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Con la espada desenvainada, Drachea penetró en el sótano y siguió cuidadosamente su camino entre los libros y manuscritos desparramados en el suelo. Se volvió rápidamente a cada paso, levantando la espada como para parar un ataque por la espalda, pero la precaución era inútil. No había nadie en la biblioteca.

Y sin embargo, tenía la convicción de que no todo estaba como debía estar. Notaba una anomalía, aunque no podía descubrir su causa. Drachea no era adivino, pero algo le ponía sobre aviso, incluso antes de llegar a la puerta baja de la pared del fondo y encontrarla abierta de par en par.

Pisó el umbral, lamiéndose los labios, vacilante. Por allí se iba al Salón de Mármol, el único lugar de todo el Castillo donde, según su propia confesión, Tarod no podía entrar. Sin embargo, la puerta estaba abierta, indicando que alguien había pasado recientemente por ella... , y el otro único habitante del Castillo era Cyllan...

El miedo irracional que le había inspirado el Salón de Mármol no significaba nada en comparación con la inesperada oportunidad de ajustarle las cuentas a Cyllan. Dejó la espada, consciente de su poca utilidad en el espacio reducido del pasillo, y desenvainó el cuchillo. La hoja brilló siniestra a la extraña luz, y Drachea avanzó, despacio y cautelosamente, hacia la puerta de plata.

Primero experimentó una terrible sensación de peso, como si los imponentes acantilados de la Tierra Alta del Oeste cayeran sobre ella y la aplastasen... Pero resistió, apremiada por la voluntad que se había entrelazado con la siga, y bruscamente cesó la presión, sustituida por el bálsamo de una fresca y clara corriente que la arrastró como a un pez en su curso. Oyó la misteriosa canción de los fanaani, pero pronto se extinguió, en su lugar fue azotada por un alegre y caprichoso vendaval... , como una oleada de calor inflamado e inextinguible. Tuvo la impresión de que pasaba en medio de fuego, y rompió a gritar, hasta que de pronto el terrible dolor fue mitigado por una voz que hablaba a lo más hondo de su conciencia. Despacio, parecía decirle. Despacio... , poco a poco... Estoy contigo...

Y se hizo un silencio. Sintió como si pendiese ingrávida e inmóvil en la nada; sin embargo había turbación en su mente, inquietud, miedo... , la sensación de que algo esperaba debajo de ella... , y la voz habló de nuevo dentro de ella y dijo: Mira...

Era un mundo en negro y plata, sin el menor color que mitigase su austeridad. Cyllan se cernía incorpórea sobre un suelo cuyos mosaicos trazaban un complicado dibujo, y al mirar hacia abajo, vio un cuadro extraordinario, inmóvil.

Unos veinte o treinta hombres y mujeres estaban alineados en un círculo, vueltas las cabezas hacia un hombre que llevaba un grueso y sombrío traje de ceremonia y un aro en la cabeza que tenía un brillo frío. Sus brazos estaban extendidos y sostenían con ambas manos una pesada y amenazadora espada que reflejaba una luz que parecía inflamar el aire a su alrededor. La luz iluminaba su robusto cuerpo, y su cara, aunque joven y bella, reflejaba dureza en sus facciones.

Cyllan sintió como si la atravesase un venablo de cólera, y comprendió que procedía de la conciencia anexa que era la de Tarod. Miró de nuevo y vio que el joven que sostenía la espada estaba plantado delante de un gran bloque de madera negra... y que sobre el bloque había otra figura, alta, macilenta, medio oculta la cara por una mata de cabellos negros. La rigidez inmóvil de la escena daba un aspecto macabro a la actitud de extrema angustia de la víctima tendida sobre el bloque... Entonces, el furor cobró de nuevo vida y la mente de Cyllan retrocedió espantada al reconocer la víctima.

La piedra, Cyllan..., encuentra la piedra... La voz que habló dentro de ella no demostraba emoción palpable, pero Cyllan sintió la furiosa oleada de dolor que acompañaba a las palabras. Momentáneamente, comprendió lo que debió sentir Tarod al presenciar la escena de su propia ejecución, pero esta comprensión fue eclipsada por un deseo apremiante que surgió en sus entrelazadas voluntades. Guiada por Tarod, concentró toda su fuerza en la búsqueda...

Y entonces la vio. Estaba en las manos de otro Iniciado que se hallaba al pie del bloque, y brillaba con fría vida propia. Una sola gema, bella y de múltiples facetas..., la piedra del Caos.

Tómala, oyó que Tarod le ordenaba en voz baja, y algo pareció impulsarla hacia delante y hacia abajo, de manera que su mente alcan zó las figuras inmóviles del cuadro. La piedra empezó a latir, lanzando siete rayos de luz que a punto estuvieron de cegarla a medida que se iba acercando... , y la presencia que había en su mente se apercibió para un último y único esfuerzo de voluntad. Sabía que éste era el momento peligroso; se requeriría toda la habilidad de Tarod para entrelazar sus conciencias compartidas con la piedra-alma y rescatarlas de aquel mundo de ilusión y fantasmagoría. Sintió que el poder crecía dentro de ella, hasta que pensó que no podría contenerlo y que estallaría bajo su inexorable presión... Pero siguió creciendo y la piedra luminosa resplandeció más que nunca, atrayendo a Cyllan como un terrible remolino...

Un enorme estruendo estalló en todas direcciones a la vez y Cyllan gritó aterrorizada cuando mil ecos retumbaron en sus oídos y fue lanzada de aquella dimensión. La mente, el cuerpo y el alma saltaron en pedazos y el grito siguió sonando... hasta que, con un gigantesco chasquido, retornó el mundo.

Estaba tendida sobre el tajo de ejecución, expulsado todo el aire de sus pulmones por la fuerza del impacto. Trató de moverse, pero sus miembros no tenían fuerza y sólo pudo deslizarse impotente hasta el suelo mientras sus perturbados sentidos luchaban por recuperarse. Al fin, guiada por el frío de las baldosas de mármol, pudo orientarse un poco y, lenta, gradual y dolorosamente, consiguió sentarse. Tenía cerrados los puños y, cuando trató de abrirlos, se vio sacudida por violentos espasmos musculares..., pero sintió algo duro y frío y redondeado en la palma de la mano...

— Tarod....

Articuló su nombre en voz alta y cascada, tratando de obligar a su voluntad a fundirse de nuevo con la de él, y casi sollozó aliviada cuando sintió que la mente de Tarod se acercaba a la suya. La presencia fue debilitada por la terrible experiencia compartida; él había gastado toda su energía conjurando a las fuerzas que había empleado, y el contacto era tenue. Sin embargo, era suficiente...

Ella proyectó la certidumbre que tenía con toda la fuerza que le quedaba. Tengo la piedra...

El apenas pudo responderle y Cyllan empezó a levantarse. Al ponerse de pie, tuvo que apoyarse en el bloque de madera para mantener el equilibrio y recobrar el aliento, y fue mientras llenaba de aire sus pulmones, todavía con la piedra del Caos apretada en su mano, que una brillante hoja de acero pasó por encima de su hombro y se detuvo casi rozando su cuello, y una voz salvajemente triunfal le dijo:

—Gracias, Cyllan. Has resuelto mi problema más apremiante.

Tarod se derrumbó en su sillón, echando la cabeza hacia atrás. El sudor brillaba en su cara y en sus manos. Estaba agotado y la fuerza que ansiaba se negaba a volver a él. Llamar y emplear aquel poder era fatigoso en todas las circunstancias, pero hacerlo a través de otro, valiéndose de otra mente, casi había sido su perdición. Solamente con un férreo control de su voluntad había podido volver él mismo y hacer volver a Cyllan del limbo, y ahora se sentía tan débil como un niño recién nacido.