Выбрать главу

—Crees que me conoces —murmuró furiosamente él—, pero te equivocas, Cyllan. ¡Te equivocas!

Ella se retorció tratando de liberarse; él la retuvo sin esfuerzo, pero tuvo que combatir una oleada de pura y cruda emoción que estaba surgiendo en su interior.

—¡No me equivoco! —El dolor se reflejaba en la voz de Cyllan, y ésta respiraba con fuerza —. ¡Sé quién eres!

— ¿Lo sabes?

— ¡Sí! He visto los documentos, Tarod. Drachea me los leyó, ¡y ahora sé por qué te vengaste con tanta crueldad! ¡Eres un miembro del Caos!

Un miembro del Caos... Sus palabras dieron en el blanco, y el dique que aguantaba la marea se rompió. Tarod sonrió de nuevo y, esta vez, su sonrisa hizo que Cyllan se estremeciese de horror. Había ido demasiado lejos... , él la mataría, y una parálisis de miedo agarrotó sus músculos al prever el golpe final, fatal.

Pero no lo descargó. En vez de esto, Tarod se echó a reír como si se tratase de una broma.

—El Caos —dijo suavemente—. No, Cyllan; esta vez no te equivocas. — La atrajo hacia sí, hasta que el cuerpo de ella quedó apretado contra el suyo y pudo sentir los rápidos latidos de su corazón—. Pero andas... desencaminada.

Levantando la mano libre, apartó los pálidos cabellos de la cara de ella. Gotas de sudor brotaban de su frente, y ahora pudo advertir que estaba temblando. Había ira en su mente; quería golpear, vengarse, y sin embargo, había más, mucho más, detrás de aquel impulso.

—No soy un demonio... —dijo, en tono ligeramente amenazador—. Soy bastante humano.

Y antes de que Cyllan pudiese apartarse, inclinó la cara sobre la de ella y la besó. Fue un beso violento, tomado, no pedido; y ella se resistió con una fuerza que le sorprendió, retorciéndose en su abrazo y arañándole. Era ágil y flexible como un gato, y su furiosa determinación pulsó otra cuerda en Tarod. Él la besó de nuevo, esta vez más sensualmente. Las nuevas sensaciones que le invadían le daban vértigo; la venganza fue eclipsada por algo más fuerte y más apremiante, y dejó completamente de pensar en Sashka.

Cyllan se desprendió desalentada, y sus miradas se cruzaron brevemente. Los ojos ambarinos de ella echaban chispas. De pronto, con una rapidez que casi pilló a Tarod desprevenido, Cyllan sacó la daga del cinto y la levantó trazando un arco en el aire.

Con un movimiento reflejo, Tarod le hizo perder el equilibrio al descargar ella el golpe, y la hoja centelleó a una pulgada de su hombro. Con la mano izquierda agarró la muñeca derecha de Cyllan y la retorció hasta que ella ahogó un grito involuntario; después apretó una vez con el pulgar y el cuchillo se deprendió de su mano.

Cyllan le miró furiosa, jadeando. Podía tener miedo, pero no se dejaba amilanar; Tarod comprendió que, a la menor provocación, lucharía contra él como un animal salvaje, y esta constatación le provocó una nueva descarga de adrenalina.

— Sabes manejar un cuchillo — dijo, entrecortadas sus palabras por los sofocantes latidos del corazón—. Pero yo hace más tiempo que tengo que luchar... ¡y sé defenderme! —Sonrió, mostrando los dientes—. ¿Puedes darme algo mejor, Cyllan?

Ella sacudió enérgicamente la cabeza.

Los ojos verdes que se fijaban en los suyos parecieron inflamarse de pronto, y Cyllan sintió que su voluntad flaqueaba ante la mirada implacable de Tarod. Trató de resistir, pero se estaba debilitando; una voz interior le recordó que no luchaba con un mortal ordinario, y el miedo surgió de nuevo... , pero mezclado con lo que era un eco de antiguos sentimientos que creía que había desterrado para siempre, un deseo abrumador...

—Cyllan... —La voz de Tarod era sibilante, persuasiva; anulaba sus defensas — ¿No tengo calor? ¿No tengo vida?

Ella trató de negarlo, pero no pudo articular las palabras. Las manos de él sobre su piel eran reales, físicas, y una necesidad largo tiempo dormida dentro de ella respondió con una fuerza que no podía combatir. Jadeó cuando los dientes de él rozaron su hombro, y la camisa, ya desgarrada, dejó al descubierto su blanca piel.

—Tarod... no. Por favor, no...

La protesta quedó interrumpida cuando Cyllan se tambaleó hacia atrás bajo una suave pero irresistible presión. Tropezó con el diván, cayó; sintió el peso y la fuerza del cuerpo de Tarod sobre el suyo. Esta vez, cuando él la besó, no pudo dejar de responderle. El terror daba paso al deseo, y ya no podía seguir luchando contra él; ya no quería luchar contra él.

Tarod levantó la cabeza. La luz salvaje de sus ojos fue de pronto mitigada por una expresión que Cyllan no se atrevió a tratar de interpretar, y él sacudió la cabeza, apartando un mechón de cabellos negros de su cara. El gesto era tan humano que ella se sintió de nuevo confusa; dijera lo que dijese el Círculo, fuera lo que fuese lo que había hecho él, seguramente no era un demonio...

—Eres valiente —dijo suavemente—. Y eres honrada... , luchas con nobleza. Podría vencerte fácilmente, Cyllan, y nada podrías contra mi deseo..., pero no lo haré. Todavía conservo algún sentido del honor... y tú no quieres rechazarme, ¿verdad? — Sus manos, ligeras y frescas sobre su piel, apartaban las molestas prendas—. ¿Vas a hacerlo?

El cuerpo de Cyllan le respondía, contra su voluntad, atormentándola con un deseo doloroso y largo tiempo reprimido que hacía que tuviese ganas de llorar y de gritar, de apartarle y sin embargo retenerle al mismo tiempo. Un gemido brotó de su garganta, y sus labios articularon involuntariamente una sola palabra.

-No...

Gritó al sentir la famélica violencia de él al poseerla, pero Tarod le impuso silencio besándola de nuevo y haciendo que cediese a pesar de ella misma. Y después de la primera resistencia, hubo placer al mismo tiempo que dolor; un fiero y tembloroso alivio cuando ella le rodeó con sus brazos desnudos, echada hacia atrás la cabeza y mor diéndose el labio inferior hasta hacerlo sangrar. Volvió a luchar otra vez contra él; pero él la tranquilizó y ella volvió a doblegarse debajo de él.

Por fin, saciado su deseo, Tarod recorrió con las manos, lenta y suavemente, el cuerpo de Cyllan, siguiendo la ligera curva de sus senos. Ella yacía, quieta, en sus brazos y con los ojos fuertemente cerrados, como si tratase de negar la verdad. Las lágrimas que se había negado tercamente a verter brillaron ahora en sus oscuras pestañas, y un sentimiento que podía ser de arrepentimiento despertó en Tarod.

Pronunció su nombre, y Cyllan abrió los ojos, expresando una mezcla de incertidumbre y acusación y vergüenza. El quería decir más, pero no pudo hacerlo. En vez de esto, levantó una mano e hizo un ademán sobre ella.

Cyllan cerró de nuevo los ojos y su respiración se calmó, con el ritmo ligero y regular propio del sueño. El no quería recriminaciones, no ahora... Cuando el cuerpo de ella se relajó y comprendió Tarod que se había sumido en la inconsciencia, la atrajo hacia sí y la besó ligeramente en una pálida mejilla. Después la soltó de mala gana, se levantó y cruzó la habitación hasta la estrecha ventana, reprimiendo los pensamientos que amenazaban con apoderarse de él y romper las barreras que había levantado contra sus ataques.

CAPÍTULO 8

Cyllan despertó y sintió el contorno desigual del diván en que y a-cía y la tosca textura de algo que parecía una piel de animal y cubría su piel desnuda. Sentía un fuerte dolor en todo el cuerpo y en la boca... , y al darse cuenta de que no había sido un sueño... su estómago se contrajo.

Aprensivamente, abrió los ojos.

Apenas había luz en la habitación, pero pudo ver en la penumbra a Tarod sentado en una silla. Se había vestido y una gruesa capa negra envolvía sus hombros como para resguardarle del frío. El alto cuello de ésta ocultaba sus facciones, pero Cyllan pensó que estaba mirando por la ventana.