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Y así, frenético por tener noticias y frustrado a cada paso, Gant había empleado todos sus considerables recursos en lo que había sido, hasta ahora, una búsqueda totalmente inútil. La milicia provincial bajo su mando no había descubierto nada; las videntes de la Hermandad habían ejercitado sus dotes sin el menor resultado... y ahora parecía que incluso su última esperanza iba a fallarle.

Se volvió hacia el lugar donde un hombre corpulento, con la insignia de oro de los Iniciados sobre el hombro, conferenciaba en voz baja con la Señora Silve Bradow, superiora de la más importante Residencia de la Hermandad en la provincia. Por pura casualidad, Hestor Tay Armeth, Adepto de cuarto grado del Círculo, se hallaba en la Residencia cuando llegó el mensajero de Gant para pedir ayuda a la Hermandad, y Silve Bradow, que había sido nombrada recientemente para su cargo y nunca había tenido que intervenir personalmente en un problema de esta importancia, había solicitado inmediatamente el consejo de Hestor.

Pero ahora parecía que el representante del Círculo no tenía poder para ayudarles. Lejos de ofrecer la solución que Gant y su familia ansiaban, Hestor se había andado hasta el momento con rodeos. El Margrave sospechaba que, detrás de su actitud ambigua, había algo más que lo que saltaba a la vista, pero no podía sonsacarle, y su paciencia, debilitada por la preocupación que roía todas las fibras de su ser, se estaba agotando.

Giró sobre sus talones y carraspeó con fuerza para llamar la atención de los otros. La Margravina sorbió y se enjugó los ojos, y miró a su marido con llorosa esperanza.

— Adepto — dijo Gant, en un tono cortés, pero no exento de acritud—, me perdonarás que te hable francamente, pero este asunto se hace más urgente a cada minuto que pasa. Mi hijo y heredero ha desaparecido, y todos los esfuerzos para encontrarle han sido vanos. Acudo al Círculo en busca de ayuda, como sin duda tiene derecho a hacer cualquiera en tales circunstancias, ¡y parece que nada puedes decirme! Te haré una simple pregunta: ¿puedes ayudarme, o no?

Hestor y la Señora Silve cambiaron una mirada y, después, la Superiora cruzó las manos y miró al suelo alfombrado mientras Hestor respondía:

— Margrave, lo único que te he dicho es que no puedo prometerte nada. Existen complicaciones que...

Gant le interrumpió:

—Por lo que veo, Señor, la única complicación es la naturaleza misteriosa de la desaparición de mi hijo. Seguramente, en este caso hay razones suficientes para informar al Sumo Iniciado de lo que ocurre. — Se pasó la lengua por los labios—. Conozco a Keridil ToIn, como conocí a su padre Jehrek, y estoy seguro de que él desearía estar informado y ofrecerme la ayuda del Círculo. —Gant hizo una pausa, preguntándose si Hestor reaccionaría a la amenaza implícita en sus amables palabras; después, al ver que el hombre se mostraba impasible, añadió—: Desde luego, si prefieres tomar la responsabilidad sobre tus hombros...

El Adepto sonrió reservadamente y sin entusiasmo.

— No quisiera mostrarme presuntuoso, Margrave. Naturalmente, me aseguraré de que el mensaje llegue al Castillo; pero estas cosas requieren tiempo, y el tiempo puede no estar de nuestra parte.

Gant encogió tristemente los hombros.

— Sin embargo, parece ser nuestra única esperanza, ya que todo lo demás ha fracasado. — Miró a su esposa—. He oído decir que se están realizando experimentos para emplear aves de rapiña como mensajeros en casos de emergencia. Si pudiéramos usar este método, la noticia llegaría al Sumo Iniciado mucho antes de lo que tardaría en llevarla un buen jinete.

— He oído algo de esto — dijo precavidamente Hestor—. Los halconeros de la Provincia Vacía han estado empleando aves, y el procedimiento está siendo también ensayado en Wishet. Pero en cuanto a su eficacia...

—¡Maldita sea! ¿Acaso no vale la pena intentarlo? —bufó Gant, y después, haciendo un esfuerzo, dominó su mal genio—. Discúlpame, pero seguramente comprenderás mis sentimientos. La Margravina está loca de preocupación y de dolor, y si el Círculo no puede ayudarnos, ¡nada podremos ya hacer!

De momento, Hestor desvió la mirada; después pareció recobrar su aplomo y la fijó de nuevo en la del Margrave.

— Desde luego, Margrave, tienes razón, y te pido disculpas si he parecido vacilar o mostrarme reacio. No puedo saber cómo te ayudará el Círculo..., pero haré lo que esté en mi mano. Te lo aseguro.

— Entonces, ¿informarás al Sumo Iniciado?

—Con toda la rapidez posible.

La Margravina suspiró débilmente y su marido cruzó la estancia para palmearle el hombro con rígido afecto.

—Bueno, querida, ya has oído lo que ha dicho el Adepto. Podemos contar con la ayuda del Círculo. Si algún poder en el mundo pue de devolvernos a Drachea, es el del Círculo. — Miró de nuevo a Hestor —. Aunque la celebración no será tan alegre como en ocasiones anteriores, dadas las circunstancias, hoy daremos una pequeña cena en familia para celebrar el cumpleaños de la Margravina. Será para mí un honor si la Señora y tú queréis acompañarnos.

Hestor se inclinó ligeramente.

— Gracias, Margrave, pero creo que descuidaría mi deber si no pusiese en marcha la investigación del Círculo sin la menor dilación. He prometido acompañar a la Señora Silve a su Residencia y después emprenderé el camino hacia el Norte.

En su fuero interno, Gant se sintió aliviado por la negativa. La cena de cumpleaños sería ya bastante triste sin que la presencia de extraños violentara todavía más la situación. Llamó a un criado para que trajese los caballos de los visitantes delante de la casa, y se despidió formalmente de ellos en la puerta. Les observó alejarse en dirección al camino, frunciendo los párpados contra el sol declinante y deseando poder identificar la nueva sensación de inquietud que se agitaba dentro de él. Algo iba mal. Las seguridades que le había dado el Adepto las había obtenido con demasiada facilidad, y había tenido la firme impresión de que los dos le ocultaban algo. No sabía si esto afectaba directamente a su hijo, pero el instinto le decía que era un mal presagio.

Los caballos y sus jinetes se perdieron de vista y una nube cubrió la cara del sol, proyectando una sombra triste sobre el suelo. Gant aflojó las manos, que había mantenido inconscientemente rígidas, dio media vuelta y, encorvado como un viejo, volvió a entrar en la casa.

— Ojalá no me hubiese visto obligado a mentirle. — Hestor retuvo su caballo para dejar pasar a una carreta por el estrecho camino— Sienta un mal precedente.

La señora Silve sacudió la cabeza.

— No tenías elección Hestor. —El raro defecto de pronunciación de algunas palabras era una peculiaridad que tenía desde la infancia—. A fin de cuentas, no podíamos z-decirle la verdad.

El Adepto suspiró entre los dientes apretados.

— ¿Qué podía hacer, si no? ¿Enviar a la Península de la Estrella un mensaje que no podrá ser entregado? Compadezco al Margrave, lamento lo que le ocurre, pues yo también tengo hijos, pero hay asuntos urgentes que requieren mi atención más que la desaparición de un joven irresponsable que probablemente está viviendo con alguna ramera a menos de medio día de viaje de aquí.

Silve entrecerró los ojos.

— Este sentimiento no te -honra, Hestor.

—No... no; lo siento; fue una idea impertinente. Atribúyelo a mi preocupación... No puedo dejar de pensar en mi propia familia que quedó en el Castillo y de preguntarme qué habrá sido de ella..., qué habrá sido de todos ellos.

—¿Todavía no has recibido noticias? —preguntó ella.