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Ella hizo caso omiso de la observación.

— Quiero verle.

— Lo siento, pero esto es imposible. Como te he explicado antes...

—Keridil... —Sashka se levantó graciosamente y se le acercó por detrás, apoyando ligeramente las manos en sus hombros—. Permíteme que interceda en favor de esta muchacha. Dadas las circunstancias, ¿no crees que debes permitirle que vea a Tarod por última vez antes de que él muera?

Miró a Cyllan con ojos maliciosos.

— Eres muy bondadosa, amor mío.

Saltaba a la vista que el Sumo Iniciado no veía ningún motivo oculto en la actitud de Sashka, y Cyllan se preguntó cómo podía estar tan ciego al doble juego de ella. Pero si la joven noble esperaba alguna reacción de Cyllan a su deliberado recordatorio de la suerte inminente de Tarod, debió sentirse contrariada. Cyllan permaneció impávida. Pero, interiormente, aquella provocación fue como una cuchillada... y comprendió que no podía pedir la vida de Tarod en presencia de semejante público. La burla disimulada de Sashka, la fría hostilidad de los dos viejos, la mirada de ave de presa del médico.., le decían que no podía hacerlo; las palabras se secarían en su lengua, pues su causa estaría perdida de antemano.

Keridil miró a Sashka, que volvió a sentarse.

—Veremos lo que se puede hacer.,., pero hay tiempo sobrado para eso. Quiero oír tu relato, Cyllan, y quiero que comprendas que los del Círculo no somos enemigos tuyos. Queremos ayudarte en todo lo que podamos.

La mirada que recibió por su bienintencionada observación fue tan desdeñosa que hizo que se ruborizase involuntariamente. Reponiéndose, insistió:

— Tal vez podrías empezar diciéndonos cómo llegaste al Castillo. Desde luego, hemos oído la versión de Drachea, pero...

— Entonces no necesitáis la mía — dijo Cyllan.

— Sí que la necesitamos. Si hay que hacer justicia...

— ¿Justicia? — Rió roncamente y añadió—: No tengo nada que decirte.

Uno de los viejos Consejeros se inclinó, hizo bocina con una mano y dijo al oído de Keridiclass="underline"

— Si esa muchacha quiere mostrarse difícil, Sumo Iniciado, me parece inútil perder tiempo con ella. ¿No nos ha dado el joven Tannak toda la información que necesitábamos? Y debo añadir que las pruebas que ella nos presentase sólo podrían considerarse, en el mejor de los casos, como... dudosas.

Keridil miró de soslayo a Cyllan, que guardaba un silencio desafiante, sentada frente a él. A pesar de su lealtad a Tarod, sentía simpatía hacia ella y no podía dejar de admirar por tanto su firmeza. Creía, y no consideraba esto como una presunción infundada, que si podía persuadirla a hablar, diría la verdad. Y quería oír lo que ella tuviese que decir.

Bajó la voz y murmuró.

—Comprendo tu punto de vista, Consejero Fosker, pero sospecho que la reticencia de esa muchacha se debe más a miedo que a hostilidad, lo cual no es de extrañar. Con el debido respeto, creo que tendríamos más posibilidades de éxito si yo la interrogase en privado.

El viejo Iniciado miró a su colega Consejero, el cual había oído también las palabras de Keridil y gruñó:

— Si el Sumo Iniciado lo cree prudente...

—Así es...

Fosker asintió con la cabeza.

—Está bien. Aunque debo decir que tengo poca fe en esta idea, Keridil.

Keridil sonrió débilmente.

—Confío en poder demostrar que te equivocas.

Cyllan observó cautelosamente cómo escoltaban los dos viejos a Sashka hasta la puerta. Había percibido un destello de resentimiento en los ojos de la joven cuando Keridil pidió que saliese, pero Sashka no protestó abiertamente. Cuando los otros hubieron salido, Grevard, que estaba apoyado en la pared, se separó de ésta.

—¿Quieres que salga yo también? —preguntó.

Keridil asintió con la cabeza.

—Te lo agradecería, Grevard.

El médico se detuvo al llegar a la altura de Cyllan y la observó con ojos críticos, entornando los párpados.

— Quiero verte de nuevo dentro de poco — le dijo severamente; después miró al Sumo Iniciado—. No ha comido nada. Tendremos que hacer algo para remediarlo, si debe conservar la salud. En cuanto haya podido dormir un poco, me ocuparé de esto.

— Gracias.

Keridil esperó a que Grevard hubiera salido y cerrado la puerta; después se retrepó en su sillón y suspiró. Había una jarra de vino y varias copas cerca de él, sobre la mesa; llenó dos de ellas y puso una delante de Cyllan. Esta no la tomó, y él dijo:

— No te comprometerás a nada por beber vino conmigo, Cyllan. Yo lo necesito y estoy seguro de que tú también. Ah... y no prestes atención a los bruscos modales de Grevard; no es más que afectación.

Y ahora... ¿te sientes un poco mejor sin tantos desconocidos observándote?

Sonrió para alentarla y Cyllan recobró una pizca de su confianza perdida. El estaba intentando cerrar el abismo abierto entre ellos y, si podía doblegarse un poco ante él, o al menos simularlo, tal vez tendría alguna posibilidad de hacerse escuchar con simpatía.

Asintió con la cabeza y tomó la copa. El vino era suave y fresco e hizo que se diese cuenta de la sed y el hambre que tenía. Bebió más y Keridil hizo un gesto de aprobación.

— Así está mejor. Si podemos hablar sin hostilidad, creo que la entrevista será más agradable, ¿no te parece?

Cyllan contempló su copa.

—Yo no he pedido esta entrevista —dijo—. Y es verdad que nada tengo que decir que ya no sepas.

— Tal vez. Pero sigo queriendo oír la historia de tus labios. Quiero ser justo contigo, Cyllan. Tú no has hecho nada, al menos directamente, para perjudicar al Círculo, y me aflige pensar que me consideres tu enemigo.

El vino, tomado con el estómago vacío, se le estaba subiendo rápidamente a la cabeza. Cyllan levantó la mirada, pestañeó y, sin pensarlo, expresó con las palabras los pensamientos que había pretendido reservarse.

—Pero tú eres enemigo de Tarod, Sumo Iniciado. Esto hace que seas también mi enemigo.

— No necesariamente. Si comprendieses lo que está detrás de todo este asunto...

—Oh, si ya lo sé. Tarod me contó toda la historia. —Hizo una pausa—. También me dijo que antaño fuiste su más íntimo amigo.

Keridil se rebulló incómodo en su sillón.

—Sí, lo fui. Pero esto sucedió antes de que descubriese la verdad acerca de él.

—Y rompiste aquella amistad sin pensarlo dos veces; la amistad y la lealtad no contaron para nada. — Sonrió tristemente—. No es de extrañar que Tarod esté tan amargado.

La flecha dio en el blanco y, no por primera vez, Keridil sintió algo parecido a vergüenza.

Cyllan apuró su copa y la tendió para que él le sirviese más vino. Empezaba a sentirse temeraria y, aunque sabía que el vino le estaba soltando la lengua, ya no le importaba. Keridil le llenó la copa sin hacer comentarios, y ella bebió un largo trago antes de dejarla sobre la mesa.

—Tarod fue leal —dijo furiosamente—. Fue leal al Círculo, y el Círculo le traicionó.

Keridil sacudió la cabeza.

—No lo comprendes. Lo que te haya dicho Tarod debe ser una imagen deformada de los hechos.

— ¡Tarod no miente!

Keridil suspiró. La cosa iba a ser más difícil de lo que había esperado; había confiado en que, empleando la razón, podría convencerla de cambiar de opinión, pero la tarea parecía a cada momento más difícil. Cyllan no pensaba en su propia seguridad, no temía las represalias, su fidelidad a Tarod era inquebrantable, y el Sumo Iniciado comprendió que, por muy engañada que pudiese estar, le amaba. En vista de todo esto, ¿cómo podía hacerle aceptar que Tarod tenía que morir?

— Cyllan. — Apoyó ambas manos en la mesa, con las palmas hacia abajo, en ademán conciliatorio—. Por favor. Debes escucharme y tratar de ver las cosas como las veo yo.