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Pero lo había logrado... Esto encendió un fuego en su interior, pero no tenía fuerzas para regocijarse. Había triunfado y la piedra había sido recobrada de aquel otro mundo...

Debía ir junto a Cyllan. En su actual estado no tenía energía para traerla de nuevo a la torre, pero debía ir a su encuentro. Con un tremendo esfuerzo, se levantó del sillón y se tambaleó como si estuviese borracho. Y entonces, al volverse hacia la puerta, algo rebulló en el nivel más hondo de su conciencia.

Tarod...

Esto le inquietó, pues reconoció el origen de la llamada psíquica y muda, y su inflexión le dijo que algo andaba mal.

Tarod...

Miedo. Era miedo lo que percibió en la llamada de ella; miedo y una súplica incoherente. Agotado como estaba, no podía aunar completamente su mente con la de Cyllan, pero le quedaba energía bastante, acuciada ahora por la alarma, para marchar físicamente hacia ella. Al hacerlo oyó más claramente lo que ella quería decirle.

Tarod, te he fallado... Estaba equivocada. Creí que él no podía desafiarnos...

La impresión que le causaron sus palabras sacudió la cansada mente de Tarod, y le hizo comprender la verdad con terrible claridad. Giró en redondo y se acercó a la vela que seguía encendida y con un halo enfermizo, y se inclinó sobre la nacarada llama verde. Imágenes confusas bailaron ante él; ordenó que se fijasen, y entonces vio a Cyllan.

Estaba arrodillada en el suelo de mosaico a los pies de Drachea, con ambos brazos cruelmente retorcidos a su espalda. Drachea apoyaba la hoja de un cuchillo en su cuello, de manera que cualquier movimiento imprudente haría que le cortase la vena yugular. Tenía los ojos fuertemente cerrados y Tarod vio sangre en el labio que se había mordido.

Un furor más intenso que nunca empezó a invadir su mente. El furor que había sentido en la muerte de Themila, el que le había llevado a matar a Rhiman Han, o el provocado por la traición de Sashka, no eran nada en comparación con la loca cólera que le consumía ahora. Jadeó, se tambaleó hacia atrás y, con una mano, barrió la vela, los libros y todo lo que había sobre la mesa. Cayeron al suelo; el misterioso halo se extinguió, y en la mente de Tarod se hizo una oscuridad que trajo consigo un resurgimiento de poder que dirigió furiosamente contra Drachea...

-¡No!

Gritó esta palabra en un desesperado esfuerzo por romper su propia concentración, y casi cayó de espaldas al desintegrarse aquel rayo de poder en su cabeza. Su magia era inútil; sin un médium bien dispuesto no podía cruzar la barrera que se interponía entre él y el Salón de Mármol, y emplear a Cyllan como vehículo para esto sería matarla. Aspiró aire, esforzándose en calmarse y rebelándose furiosamente contra la idea de que estaba atrapado. No podía hacer nada contra Drachea, y Drachea tenía a Cyllan como rehén. Fuera lo que fuese lo que quisiera el heredero del Margrave (y Tarod creía tener la respuesta a esa pregunta), no tenía más remedio que acceder. Si se negaba, Cyllan moriría. Y al enfrentarse con esta última y terrible prueba, Tarod supo que todo sacrificio sería poco para salvarla.

—Así pues, nuestro mutuo amigo te ha oído y sabe el apuro en que te hallas. —Drachea sonrió, hablando suavemente, y dio un cruel tirón a los brazos sujetos de Cyllan que hizo que ésta gritase de dolor—. Sin duda sabe también lo que sería de su preciosa piedra si tratase de cruzarse en mi camino.

Cyllan no respondió. No podía moverse, sabiendo que Drachea sostenía la hoja del cuchillo tan cerca de su cuello que el menor movimiento haría que se clavase profundamente, y que la herida sería fatal. Había sentido la desesperación y furia de Tarod al darse cuenta éste de lo que había sucedido, pero ahora no había ninguna presencia en su mente. Rezó para que tuviera todavía una reserva de energía que pudiese emplear para destruir a Drachea, y se maldijo mil veces por su estupidez. Si no hubiera suplicado a Tarod que tuviese clemencia, Drachea estaría muerto...

Otro cruel tirón a sus brazos la devolvió a la realidad.

—¿Y bien? —preguntó Drachea con voz dura, junto a su oído—. ¿Qué dice? ¿Qué pretende hacer?

Cyllan emitió unos sonidos inarticulados y él retiró lo bastante el cuchillo para que pudiese hablar.

—No... no lo sé... —murmuró ella.

— ¡Embustera!

No... Es la verdad...

Drachea se echó a reír.

— Entonces, tal vez tu amante-demonio te aprecia menos de lo que creías. En cambio, aprecia mucho esa bonita chuchería que tienes en la mano. Suéltala, Cyllan.

Ella apretó el puño.

No...

— ¡He dicho que la sueltes!

El cuchillo tocó el cuello de Cyllan y ésta se dio cuenta de que nada conseguiría con una actitud desafiadora. Él podía matarla y apoderarse de la piedra, y nada habría ganado con su sacrificio.

La joya cayó al suelo con un débil y frío retintín, y Drachea la miró fijamente, casi incapaz de creer en su buena suerte. Parecía una baratija bastante corriente, mate, sin vida, como un trozo de cristal. Pero había visto el resplandor rojo-blanco que había brotado de la mano estirada de Cyllan cuando aquella cosa se había materializado ante sus ojos, y había sentido el poder que palpitaba en su núcleo. Era un artefacto mortal, y el Círculo le recompensaría espléndidamente cuando lo pusiese de nuevo bajo la custodia que por derecho le correspondía.

Drachea había entrado en el Salón de Mármol cuando el rito celebrado por Tarod y Cyllan se acercaba a su punto culminante. Cyllan no veía nada de cuanto la rodeaba y él se había ocultado detrás de una de las negras estatuas, apostando a que su presencia pasaría inadvertida. Pronto se dio cuenta de que Cyllan estaba actuando como médium del sombrío hechicero, y cuando vio la radiación de la piedra-alma brotando entre los dedos apretados de ella, supo lo que habían hecho y le invadió un vertiginoso entusiasmo. Débil como estaba ahora, Cyllan sería una presa fácil. Tarod no podía entrar en el Salón..., y Drachea, con la piedra-Caos en su mano, tendría una fortaleza inexpugnable desde la que formular sus exigencias.

Pero hasta ahora no había tenido oportunidad de formularlas. Había ordenado a Cyllan que estableciese contacto con Tarod, pero aunque ella juraba que lo había hecho, Tarod no había respondido. Sin duda consideraba que podía prescindir de ella y, en definitiva, vendría en busca de la piedra. Y no estaría dispuesto a perder su propia alma por mor de un sencillo trato...

Drachea se preguntó si Tarod estaría proyectando algún contraataque. Aquel demonio era muy astuto, y le inquietaba no poder hacer nada salvo esperar. Furioso, de pronto, retorció una vez más el brazo de Cyllan, abriendo la boca para amenazarla si no trataba de nuevo de establecer contacto. Pero antes de que pudiese hablar, otra voz rompió el misterioso silencio del Salón de Mármol.

Drachea.

El tono era escalofriante, tranquilo pero terrible. Drachea se sobresaltó y estuvo a punto de soltar los brazos de Cyllan; viendo una oportunidad, por ligera que fuese, ella se retorció y trató de desprenderse, pero antes de que pudiese hacerlo, él la sujetó con más fuerza, de modo que la cabeza de ella se apoyó en su hombro, y tocó con el cuchillo la carne de su cuello. Poco a poco, tirando de su carga, Drachea se volvió en redondo.

La niebla centelleante se había abierto como si un rayo de luz la hubiese atravesado, y el camino hacia la puerta de plata era claramente visible. A un paso más allá del umbral del Salón de Mármol, estaba Tarod, con la mirada enloquecida y levantando la mano izquierda para señalar directamente a Drachea.

Tarod dijo, con malicia inhumana:

— Suéltala.