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Y se detuvo.

¡Aeoris!

Dejó caer su carga e hizo la señal del Dios Blanco sobre el corazón. Los personajes togados (unos veinte o treinta entre hombres y mujeres) que formaban un círculo alrededor del bloque negro le miraban fijamente, pálidos los semblantes por la impresión y la sorpresa. Un hombre joven y de cabellos rubios sostenía una enorme espada con ambas manos; ahora cayó de sus dedos y repicó fuertemente sobre el suelo de mármol mientras el que la blandía se esforzaba en asimilar lo que veían sus ojos. Un movimiento en uno de los lados llamó la atención de Drachea, a tiempo de ver que un hombre muy viejo caía al suelo con un débil gemido y yacía inmóvil; entonces una mujer empezó a chillar, con un grito prolongado y gemebundo de histerismo.

Drachea y el hombre de cabellos rubios siguieron mirándose, y todas las palabras de saludo triunfal que Drachea había cuidadosa y frecuentemente ensayado murieron en su lengua. Después, poco a poco y a sacudidas, el hombre rubio avanzó dando la vuelta al bloque.

—¿Que.. ?

Sacudió la cabeza, perplejo e incapaz de formular la pregunta.

Cyllan se movió. Tenía una moradura en la mejilla donde la había golpeado Drachea y, cuando abrió los ojos, no pudo enfocar de momento la mirada. Trató convulsivamente de levantarse y unas manos se lo impidieron empujándola cruelmente. Protestó haciendo una mueca de dolor y entonces se dio cuenta de que alguien la estaba mirando. Y al aclararse su visión, observó los ojos castaños claros, fijos, de un hombre que vestía un traje fúnebre de púrpura y azul zafiro. Entonces recordó: había visto aquella cara, aquel atuendo, antes de ahora, en el espantoso cuadro del plano astral..., y entonces reconoció el símbolo en el hombro del personaje: un doble círculo dividido por un rayo. Era Keridil Toln, Sumo Iniciado del Círculo... y el peor enemigo de Tarod...

Drachea apartó de los ojos los cabellos empapados en sudor e hizo un encomiable intento de reverencia en dirección al hombre de cabellos rubios.

— Señor — dijo cuando hubo recobrado el aliento—. Hay mucho que explicar y considero que éste será mi privilegio. Pero... ¡que Aeoris sea loado por tu regreso sano y salvo!

CAPÍTULO 10

Keridil Toln miró fijamente a Drachea y a Cyllan, perplejo por la súbita y violenta interrupción del ritual del Círculo. Le pareció que sólo había pasado un momento desde que había levantado la espada ceremonial sobre la cabeza de Tarod en el tajo de ejecución, mientras pedía que la Llama Blanca de Aeoris consumiese y condenase a aquella criatura del Caos. Entonces, sin previo aviso, un trueno formidable había sacudido su mente, destrozando el poder que había acumulado... y, al recobrarse de la impresión, había abierto los ojos y se había encontrado con que su víctima había desaparecido y dos desconocidos estaban luchando como gatos salvajes en el suelo del Salón de Mármol. Una mezcla de cólera y de miedo ante algo que escapaba a su comprensión hizo presa en él, y gritó a Drachea:

—¿Quién eres? ¿Y cómo, en nombre de todos los dioses, habéis llegado hasta aquí?

Drachea tragó saliva.

— Señor, ahora no es momento para dar explicaciones. Tu enemigo, la criatura llamada Tarod, anda suelto, y debe ser encontrado antes de que pueda hacer más estragos.

Keridil volvió de pronto la cabeza para mirar al tajo vacío.

— ¿Es Tarod el causante de este...?

Antes de que Drachea pudiese responder, Cyllan se retorció entre sus brazos y gritó:

— ¡Está mintiendo! ¡Lo que dice no es verdad! Escúchame a

mí...

Drachea le dio un fuerte puñetazo en la cabeza y ella cayó al suelo.

—¡Cállate, ramera! —le escupió Drachea—. ¡Di una palabra más y te mataré!

La cara de Keridil enrojeció de cólera, y dijo furiosamente:

— ¡No toleraré aquí este comportamiento!

Drachea miró a Cyllan y dijo duramente:

—¿Ni siquiera tratándose de una mujer confabulada con el Caos? Esta perra traidora es la amante de Tarod... ¡y tiene su piedra-alma!

¿Qué?— Los ojos de Keridil demostraron que empezaba a comprender. Se acercó a Cyllan —. ¿Es esto cierto, muchacha?

Cyllan le miró con mudo desafío, deseando que su boca no estuviese demasiado seca para escupir.

—La tiene en su mano izquierda —dijo Drachea, sacudiéndola violentamente—. Y sólo hay una manera de lograr que la entregue.

Tocó el cuello de Cyllan con la punta del cuchillo.

—No. —Keridil levantó una mano anticipándose a él—. No consentiré ninguna violencia contra ella hasta que haya escuchado toda la historia. — Sus ojos se fijaron de nuevo en los de Drachea—. Dices que Tarod anda libre. ¿Dónde está?

— Estoy aquí, Keridil.

Todos se volvieron, a excepción de Cyllan que se mantenía rígida con el cuchillo de Drachea todavía junto a su cuello. Tarod entró lentamente y vacilando en el Salón de Mármol, casi incapaz de mantenerse en pie. Sus cabellos empapados en sudor pendían lacios y sus ojos estaban vidriosos a causa de la fatiga; había empleado toda la fuerza que le quedaba para llamar al Tiempo y esto le había dejado como una cáscara vacía.

Cuatro hombres se adelantaron, con sus armas desenvainadas, pero vacilaron al recordar cómo había rechazado antes ataques parecidos. Tarod sonrió débilmente, haciendo un esfuerzo.

—Di a tus amigos que nada tienen que temer, Sumo Iniciado.

Keridil le miró un instante como si sopesara sus palabras. Después dijo brevemente:

— Atadle.

Uno de los Adeptos empleó el cinturón de su túnica para atar las manos de Tarod detrás de su espalda y, después, los cuatro le escoltaron al acercarse a los que se hallaban alrededor del tajo, hasta que al fin Keridil y él se hallaron frente a frente.

Keridil dijo pausadamente:

—Conque no pudimos destruirte... Hubiese debido comprender que no aceptarías fácilmente la derrota.

— Tarod, ¡mátale! — gritó de pronto Cyllan —. Mátale, antes de que ellos...

Calló cuando Drachea la agarró de los cabellos y levantó el cuchillo como para descargar un golpe mortal...

—¡No!

La brusca orden procedía de Keridil, que giró en redondo y, con un golpe, hizo caer la daga de la mano de Drachea. Cyllan trató de lanzarse hacia Tarod, pero el Sumo Iniciado la agarró de un brazo y la hizo retroceder, sujetándole la muñeca izquierda con la otra mano. Era más alto y corpulento que Drachea. Y ella sólo pudo lanzar una maldición ahogada cuando él trató de abrirle los dedos.

—Veamos si el joven ha dicho la verdad sobre esta muchacha... —gruñó Keridil, mientras Cyllan se resistía como un fiera.

Después le torció la mano para poder abrirla más fácilmente. Cyllan le mordió con toda su fuerza, haciéndole sangrar, y dos Adeptos se adelantaron para sujetarla mientras Keridil abría por la fuerza los apretados dedos.

La piedra cayó al suelo y Drachea se apresuró a tomarla mientras Cyllan chillaba protestando. La tendió al Sumo Iniciado, el cual dejó la violenta joven al cuidado de los dos Adeptos antes de tomar la piedra —con cierta cautela, advirtió Drachea— y sopesarla en la palma de la mano. Sus ojos castaños miraron reflexivamente al joven durante un momento y después se volvieron de nuevo a Tarod.

— Parece que hemos abierto un verdadero nido de víboras — dijo pausadamente—. Pero creo que dominamos la situación. Tenemos la piedra del Caos y, según parece, Tarod no está en condiciones de desafiarnos. Y ahora, ¿querrá alguien explicarme lo que ha sucedido?