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Tarod no dijo nada y Drachea dio un paso adelante.

—Señor, soy Drachea Rannak, heredero del Margrave de la provincia de Shu. Creo que conoces a mi padre, Gant Ambaril Rannak...

Keridil frunció el entrecejo.

—Conozco a Gant... y veo que te pareces a él. Pero, por todo lo sagrado, ¿cómo habéis venido a parar aquí?

Drachea miró furiosamente a Tarod.

—He estado prisionero en el Castillo... Justo antes del Primer Día de Primavera fui traído aquí contra mi voluntad...

— ¿Qué? — dijo Keridil, con incredulidad—. Todavía faltan dos meses para el Primer Día de Primavera.

—¡No, señor! Por todo lo que sé, aquel día puede haber quedado dos meses o incluso dos años atrás.

Keridil miró rápidamente a sus compañeros Adeptos. Al ver sus semblantes perplejos, dijo enérgicamente:

— ¡Explícate!

Drachea respiró hondo.

— El Tiempo fue detenido. Este Castillo dejó en realidad de existir cuando la criatura llamada Tarod empleó su poder diabólico para arrancarlo del mundo con todos sus moradores y encerrarlo en el limbo. — Hizo una pausa y prosiguió—:

He visto los documentos relativos de su ejecución. Hizo acopio de sus poderes caóticos al llegar vuestro rito al punto culminante, y desterró al Tiempo.

Alguien lanzó una exclamación de incredulidad y Keridil sacudió la cabeza.

—No; no puedo aceptar que esto sea posible.

— Es posible, Keridil — dijo pausadamente Tarod y, cuando el Sumo Iniciado le miró, vio en su sonrisa una pizca de la antigua malevolencia—. ¿Creías que aceptaría dócilmente mi propia destrucción?

Keridil le miró fijamente y comprendió que estaba diciendo la verdad. La idea de un poder tan enorme en manos de un hombre le estremeció hasta la médula, y reprimió un escalofrío antes de volverse de nuevo a Drachea.

—Dices que el Tiempo fue detenido. Sin embargo, tú y esta mujer encontrasteis al camino del Castillo. ¿Cómo?

Drachea sacudió la cabeza.

— No lo sé, Sumo Iniciado, pero creo que fue obra suya — dijo, señalando a Cyllan con un dedo acusador—. Es una bruja, una criatura del Caos. Me engañó y me trajo aquí, y desde que llegamos ha estado conspirando con ese engendro del infierno contra mí y contra todos los que defendemos la Luz y el Orden.

— ¡Embustero! — le escupió Cyllan —. ¡Traidor!

Keridil la miró por encima del hombro y dijo tranquilamente.

—Podrás hablar cuando llegue tu turno, muchacha. Hasta entonces, muérdete la lengua... o te la cortaré.

— ¡Tiene que morir! — insistió Drachea, con vehemencia—. ¿No es éste el justo castigo de todos los servidores del Caos? Es una bruja, una serpiente. No pierdas el tiempo con ella, Sumo Iniciado, ¡mátala ahora mismo! —Llevó la mano a la espada que llevaba colgada del cinto—. Tú mismo has visto que está confabulada con ese demonio.. , y después de lo que me han hecho...

— ¡Toca a Cyllan y será tu condena! — rugió Tarod.

Keridil miró a Drachea a los ojos y vio en ellos una febril sed de venganza. El joven era impetuoso, había dictado su sentencia y quería verla cumplida. La supervivencia de Cyllan no interesaba personalmente a Keridil y, si había conspirado realmente con Tarod contra el Círculo, merecía el castigo más severo. Pero no podía aprobar la idea de una justicia sumaria de Drachea... y además, la furiosa amenaza de Tarod le había dado una clave vital. Por muy inverosímil que pudiese parecer, la muchacha era evidentemente importante para él, y él estaba ansioso de protegerla, lo cual colocaba al hechicero de negros cabellos en una situación singularmente desventajosa...

Drachea se disponía a continuar su diatriba contra Cyllan, pero una mirada autoritaria de Keridil le impuso silencio. El Sumo Iniciado se acercó al lugar donde Cyllan seguía debatiéndose con sus guardianes y, agarrándola de los cabellos, le echó la cabeza atrás hasta que ella se vio obligada a mirarle.

—Parece que Tarod se interesa mucho por tu salvación —dijo, con suma amabilidad—. Veremos lo que podemos hacer para satisfacer su deseo de protegerte.

— ¡Yo no quiero protección! — replicó furiosamente Cyllan—. ¡No temo morir, y tú no me das miedo!

—Valientes palabras. —Keridil sonrió—. Pero ya veremos si conservas tu valor ante la condenación de tu propia alma.

Sus palabras provocaron la respuesta que esperaba. Tarod se desprendió de los cuatro hombres que le sujetaban y dio un paso adelante.

—¡Tú verás lo que haces, Sumo Iniciado! Si Cyllan sufre el menor daño, ¡juro que te destruiré, destruiré el Círculo y destruiré este Castillo!

El brillo maligno estaba volviendo a sus ojos y Keridil sospechó que había recobrado parte de su fuerza. No la suficiente para que fuese peligroso, pero, sin embargo, lo más prudente sería cerrar con él un trato sin pérdida de tiempo. Volvió la espalda a Cyllan y avanzó con lenta deliberación hacia su adversario.

—Muy bien, Tarod. Tu fidelidad es encomiable y tal vez puedas utilizarla en beneficio de la joven. — Su mirada se endureció—. Tu suerte está echada. Tenemos la piedra-alma y, con ello, el medio de verte al fin aniquilado. Pero ya has demostrado que eres un traidor y, por tanto, quiero asegurarme de que no tratas de engañarnos por segunda vez. — Se acarició el mentón, fingiendo que reflexionaba—. La muchacha se quedará en el Castillo, bajo estrecha vigilancia, mientras se hacen los preparativos para repetir la ceremonia que fracasó esta noche. Si te sometes, ella no sufrirá ningún daño y, cuando hayas muerto, podrá marcharse en libertad. Pero si intentas traicionarnos, si haces un solo movimiento que pueda ser mal interpretado, entonces la entregaré al heredero del Margrave para que pueda vengarse como ansía.

Era el mismo chantaje que había empleado Drachea para lograr el retorno del Tiempo, y Tarod estaba desolado. Conocía lo bastante a Keridil para saber que no tendría escrúpulos en cumplir su amenaza: su motivación era fría y calculada, más peligrosa que las cuentas personales que quería ajustar Drachea, y la alternativa era dolorosamente clara. Si aceptaba las condiciones de Keridil, moriría cruelmente atormentado. Y la piedra del Caos permanecería en el mundo, como vehículo para las ambiciones de Yandros. Pero si no lo hacía, la muerte de Cyllan sería inminente.

Podía realizar su amenaza; destruir a Keridil y el Círculo, recuperar la piedra y hacer que todos se condenasen. Pero no podría devolver la vida a Cyllan y, sin ella, no le importaba vivir. Al diablo con el mundo... , le tenían sin cuidado los males que podían amenazarle si permitía que ellos le matasen. Lo único que contaba era la supervivencia de Cyllan.

Pero Keridil le había traicionado una vez... Levantó los ojos y encontró la mirada firme del Sumo Iniciado.

—¿Qué seguridad puedo tener, Keridil? ¿Qué garantía puedes darme de que Cyllan será bien tratada si me avengo a tu demanda?

Keridil sonrió reservadamente.

— Mi palabra de Sumo Iniciado del Círculo.

Los párpados dejaron sólo una rendija sobre los ojos verdes.

¡Tu palabra no vale nada!

— Tómalo o déjalo. No estás en condiciones de regatear..., a menos que prefieras verla morir aquí y ahora.

Hubo un súbito y violento revuelo detrás de Keridil, y éste se volvió a tiempo de ver cómo Cyllan luchaba con uno de los Adeptos. Estaba tratando de desenvainar y apoderarse de la espada corta del hombre, y fluyó sangre de la palma de su mano al cortarse con la hoja.

—¡Sujetadla! —gritó Keridil, furioso al darse cuenta de lo que ella intentaba.

Si podía acercar el brazo a la hoja, se cortaría una arteria y vertería su sangre vital antes de que nadie pudiese impedirlo.

Cyllan luchó como una loca, pateando y mordiendo, pero los otros pudieron más que ella. Uno de los Adeptos cortó una tira de tela de su propia capa y le ató la mano, y sólo cuando estuvo definitivamente dominada, Keridil se volvió de nuevo a Tarod.