Dijo, casi sin reconocer su propia voz:
— Haz que Cyllan se arrodille junto al bloque de madera y pon la piedra en sus manos.
Drachea escupió al suelo.
— La piedra se quedará donde está, ¡y también ella!
Tarod le miró con ojos malévolos.
— Entonces no puede haber la fuerza necesaria. Hay que seguir el procedimiento.
El heredero de Margrave se puso colorado de irritación y miró a su alrededor. A su espalda se alzaba el negro bloque de madera entre la niebla, y arrastró a Cyllan hacia él, empujando la piedra del Caos sobre el suelo mientras andaba. Al llegar al bloque, se volvió para mirar reflexivamente a Tarod; después, con una fuerza que hizo gritar a Cyllan, la subió sobre el bloque de madera para que yaciese de cara al techo invisible y con el cuello descubierto. Entonces agarró la piedra y la puso en las manos de ella y, por último, se inclinó sobre Cyllan y apoyó ligeramente el cuchillo sobre su garganta.
— Creo que habré dejado claras mis intenciones, demonio — dijo a Tarod —. Si intentas algún truco contra mí, por rápido que seas, ¡le cortaré el cuello antes de que puedas tocarme! —Sonrió sarcásticamente—. Cuando jugamos a quarters en mi casa de Shu-Nhadek, ambos contrincantes saben que nada ganan si tratan de aprovecharse de un callejón sin salida.
—También nosotros jugamos a quarters en el Castillo —replicó Tarod—. Cuando se llega a un callejón sin salida, el juego ha terminado y no hay vencedor ni vencido.
—Entonces sugiero, en bien de Cyllan, que no trates de cambiar las reglas.
Tarod inclinó la cabeza.
—Sea como tú dices.
Yaciendo en el duro y mellado bloque de madera, con los ojos cerrados, supo Cyllan que estaban perdidos. Tarod había tomado su decisión y se había negado, temerariamente, a sacrificarla. Ahora, le faltaba voluntad para desafiarle, por mucho que quisiera hacerlo. El podía derribar todos los obstáculos que pusiera en su camino.
Se rebeló interiormente contra el capricho del Destino que les había puesto a ambos en esta situación. Hubiese debido dejar que Tarod matase a Drachea... y se juró que, si ambos sobrevivían (o si sólo sobrevivía ella, lo cual era demasiado terrible para pensarlo), no descansaría hasta haber aniquilado al heredero del Margrave de Shu-Nhadek, a él y todo lo que representaba. Nunca se había creído capaz de tanto odio, pero ahora la quemaba como una llama negra. Y de pronto, mezclándose con este sentimiento, tuvo conciencia de otra mente, de una cruda emoción que se entrelazaba con la suya y le daba fuerza.
Tarod... Le llamó mentalmente, dulcemente, y oyó su respuesta en palabras insonoras.
Escúchame, amor mío, puede que no sea lo bastante fuerte... y para conservar la fuerza, tengo que actuar rápidamente. No tengas miedo y no resistas. Sujeta la piedra con firmeza y deja que yo te guíe... Estaré contigo...
Su presencia se desvaneció súbitamente en una confusión de imágenes que se disolvieron con rapidez en una unidad lisa, como un mar monótono y oscuro. Cyllan sintió que su identidad se le escapaba, y la piedra que tenía entre las manos pareció latir con fuerza, como un corazón vivo. Todavía podía sentir el contacto del cuchillo en su cuello, pero era su único y tenue lazo con la realidad. Suspirando suavemente, dejó que su conciencia se hundiese en aquel mar, fundiéndose con Tarod, con la piedra-alma, con el infinito...
Tenía que hacerse rápidamente, pues no habría una segunda oportunidad. Antes, cuando buscaba el Péndulo del Tiempo, había viajado a través de los siete planos astrales, sacando fuerza y voluntad de cada uno de ellos, hasta que a l fin se había envuelto en una capa de fuerza inquebrantable que había sido suficiente para su impresionante tarea. Pero ahora no podía tomar tantas precauciones. Sólo había un camino, salvaje e instantáneo. Y una antigua memoria empezó a despertar en los más hondo de su ser, abriendo las puertas que le llevarían al borde del...
Tarod proyectó su voluntad y encontró la piedra del Caos. Esta le llamó y él la amó y la aborreció al mismo tiempo. Todos los músculos de su cuerpo estaban rígidos; Cyllan y Drachea y el Salón de Mármol se desvanecieron en su conciencia y quedaron muy atrás, mientras él se alejaba viajando en espíritu. La piedra pendía siempre delante de él, justo fuera de su alcance, y él quería respirar y no encontraba aire, y estaba empapado en sudor y tenía las manos cruzadas en una señal que casi había olvidado en su existencia humana.
Se estaba acercando... Sentía su presencia como una inexorable Némesis, y de nuevo proyectó su mente hacia la piedra, necesitando su poder en este momento crucial. Una imagen apareció vagamente en el borde de su conciencia: oscuridad, herrumbre, deterioro... La perseguía y ella le eludía.
Oscuridad, herrumbre, deterioro..., recuerda lo que eras antaño...
Y lentamente, lentamente, se materializó ante él una monstruosa sombra en medio de una penumbra densa, maléfica. La varilla se erguía en un vacío inimaginable y el gigantesco disco pendía inmóvil y sin vida, revestida de orín su superficie. El Péndulo, el árbitro del Tiempo en su propio mundo, abandonado y herrumbroso, como un pecio, como petrificado hasta que aquella fuerza única le despertase...
Tarod buscó en los más recónditos pliegues de su alma. Le estaba fallando la energía, se le escapaba el poder de la piedra; debía hacer la última llamada, o sería derrotado. Encogiendo su psiquis como un animal presto a saltar, sintió un ardor intenso en su corazón al liberarse instantáneamente la fuerza del alma del Caos de su cárcel de cristal y fundirse con él. Por un momento, él y el Péndulo fueron uno, y Tarod se lanzó hacia delante con toda la fuerza de su voluntad.
Un alarido agudo como de alma atormentada partió la oscuridad cuando el macizo disco del Péndulo cedió a las fuerzas que lo atacaban. La varilla tembló con una enorme sacudida.., y el Péndulo del Tiempo osciló hacia delante, rompiendo la barrera entre las dimensiones y se precipitó en el mundo con un tremendo estruendo que lanzó a Tarod hacia atrás como un buque naufragando contra una ola gigantesca. Por un instante, vio que el bulto tremendo del Péndulo caía sobre él, pero entonces pareció estallar en una cegadora estrella de siete puntas que anuló sus sentidos. Paredes surgidas de ninguna parte fueron a su encuentro; se tambaleó y su cuerpo cayó, en forzada contorsión, sobre el suelo del pasadizo, y en el mismo instante perdió el conocimiento.
El grito que brotó de la garganta de Cyllan fue sofocado por la espantosa voz del Péndulo, y el Salón de Mármol pareció girar sobre sí mismo, alabeándose el suelo y crujiendo en protesta las paredes. Salió lanzada del bloque de madera como una muñeca arrojada por un niño gigante y enojadizo, y cayó despatarrada sobre el suelo de mosaico del Salón, con los ecos del gran estampido resonando todavía en su cabeza. Jadeando como un pez fuera del agua, miró con ojos acuosos el cuerpo postrado de Drachea, y después fue acometida por un espasmo de náuseas y se dobló al contraerse violentamente los músculos de su estómago vacío.
Tarod... El recuerdo volvió al fin a la superficie de su mente. ¿Dónde estaba Tarod? ¿Había triunfado? Y la piedra... Cerró convulsivamente el puño y sintió las duras aristas de la gema en la palma de la mano. En su confusión, lo único que sabía era que debía llegar hasta Tarod, y empezó a ponerse de pie.
—¡Oh, no zorra!
Cyllan se volvió en redondo y vio que Drachea se abalanzaba sobre ella. Había recobrado el sentido más de prisa que ella y estaba ya en pie, aunque vacilando. Horrorizada, echó a correr, oyó pisadas a su espalda... y Drachea se arrojó contra ella y los dos cayeron brutalmente al suelo. Cyllan pateó furiosamente y un puño le golpeó la cara, dejándola aturdida; perdió el conocimiento y Drachea la agarró fatigosamente de los hombros y se levantó, arrastrándola sobre el suelo...