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Por un instante, Drachea vaciló; pero entonces recordó las propiedades del Salón de Mármol y una mueca burlona se pintó en su semblante.

—¿Que la suelte? —dijo en son de mofa—. Debes de pensar que soy imbécil, demonio, ¡pero no soy tan crédulo! Tengo la piedra y tengo a Cyllan. ¡Destruiré a las dos con toda impunidad si te atreves a darme órdenes de nuevo!

Los ojos de Tarod echaron chispas y un aura oscura centelleó a su alrededor.

—Tú no puedes destruir la piedra de Caos, gusano.

—Tal vez no, ¡pero puedo matarla a ella!

Sacudió violentamente a Cyllan y vio miedo en los ojos de Tarod antes de que éste pudiese disimularlo. Sus propios ojos brillaron de entusiasmo al darse cuenta de que su adversario había puesto inesperadamente al descubierto un punto flaco. ¿Sería posible que sintiese en fin de cuentas algún aprecio por Cyllan o, al menos, que ésta fuese de algún modo vital para él?

Lenta y reflexivamente, Drachea pasó la lengua sobre su labio inferior.

—Digamos, Adepto Tarod —prosiguió, poniendo un desprecio venenoso en las dos últimas palabras—, que hay algo que quiero pedirte. Digamos que si te niegas a dármelo, degollaré a Cyllan y podrás presenciar cómo se desangra sobre el suelo de mosaico. ¿Cuál sería tu respuesta a mi demanda?

Tarod contrajo el semblante y respondió furiosamente:

— Haz el menor daño a Cyllan y no solamente morirás, ¡sino que te enviaré a la tortura eterna!

— ¡Oh! —graznó Drachea, encantado—. ¡Conque el ser sin alma tiene un punto flaco! ¿Qué es Cyllan para ti, Tarod, que la consideras tan vital? Al fin y al cabo, una ramera es una ramera, ¡y las hay mucho mejores entre las que elegir en este mundo!

Tarod alzó una mano como para lanzar un rayo, pero Cyllan le gritó:

— ¡El sólo quiere enfurecerte, Tarod! ¡No le des esa satisfacción!

Drachea lanzó una maldición y tiró cruelmente de sus cabellos

para hacerla callar, pero Tarod comprendió que Cyllan tenía razón. La cólera y el miedo habían estado peligrosamente a punto de hacerle perder el control; ahora, con un esfuerzo, consiguió dominarse. Si tenía que salvar a Cyllan, de nada le serviría discutir con Drachea. Había que llegar a un trato.. , y sabía cuál sería éste.

El aura oscura vaciló y se desvaneció al mirar él al heredero del Margrave y a Cyllan. El menor movimiento podría significar la muerte de ésta... Tenía seca la garganta, tragó saliva y dijo a Drachea:

—¿Qué quieres de mí?

Drachea sonrió.

— ¡Así está mejor! Al fin empiezas a comprender. Te lo diré claramente, demonio. Tengo a Cyllan, y tengo tu piedra-alma. Si quieres salvar la vida de Cyllan, debes emplear la piedra y devolver el Tiempo a este Castillo.

Cyllan se retorció furiosamente entre los brazos de Drachea.

— ¡No, Tarod! — gritó—. Eso significaría despertar al Círculo y no puedes hacerlo, ¡no de esta manera!

Sus ojos, fijos y desorbitados, encontraron los de él, y vio en su verde mirada una tristeza y una compasión que la horrorizaron por sus implicaciones. Trató de sacudir la cabeza, pero el cuchillo estaba demasiado cerca.

—No, Tarod, por favor...

El siguió mirándola.

—No tengo elección.

— ¡Si que la tienes! Deja que me mate. ¡Será mejor que la otra alternativa!

— ¡No! — La negativa fue terriblemente vehemente, y Tarod levantó la cabeza para mirar orgullosa y despectivamente a Drachea—. Haré lo que hay que hacer, heredero del Margrave. Y te felicito por tu maldad. ¡Mi ajuste de cuentas contigo puede esperar!

— ¡Tendrás que ajustarlas con el Sumo Iniciado! — se burló Drachea—. Reserva tu orgullo para él, ¡serpiente!

Tarod respiró hondo, para aplacar su furia, y dijo con calma:

—Entonces, dame la piedra.

— ¿Qué? — dijo Drachea, con incredulidad; después se echó a reír, con una fuerte carcajada que resonó en el Salón de Mármol—. ¡Dejé de chuparme el dedo hace muchos años, amigo mío! Hasta que vuelva el Círculo y estés bien atado, ¡esta piedra se quedará conmigo! —Empujó a Cyllan hacia adelante e inclino la cabeza. Después impulsó con un pie la piedra del Caos, que seguía en el suelo, para que Tarod la viese—. Ya has empleado a esta zorra de rostro pálido como médium. Empléala de nuevo.

Esto requeriría más fuerza que la que poseía... Todavía estaba débil por la energía que había gastado para traer la piedra del limbo... En voz alta, dijo Tarod:

—No puedo.

— ¡Mientes! ¡Lo has hecho una vez!

— Cyllan puede negarse.

— ¡Entonces, maldito seas, haz que consienta! Es un dilema bastante sencillo: o haces lo que te ordeno y de la manera que te ordeno, ¡o la verás morir! Mi paciencia se ha agotado. ¡Decide!

No tenía otro camino. Si se negaba a acceder a lo que pedía Drachea, éste degollaría a Cyllan y Tarod sería impotente para impedirlo.

Y por muy terrible que fuese su venganza, nada podría compensar su pérdida...

Pero Tarod sabía que, debilitado como estaba por la energía empleada en sacar del limbo la piedra del Caos, podía no tener fuerza para hacer lo que Drachea quería de él. No era una magia sencilla y, si fracasaba, si se rompía su voluntad, la fuerza del retroceso podía destruir a Cyllan.

Sin embargo, ella está, ya condenada si no lo intentas...

Esta voz interior le estremeció, pues no decía más que la pura verdad. Tarod suspiró.

—Muy bien, Drachea. Acepto tus condiciones.

—¡Ah! —Drachea hizo una mueca y después se inclinó para mirar burlonamente a Cyllan —. ¡Parece que la fidelidad de tu demonio amigo puede ser un consuelo para ti, zorra! Y él creía que era yo el estúpido...

Cyllan cerró los ojos, queriendo borrar la imagen de la cara torcida y triunfal de Drachea. Tenía que detener de algún modo a Tarod; era mejor, mucho mejor, que ella muriera y le dejase libre, pues la alternativa era demasiado espantosa para tomarla en cuenta. Desesperadamente, le suplicó de nuevo:

— Tarod..., escúchame...

— ¡Silencio! — susurró Drachea.

— ¡Tarod! —Su voz se hizo estridente—. ¡No me importa lo que me suceda! Deja que emplee el cuchillo, ¡no me importa! No debes hacer eso, ¡no puedes hacerlo!

Drachea la había hecho girar en redondo para que no pudiese ver a Tarod, pero oía su voz con bastante claridad y su tono era implacable.

—No hay otro camino.

Y mientras él decía esto, ella oyó resonar en su mente otras palabras no formuladas con los labios: Cyllan, si me amas, ¡obedéceme!

Ella apeló a sus recursos mentales. ¡No puedo! El Círculo te...

¡Al diablo con el Círculo! No quiero verte morir...

Lucharé contra ti...

No puedes luchar contra mí. Haré lo que debo hacer, y te emplearé como tenga que hacerlo, ¡para salvarte la vida!

Había veneno en el último mensaje y Cyllan comprendió que nada de lo que pudiese ella decir o hacer le haría vacilar. Empezaron a rodar lágrimas por sus mejillas, lágrimas de aflicción y de derrota, y Drachea miró rápidamente a Cyllan

—¿Se ha sometido? —preguntó.

—Hará lo que yo le diga —respondió brevemente Tarod.

—Bien. Entonces, no te desdigas... ¡Empieza!

Tarod inclinó la cabeza. Alejar de su mente la difícil situación en que se hallaba Cyllan y concentrarla en lo que debía hacer era una pesadilla, pero se obligó a apartar todo pensamiento extemporáneo. Era mucho lo que dependía de su habilidad y de la energía que le quedaba... Sin embargo, si tenía éxito, se colocaría a sí mismo en una trampa que se cerraría ferozmente sobre él. Era probable que Drachea tratase de matar a Cyllan en el momento en que hubiese terminado el rito, y Tarod tenía que arriesgarlo todo a la posibilidad de que, al verse libre de las trabas impuestas por la ausencia del Tiempo, pudiese ser capaz de intervenir antes de que fuese demasiado tarde. Pero si fracasaba...