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Ella le miró.

— Gracias, pero no.

— Entonces, ¿tomarías tal vez un refresco?

Sashka le sonrió amablemente.

— Creo, Drachea, que, para evitar situaciones enojosas, debo decirte que me casaré en breve tiempo con el Sumo Iniciado.

Le había dado un chasco y despedido con una sola frase y, cuando él empezó a balbucear una disculpa, le hizo una breve y casi divertida reverencia y se alejó. Aquel muchacho debía ser la personificación de la arrogancia si se creía digno de ella; era educado y bastante agradable, pero las perspectivas de Sashka iban mucho más allá de un simple Margraviato.

— ¡Sashka! —dijo una voz detrás de ella y, al volverse, se encontró delante de su padre, Frayn Veyyil Savarin.

— Padre — dijo ella y le besó—. ¿Ha descansado mi madre?

—Mucho, sí. Se reunirá con nosotros un poco más tarde. — Señaló con la cabeza en dirección a Drachea, que había vuelto a sentarse, desconcertado—. Vi que estabas hablando con el heredero de un Mar-grave. Parece un buen partido.

— Estoy segura de que lo es — dijo Sashka, con indiferencia.

Frayn frunció los labios. —Confio en que no hayas sido grosera

con él. Parece afligido, y sé de lo que es capaz tu lengua. -

—¡Pero, padre! Desde luego, no he sido grosera. El se insinuó cortésmente y yo le dije simplemente que estaba prometida con el Sumo Iniciado.

Su padre se quedó boquiabierto.

— ¡Pero si no lo estás!

— Baja la voz; nos están mirando.

El se puso colorado como si sufriese un ataque de apoplejía y repitió en un murmullo ahogado:

— ¡Pero no estáis prometidos!

— Tal vez, oficialmente, todavía no; pero... — Sashka encogió los hombros—. Sólo es cuestión de tiempo, padre. ¿Quieres que pierda esta oportunidad coqueteando con el hijo de un Margrave de provincias?

Frayn frunció el entrecejo.

—A veces, Sashka, ¡tu arrogancia me asombra! Si Keridil no ha pedido todavía tu mano...

—Pero la pedirá. —Besó a su padre en la frente para apaciguarle; después se volvió y se echó los cabellos hacia atrás—. Sashka Veyyil Toln... Suena bien. ¿No crees? Y no irás a decirme que no sería la mejor alianza que jamás contrajo nuestro clan.

Frayn Veyyil Saravin suspiró desesperado, pero sabía que era mejor no discutir con ella. En verdad, estaba orgulloso de lo que su hija había conseguido. Nunca le había gustado su primitivo plan de casarse con aquel Adepto de negros cabellos. Siempre había tenido la impresión de que había algo malo en aquel hombre, y su opinión había sido confirmada. Pero el Sumo Iniciado era harina de otro costal. En lo tocante al rango, Keridil sólo era superado por el Alto Margrave; como individuo era bien parecido, digno de confianza, y había demostrado ser un valioso sucesor de su padre Jehrek. Frayn no podía esperar nada mejor.

Asió a su hija del brazo y lo apretó cariñosamente.

—Entonces, si estás tan convencida, Sashka, y no voy a ser yo quien te contradiga, acepta el consejo de un viejo y vuelve al lado del Sumo Iniciado. Es un lugar digno de una mujer, y él te apreciará más por ello. Si dudas de mí, pregúntaselo a tu madre.

Sashka le dirigió una de sus más beatíficas sonrisas, adornada con una buena dosis de compasión.

—¡Oh padre! —dijo, y le dio un beso sonoro antes de alejarse rápida y graciosamente en dirección a la puerta del vestíbulo.

CAPÍTULO 11

Cyllan tenía la cara pálida y contraída por la tensión mientras caminaba entre sus dos guardianes por los pasillos del Castillo. En los tres días transcurridos desde su encarcelamiento, no había visto a nadie, a excepción del criado con escolta que le traía la comida y volvía al cabo de un rato para llevarse el plato intacto, y había pasado la mayor parte del tiempo sentada junto a la ventana de su habitación, mirando el patio con la vana esperanza de descubrir algo sobre el paradero de Tarod.

Tenía que confesar, aunque le doliese, que sus carceleros habían observado escrupulosamente el trato de respetar su vida. Nadie había intentado molestarla; en realidad, la habían tratado con exquisita cortesía, incluso amablemente. Ella había rechazado tercamente sus esfuerzos, haciendo caso omiso de las golosinas enviadas para tentarla y negándose a responder a cualquier intento de conversación. Pero sabía que la situación no podía durar eternamente. Keridil Toln había previsto e impedido cualquier tentativa que pudiese hacer para matarse; a menos que encontrase otra manera de romper el punto muerto, el terrible pacto sería cumplido y Tarod moriría mientras ella continuaba en su condición de rehén impotente. Y quedaba poco tiempo...

Había tratado de establecer contacto mental con Tarod, pero todos sus esfuerzos habían fracasado, y se imaginaba que el Círculo había tomado precauciones, tal vez drogándole o tal vez empleando medios mágicos, para evitar toda comunicación. Y así, al ver cerrados todos los caminos en que podía pensar, Cyllan había llegado a la conclusión de que sólo le quedaba una alternativa: suplicar al Sumo Iniciado por la vida de Tarod.

Conociendo como conocía la enemistad existente entre Keridil Toln y Tarod, y los motivos que la provocaban, sentía que un ratón entre los dientes de un gato tendría más probabilidades de sobrevivir que ella de convencer al Sumo Iniciado de que atendiese su súplica. Pero cuando, en la tercera mañana de su cautiverio, llegaron dos Iniciados para conferenciar con sus guardianes y anunciaron después que iba a ser llevada ante Keridil para una entrevista, sintió un rayo de esperanza. Nada tenía que perder al suplicarle, salvo su amor propio, y éste no contaba para nada.

Y así les acompañó de buen grado, y su corazón palpitó nerviosamente cuando al fin se detuvieron ante la puerta de los apartamentos del Sumo Iniciado.

—Adelante —dijo Keridil vivamente, respondiendo a la llamada, y Cyllan fue introducida en la estancia.

Todas las paredes estaban cubiertas de estantes llenos de papeles y había en el centro una mesa grande detrás de la cual se hallaba sentado Keridil Toln. Cyllan se desanimó al darse cuenta de que, contrariamente a lo que esperaba, él no estaba solo. Dos ancianos le acompañaban, uno de ellos manoseando un pergamino, y el otro mirándola con una expresión que parecía de repugnancia. Grevard, el médico del Castillo, estaba de pie junto a la ventana y, en un sillón próximo a él, se sentaba una muchacha aproximadamente de la misma edad de Cyllan; una joven hermosa y de aire noble, de ojos fríos y cabellera de color castaño. Por la descripción que de ella había hecho Tarod, Cyllan reconoció inmediatamente a Sashka Veyyil y sofocó su reacción al ver a la mujer que le había traicionado más que nadie.

— Cyllan. — La voz pausada del Sumo Iniciado interrumpió sus irritados pensamientos, y ella se volvió, aturdida, para mirarle. El le dirigió una sonrisa tranquilizadora—. Siéntate, por favor. No tienes nada que temer.

Ella le dirigió una mirada fulminante y se sentó en el sillón que él le indicaba.

Keridil cruzó las manos y apoyó en ellas el mentón.

— Queremos darte la oportunidad de contar tu versión de esta triste historia — dijo—. Y espero que no nos consideres como enemigos, sino como amigos. Hay muchas cosas que ignoras acerca de los acontecimientos que han conducido a la actual situación, y es justo que las conozcas plenamente.

Cyllan le miró.

—¿Dónde está Tarod?

Sashka Veyyil tosió delicadamente y el regocijo se pintó en sus

ojos.

—Tarod todavía vive —dijo Keridil—. Y ha cumplido su parte en el trato que hicimos. Espero que podamos persuadirte de que hagas lo mismo.