Cyllan retrocedió hasta que su espina dorsal chocó contra el marco de la ventana. Luchaba por respirar, pero ningún aire llenaba sus pulmones. Aquel ser (demonio o dios, por llamarle de algún modo) avanzó hacia ella con graciosa naturalidad y, al moverse, los contornos de la habitación se alabearon y torcieron como si no pudiesen coexistir en el mismo espacio que él. Cyllan tuvo la impresión de que algo vasto le rodeaba, una dimensión desconocida que chocaba con las leyes naturales de este mundo. El estaba aquí y, sin embargo, no estaba; no era más que una manifestación de un ente cuya esencia, si la percibía, la llevaría al borde de la locura. Era el Caos...
Impulsada por una mezcla de terror, asombro y temerosa reverencia, Cyllan cayó de rodillas.
— Yandros...
— Levántate, Cyllan.
La voz de Yandros era argentina, pero su suavidad no alcanzaba a disfrazar del todo una amenaza implacable. Estremeciéndose, Cyllan obedeció, aunque todos sus instintos protestaban, y él caminó despacio a su alrededor, críticos sus ojos inhumanos y con aquella pequeña sonrisa flotando todavía en sus labios. Por fin se detuvo ante ella una vez más, y Cyllan sintió su escrutinio como un dolor físico cuando él la miró de arriba abajo.
— Has elegido condenarte al llamarme — dijo Yandros con indiferente regocijo—. Admiro tu valor, o tu locura.
Cyllan cerró los ojos con fuerza y recordó que Tarod no había temido a aquel ser. Ella había llamado a Yandros por su libre voluntad; si éste resultaba ser un amo cruel, debía aceptar las consecuencias. Con un esfuerzo, se obligó a hablar.
—No tenía elección. Quieren matar a Tarod y yo no puedo ayudarle. — Dominando su miedo, miró aquellos ojos siempre cambiantes—. Tú eres mi única esperanza.
El Señor del Caos hizo una sarcástica reverencia.
— Me halagas. ¿Y por qué crees que puede interesarme salvar a un hombre que ha jurado fidelidad a Aeoris?
La estaba poniendo a prueba, con la perversidad que ella hubiese debido prever. Cyllan se pasó la lengua por los resecos labios.
—Porque una vez llamaste «hermano» a Tarod.
Yandros siguió mirándola durante unos momentos y ella no se atrevió a imaginar lo que estaría pensando. Después, Yandros avanzó y apoyó una mano en la cabeza de ella. Cyllan se estremeció interiormente al sentir el frío contacto de sus dedos; sintió un nudo en el estómago, pero se mantuvo firme.
—Y estás dispuesta a poner tu alma en peligro para salvarle... Un sentimiento muy noble, Cyllan. —La voz argentina era todavía desdeñosa, pero su tono era casi afectuoso—. Parece que hicimos bien al traerte al Castillo.
Ella le miró sin acabar de comprender.
— ¿Me trajiste... tú?
Yandros rió en voz baja, con una risa que la hizo estremecerse
—Digamos que fuimos el instrumento de tu llegada. Podemos estar en el exilio, pero algunas de las fuerzas que sirven a nuestra causa permanecen todavía en esta tierra.
Ella comprendió de pronto.
— El Warp...
— Dices bien: el Warp. Ni siquiera Aeoris y sus corrompidos hermanos pudieron librar del todo al mundo de su viejo enemigo. — Yandros sonrió—. Y cuando encontramos también un mortal dispuesto a servirnos, nuestras ambiciones empiezan a tomar forma... y esto nos complace.
Así pues, ella había sido un muñeco, un instrumento manipulado por el Caos desde el principio... Cyllan empezó a sentirse mareada al comprender lo que implicaban esas palabras y recordó lo que Tarod le había dicho sobre las maquinaciones del Señor del Caos. Yandros quería desafiar al régimen del Orden, llevar de nuevo al mundo a la vorágine de la que le había salvado Aeoris hacía tantos siglos... Y veía a los dos como peones en el trascendental juego.
Pero fuera cual fuese la maldad de Yandros, fuera cual fuese el destino que había proyectado para el mundo, a Cyllan ya no le importaba. Sólo él podía ayudarla a salvar a Tarod de la aniquilación, y ningún precio era demasiado elevado para esto.
El Señor del Caos la miró, leyendo claramente lo que ella estaba pensando. Por fin, casi con amabilidad, dijo:
— ¿Qué es lo que pides al Caos, Cyllan?
Ella respiró hondo.
—¡Que me ayudes a salvar la vida de Tarod!
El inclinó la cabeza.
— ¿Y cómo crees que puedo hacerlo? ¿Debo traer una legión de demonios para que arrase el Castillo y envíe a sus moradores a los Siete Infiernos? ¿Aceptarías esto, para salvarle?
Cyllan resistió su lacerante mirada.
— En caso necesario, sí.
— Entonces, eres digna de Tarod. — Cyllan, para su asombro, vio respeto detrás de la expresión divertida de Yandros, antes de que los finos labios de éste se torciesen hacia abajo—. Pero, por micho que satisfaga esta idea mi sentido de justicia, no puede ser puesta en práctica. Estamos en el exilio, Cyllan. Nuestros poderes en este mundo son una débil sombra de lo que fueron antaño. He podido alcanzar tu mente y hablar contigo, pero no puedo ayudarte directamente. — Sonrió de nuevo, débilmente—. Sólo Tarod tiene poder para abrirnos el camino, y él prefirió romper el pacto que habíamos hecho y renegar de su antigua lealtad.
Cyllan sintió que se le oprimía la garganta. La naturaleza voluble de Yandros se estaba manifestando de nuevo, ofreciéndole esperanza un instante y desesperación al siguiente. Él no le había prometido ayudarla... ¿Pero se negaría en redondo?
Con voz vacilante, dijo:
— No puedo negar esto. Pero espero... creo.., que, a pesar de ello, no le abandonarás ahora.
Yandros la miró, con expresión enigmática.
— Depositas una confianza infantil en nuestra lealtad.
—No tengo elección.
El Señor del Caos reflexionó.
—Y si me dejo persuadir..., ¿qué querrás que haga?
Ella lo había pensado detenidamente y sólo veía un camino.
—Mátame —dijo con voz dura—. Rompe el dominio que tiene el Sumo Iniciado sobre Tarod. Cuando yo esté muerta, no habrá nada que le detenga de vengarse. —Vaciló, miró a los ojos de Yandros y añadió con sentido énfasis —: Por favor...
— No. — Yandros levantó una mano para atajar cualquier protesta—. Liberar a Tarod destruyéndote sería una pérdida inútil. Podría hacerlo, y lo haría si me sirviera para mis fines, pero hay maneras mejores y tú nos serás más útil si vives. Pero entiéndeme bien: si Tarod tiene que vivir también, deberás servirnos, y servirnos fielmente. Mírame.
Ella había bajado la mirada, pero ahora, obedeciendo la orden, la levantó de nuevo. Los ojos de Yandros se habían vuelto negros y, reflejadas en ellos, vio imágenes que la hicieron encogerse con un terror profundo y atávico. Confusión, un furioso y estruendoso torbellino de colores imposibles, de formas atormentadas, de caras desesperadas, que era la esencia del Caos, se pintó en los negros ojos y pareció abalanzarse sobre ella, presto a estallar sobre el mundo en un loco pandemónium.
— Ya ves lo que tendrás que obligarte a servir. — La voz de Yandros era cruel, implacable—. Ahora, ¡elige!
El pánico se apoderó de ella; la protesta de cien generaciones que habían jurado fidelidad a la paz del Orden; los recuerdos heredados de los miles que habían muerto para barrer del mundo la plaga del Caos; los horrores de la condenación eterna. Aliarse a este ser sería traicionar todo aquello en lo que había creído... Sin embargo, sin la ayuda de Yandros, Tarod moriría...
Poco a poco, temblando violentamente, Cyllan hincó una rodilla ante el Señor del Caos.
Yandros sonrió. Había visto lo bastante para confirmar el acierto de enviar el Warp que había arrancado a la joven de su antigua vida; de hacer que los fanaani, que nada debían al Orden, la salvasen del mar; al manifestar una parte de sí mismo en respuesta a su llamada. Si ella triunfaba en su empeño, tendría la llave del futuro de Tarod... y del futuro del reino del Caos. Sería una servidora muy valiosa...