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Recordó que una vez había renunciado a la piedra del Caos con toda la pasión de que, entonces, había sido capaz. Se había jurado destruirla, aunque significase su propia destrucción, y cuando el Círculo se había vuelto contra él, había luchado contra el Círculo, subordinando su lealtad como Iniciado a la más importante fidelidad que debía a Aeoris y a los Dioses Blancos. Desde que había perdido la piedra, y su humanidad con ella, había olvidado aquel desesperado juramento, pero ahora le hostigaba, cuando, en buena lógica, debiera estar muerto y enterrado.

Por primera vez, desde que había derrotado definitivamente al Círculo; Tarod empezaba a poner en tela de juicio tanto a sí mismo como a las motivaciones que le impulsaban. Creía que había perdido su humanidad..., pero emociones humanas de un pasado remoto y, según creía, inalcanzables, le estaban llamando de nuevo. Los recuerdos gritaban en su mente, donde había dominado la fría inteligencia; le embargaba una sensación que reconocía como de dolor. Era como si se hubiese abierto una ventana que le permitía contemplar, mirando hacia atrás, un mundo brillante y antaño muy querido que ya no podía alcanzar, y por primera vez, estos recuerdos le dolieron.

Cerró de nuevo la puerta, turbado y sin saber si lo que sentía era irritación o pesar. Por un momento, cuando ella se había erguido des a-fiadora ante él y le había retado a matarla, había querido confiar a Cyllan toda la verdad; pero el viejo y arraigado cinismo le detuvo al recordar a Sashka, que había abusado de su confianza para sus propios fines. Cyllan no era Sashka; en comparación con ésta, la vaquera era transparente como un niño, y aunque pretendiese engañarle no constituiría ninguna amenaza; sin embargo, un profundo deseo de no cometer dos veces el mismo error había sujetado su lengua. Esto y la certidumbre de que, si ella llegaba a comprender su verdadera naturaleza, se volvería contra él con tanta seguridad y con la misma violencia con que lo había hecho el Círculo. Aunque se negaba a explorar sus razones, no quería tener a Cyllan como enemiga.

Tarod no estaba acostumbrado a la indecisión, pero ahora andaba a la deriva. Le impulsaban sentimientos que anteriormente no habían existido; su camino ya no parecía claro. Por primera vez dudaba de su propia motivación.. , y esta duda daba origen a los débiles y primeros indicios del miedo.

Cerró sin ruido la puerta del pasillo, y con ella todo lo que había detrás, salvo un débil resplandor de la luz del Salón de Mármol, que se filtraba por debajo de la vieja tabla de madera. Con un esfuerzo borró de su mente todas las tristes ideas; era una técnica que dominaba y había empleado en muchas ocasiones. Su cara era una máscara, impasible e inexpresiva, como tallada en piedra, pero sus ojos verdes mostraban inquietud cuando salió de la biblioteca.

CAPÍTULO 7

— ¡Es la prueba definitiva! — Drachea agarró a Cyllan de los hombros y, muy excitado, empezó a dar vueltas con ella por la habitación—. ¡Es la prueba que necesitábamos, Cyllan! Por los dioses... ¡Pensar que nos la daría el Salón de Mármol! La piedra tiene que estar allí... , ¡ tiene que estar!

Cyllan se desprendió de sus manos, inquieta por el entusiasmo de él. —No veo que sea motivo de júbilo —dijo—. ¡Es la prueba de que nos enfrentamos con un poder contra el que no podremos combatir!

Drachea rechazó sus dudas con un confiado ademán.

—Tarod no es invencible. Según el testimonio del Sumo Iniciado, sin aquella joya no puede llamar a las fuerzas del Caos en su ayuda. Y si nosotros podemos encontrar la piedra y devolverla al Círculo...

Cyllan lanzó una risa breve y seca, desprovista de humor.

—¿Y cómo lo haremos? —preguntó—. ¿Cómo podremos poner de nuevo en marcha el Tiempo?

Drachea sonrió.

—No es tan imposible como te imaginas. He estado estudiando los libros que traje de la biblioteca, y en ellos figuran todos los ritos del Círculo con increíble detalle. Estoy convencido de que encontraré la respuesta en uno de los volúmenes. — Sus ojos se iluminaron con un celo fanático—. Piensa, Cyllan, ¡piensa lo que pasaría si pudiésemos resucitar el Círculo y poner en sus manos al causante de estos males!

Cyllan sabía que el empleo del plural no significaba nada; en su imaginación, Drachea se veía como el único salvador del Círculo, y sin duda pensaba recibir todo honor y toda gloria como resultado de ello. Era tonto, pensó, si creía que realizar esa hazaña sería cosa fácil; sin embargo, rebosaba confianza, convencido ya de su triunfo.

—Debes saber —dijo él, serenándose un poco al ver que ella no parecía compartir su entusiasmo — que, en uno de los libros, he descubierto el rito que sin duda pretendía utilizar el Círculo para destruir a Tarod. — Cyllan se volvió y él siguió diciendo—: El altar que viste es un artefacto muy antiguo, raras veces empleado. Es un tajo de ejecución.

Cyllan sintió un nudo en el estómago y comprendió por qué tenía un aura tan espantosa aquel pedazo de madera negra. Sin proponérselo, pensó en lo que debía parecer un hombre tendido sobre aquella mellada superficie, esperando el golpe final del cuchillo o de la espada... o algo peor... , y se estremeció.

—Sí; no es una ceremonia agradable —dijo Drachea, en un tono de disimulada satisfacción que ella encontró repelente—. Y sólo se realiza en circunstancias extremas. Indudablemente, cuando Tarod esté de nuevo en manos del Círculo, celebrarán el rito que no pudieron entonces realizar.

Cyllan no pudo contenerse; las palabras brotaron de su boca sin ella darse cuenta, y su voz era colérica.

— ¿Y encuentras agradable esa perspectiva?

— Y tú, ¿no? — Drachea frunció el entrecejo—. No tenemos que habérnoslas con un hombre. ¡Es un ciudadano del Caos! ¡Maldición! ¿Preferirías ver a semejante monstruo campando por sus respetos en el mundo?

Preferiría no ver a nadie morir de un modo tan bárbaro, pensó Cyllan, pero se mordió la lengua. La incomodaba el hecho de que un impulso interior la hubiese hecho salir en defensa de Tarod, pero se dijo que era solamente la crueldad de Drachea lo que le había ofendido. Sin embargo, la idea del destino de Tarod si Drachea triunfaba..., no, si Drachea y ella triunfaban, pues su causa era la misma..., la estremecía hasta la médula.

Si Drachea se dio cuenta de sus dudas, las pasó por alto, demasiado absorto en sus propios planes para prestar atención a todo lo demás.

— Debemos volver al Salón de Mármol — dijo resueltamente— y encontrar aquella joya. Y será mejor que no retrasemos lo que hemos de hacer. — Se levantó de nuevo, cruzando los brazos—. Todavía tengo en mi poder los papeles del Sumo Iniciado. Si Tarod lo descubriese, no quiero ni pensar cuál sería su reacción. Creo que lo más prudente es devolverlos con la mayor rapidez posible. — Miró hacia la puerta—. Aunque saben los dioses que me sentiría mucho más tranquilo si pudiese tener algún arma antes de volver a rondar por este edificio.

— Tiene que haber armas en el Castillo — dijo Cyllan, aunque dudaba en su fuero interno de que una espada pudiese servir de mucho contra los peligros que les acechaban—. En el festival de Investidura se celebraron torneos, asaltos de esgrima. Yo no vi ninguno de ellos, pero me los relataron. Y Tarod solía llevar un cuchillo...

Drachea le dirigió una extraña mirada, débilmente teñida de recelo, pero solamente dijo:

— Muy bien. Entonces debes encontrar las armas. Mira en las caballerizas del Castillo. El Shu-Nhadek, la milicia guardaba las amas cerca de los caballos, lo cual es bastante sensato. Tráeme una espada, ligera pero bien equilibrada. —Hizo una pausa—. Es decir, si sabes distinguir una buena espada.