despertó su curiosidad. A fin de cuentas, aquí no había nada que temer: ni monstruos al acecho, ni demonios, ni fantasmas, salvo aquellos que quisiera crear su propia mente.
—Muy bien —dijo, apartándola a un lado y poniéndose en cabeza—. Si te empeñas, ¡veremos adonde conduce esto!
Echó a andar, de prisa y sin esperar a que ella le alcanzase. Cyllan corrió tras él y, entonces, casi incapaz de detenerse en la brusca pendiente, estuvo a punto de chocar con Drachea, que se había detenido en seco, lanzando una exclamación de sorpresa.
Se hallaban ante una puerta de metal, pero era un metal que ninguno de los dos había visto antes. Tenía un brillo apagado, como de plata vieja y oxidada; sin embargo daba bastante luz para iluminar el pasillo y filtrarse en el sótano. Una iluminación peculiar y sin origen conocido... Algo en ella hizo que a Cyllan se le erizasen los cabellos, y su mano se detuvo a medio camino, sin atreverse a tocar la puerta.
Drachea había olvidado su escepticismo y contempló la puerta con nuevo interés.
—El Salón de Mármol... —dijo, hablando a medias consigo mismo.
Cyllan le miró.
—¿Crees que puede serlo?
— No lo sé. Pero parece posible..., incluso probable.
Lamiéndose los resecos labios, alargó una mano y dio a la puerta un empujón de prueba. Sintió un hormigueo en los dedos, que se transmitió a la mano y al brazo, y la puerta no se movió.
Drachea retiró la mano y la sacudió.
—Sea lo que fuere lo que hay detrás, debe ser importante. Esta puerta está cerrada o bien mágicamente protegida.
—Hay una cerradura —dijo Cyllan, señalando una pequeña ranura en un lado de la plateada superficie.
—Sí... —Drachea se agachó y miró entornando los ojos, pero teniendo buen cuidado de no volver a tocar la puerta. Después sacudió la cabeza y se levantó—. No se ve nada. — El resentimiento y la frustración se dejaron sentir en su voz—. Pero es el Salón de Mármol. ¡Lo siento en mis huesos!
Ella no respondió, pero siguió mirando la puerta. Sintió en su espina dorsal aquel cosquilleo que conocía tan bien; como si algo que estaba junto a los bordes de su conciencia psíquica estuviese despertando y asomándose a la superficie. Su visión se deformó momentáneamente de manera que vio la puerta de plata como desde una gran distancia; la ilusión pasó rápidamente, pero cuando sus sentidos recobraron la normalidad, pensó..., no, se imaginó, se dijo a sí misma, que sentía una presencia al otro lado. Algo que vivía, que sentía que ellos estaban allí, que esperaba y observaba...
Tal vez tuvo Drachea alguna impresión parecida, pues retrocedió súbitamente y palideció.
—La llave —dijo—. Tiene que haber una llave.
—Tú registraste el estudio del Sumo Iniciado — le recordó Cyllan—. ¿No había nada allí que pudieses pasar por alto?
—No lo sé... , es posible. Aunque sospecho que es más probable que, si esta puerta conduce al lugar que nosotros pensamos, la llave esté en posesión de Tarod. —Sonrió débilmente—. En fin de cuentas, si tú estuvieras en su lugar, ¿no tomarías esta precaución para que no fuese descubierto tu secreto?
Esto era lógico y, si Drachea estaba en lo cierto, la idea de intentar hacerse con la llave no le parecía muy alentadora a Cyllan. Sin embargo, quería abrir aquella puerta y ver lo que había detrás. Algo en este misterio la atraía, y no tenía nada que ver con la enigmática joya. Algo la estaba llamando, citándola, y el deseo de responder a la cita adquiría proporciones desmesuradas.
Alarmada por la fuerza de sus propios sentimientos, se apartó de la puerta y creyó oír, tan débilmente que podía ser una ilusión, un suspiro surgido de ninguna parte y que se perdió a lo largo del pasillo. Miró hacia atrás, no vio nada y, entonces, se dio cuenta de que Drachea estaba tan inquieto como ella.
—Deberíamos irnos —dijo a media voz.
Él asintió con la cabeza, tratando de disimular su anhelo. Volveremos. Encontraremos la llave, de alguna manera, y volveremos.
Le asió la mano al volverse y echar a andar de regreso a la biblioteca, Cyllan no sabía si para tranquilizarla a ella o para tranquilizarse él mismo. Al llegar al salón abovedado, Drachea cerró cuidadosamente la pequeña puerta detrás de ellos y, después, recogió los libros que había elegido.
—No sé si Tarod viene aquí alguna vez, pero no me gustaría encontrarme cara a cara con él. —Su sonrisa era forzada—. Será prudente que no nos entretengamos demasiado.
Cyllan no sabía lo que había sentido él detrás de la puerta de plata y dudaba de que se lo dijese. Ella no dijo nada; solamente miró una vez atrás, reflexivamente, mientras salían de la biblioteca y empezaban a subir la escalera.
CAPÍTULO 6
Gant Ambaril Rannak trataba de dominar su impaciencia y su irritación, pero era una batalla perdida. Se levantó y miró a través de la larga ventana del salón, sin que su mente registrara la vista de los jardines que ya empezaban a florecer. Estaba demasiado perturbado por el sonido de los sollozos ahogados de su esposa. Era el día de su cumpleaños, y tendrían que haberlo celebrado. En vez de esto, estaban sumidos en una pesadilla de la que parecía imposible despertar: el misterio de la desaparición de su hijo mayor.
Si por lo menos hubieran recibido alguna noticia... El heredero de un Margraviato no se desvanecía, simplemente, sin dejar rastro. Alguien tenía que haber visto a Drachea saliendo de la plaza del mercado con aquella maldita vaquera y, sin embargo, aunque había empleado todos sus recursos, que no eran pocos, Gant no había podido encontrar un solo testigo de lo que le había sucedido a su hijo. Al principio, había considerado la posibilidad de que el Warp que se había desencadenado aquel día sobre Shu-Nhadek se los hubiese llevado a los dos; pero conocía a su hijo, y su hijo no era tan imbécil como para dejarse sorprender de una manera tan espantosa.
Desde luego, se había formulado la teoría de que el jefe de los boyeros estaba detrás de todo el asunto: había utilizado a la muchacha para atraer a Drachea y le retenía para obtener algún rescate. Estos crímenes no eran raros y, con el aumento de la delincuencia en el último año, había bastantes rufianes que considerarían que el riesgo valía la pena. En los primeros accesos de furia y de angustia, Gant había hecho encarcelar al boyero y le había interrogado despiadadamente, pero pronto se puso de manifiesto que Kand Brialen no sabía nada del suceso. Su horror había sido dolorosamente genuino y, aunque éste se debiese más al miedo de perder un rico cliente que a la preocupación por la suerte de su sobrina, Gant se había visto obligado, muy a su pesar, a desechar sus sospechas.