Выбрать главу

— Gracias, Hermana — dijo—. Tal vez has resuelto nuestro problema... , pero permanece la cuestión de cómo podemos evitar que vuelva a lesionarse. No puede ser vigilada constantemente, ya que no tenemos bastantes criados.

— Tal vez yo podría serte útil, Sumo Iniciado — dijo Erminet, como si acabase de ocurrírsele la idea—. Grevard me necesita poco, ahora que ya no hay casos urgentes, aunque sigue bastante atareado. Podría repartir mi tiempo entre los dos pacientes. —Sonrió ingenuamente—. Creo que podría asegurar que la joven no tendrá oportunidad de hacer más travesuras.

— No sé. — A Keridil no le entusiasmaba la idea; Sashka le había contagiado su antipatía por la severa Erminet, aunque tenía que confesar que no había encontrado ningún defecto en su trabajo—. Creo que ya hemos abusado bastante de tus buenos oficios, Hermana, al entretenerte tanto tiempo en el Castillo. Seguramente tienes cosas más vitales que hacer en vuestra Residencia.

—Nada que no pueda esperar —dijo vivamente Erminet—. Si he de serte sincera, señor, me satisface en gran manera estar en un lugar donde puedo usar mis conocimientos en vez de enseñarlos simplemente. Creo que mi ayuda es práctica

Sonrió satisfecha.

Keridil, atrapado, miró al médico.

— ¿Grevard?

Grevard y Erminet se habían compenetrado mientras trabajaban juntos, y el médico sentía respeto por la vieja.

— Si la buena Hermana está dispuesta a quedarse, confieso que le agradeceré su ayuda. Especialmente con Tarod... — Su rostro se contrajo perceptiblemente—. No me interpretes mal; comparto la opinión de todo el Círculo en lo que a él concierne. Sin embargo no es fácil enfrentarse a un hombre y prepararle para la ejecución cuando le había tenido como amigo.

El semblante de Keridil permaneció impasible, aunque las palabras del médico le habían herido en lo más hondo.

— Está bien — dijo, disimulando sus sentimientos—. Si la Hermana Erminet está dispuesta a hacerse responsable de nuestros dos prisioneros, sea como ella desea. — Hizo una reverencia a la anciana—. Gracias, Hermana. Ella bajó modestamente los ojos.

— Es un honor para mí, Sumo Iniciado.

Grevard dio unas palmadas en el hombro de Keridil.

— Y ahora puedes volver a tus tediosos negocios, interrumpidos por este pequeño drama.

Enfurecido por la situación de Cyllan, casi lo había olvidado... Una amplia sonrisa se pintó en el rostro de Keridil.

—¡Te aseguro que no tenían nada de tediosos!

— ¡Ah! — Interpretando mal aquella declaración, Grevard se echó a reír—. ¡Hubiese debido pensarlo! ¡Tienes las mejillas rojas como una puesta de sol, amigo mío! ¡Presenta mis disculpas a la dama!

Keridil levantó ambas manos.

—Grevard, ¡tu mente es como un pozo negro! —Entonces su expresión se hizo grave, aunque seguía sonriendo—. Este suceso interrumpió una celebración.., y no me importa que seáis los primeros en saber la noticia, aparte de los de su clan, ya que se hará pública mañana por la mañana. Sashka Veyyil y yo vamos a casarnos.

La Hermana Erminet alzó bruscamente la cabeza y, después, volvió a bajarla hacia su paciente con la misma rapidez. Grevard miró a Keridil con sorprendida satisfacción durante unos momentos, antes de dar un puñetazo al hombro del Sumo Iniciado, que casi le hizo caer al suelo.

—¡Conque al fin se lo has pedido! Bien hecho, Keridil, ¡bien hecho! ¡La celebración deberá ser tan grande como la de la Investidura!

Keridil enrojeció de nuevo.

—Gracias. Aprecio tus buenos deseos.

—Tendrás los buenos deseos de todo el mundo, amigo mío, puedes estar seguro de ello. Una hermosa muchacha; muy hermosa... , y una justa recompensa para los dos después de todo lo que ha sucedido. Tu padre se habría sentido feliz.

Los dos hombres se encaminaron a la puerta, sin dejar de hablar, y Erminet les observó mientras salían. Sus ojillos de pájaro eran inescrutables, pero la comisura de sus labios se torció en una expresión ligeramente despectiva.

CAPÍTULO 13

Cuando Cyllan empezó a sudar y agitarse en su delirio, y a gritar un nombre que parecía extraño, la Hermana Erminet hizo salir de la habitación a la criada que le habían enviado para ayudarla, tranquilizándola con la seguridad de que aquello era corriente en casos semejantes y que podía resolverlo perfectamente. Una vez a solas con su paciente, se volvió a su colección de hierbas y preparó un brebaje mientras escuchaba atentamente las temerosas divagaciones de la muchacha medio consciente.

Yandros... Había oído este nombre en alguna parte y recordó que guardaba relación con el Adepto condenado. Y esto confirmaba sus sospechas concernientes a otro descubrimiento aparentemente insignificante que había hecho en esta habitación.

Un cuenco de frutas que habían sido abiertas y machacadas sin motivo aparente, y los huesos de las frutas desparramados de cualquier manera en el suelo. Sabía que la lectura de piedras era una forma de geomancia peculiar del Este, por lo que parecía que la joven había estado jugando con fuego y se había quemado, en el sentido literal de la palabra.

El parloteo de Cyllan había degenerado ahora en murmullos incoherentes y, cuando Erminet la miró de nuevo, sus párpados se agitaban espasmódicamente. Estaba recobrando el conocimiento. La anciana llevó a la cama el brebaje que había preparado, se sentó y levantó la cabeza a Cyllan.

—Toma. Bebe esto; relajará tus músculos y calmará tu mente. — Arrimó la copa a los labios de la muchacha y observó, con satisfacción, cómo tragaba un buen sorbo—. Así... ¡Oh, que Aeoris nos ampare, niña! ¡Mira cómo lo estás ensuciando todo!

La bebida había producido náuseas a Cyllan, pero la reprimenda involuntariamente viva de Erminet pareció abrir un claro en su nublada mente. Rechazó débilmente la copa y después abrió los ojos con dificultad.

Se miraron las dos; Erminet, curiosa; Cyllan, hostil y cautelosa. Había tenido sueños monstruosos, en los que aparecían una y otra vez la cara friamente sarcástica de Yandros, y la impresión de encontrarse frente a una Hermana de Aeoris al despertar la espantaba.

—Bueno, ¿vas a quedarte mirándome como si fuese el fantasma de tu abuela? —le preguntó Erminet—. ¿O tienes algo que decirme?

Cyllan se echó atrás, pero su mirada no se apartó de la cara de la

vieja.

— ¿Quién eres? — preguntó con voz ronca.

— La Hermana Erminet Rowald. Veo que no os enseñan buenos modales en el Este —replicó agriamente Erminet.

Cyllan frunció el entrecejo.

—Yo no te pedí que me cuidases.

— Cierto; pero alguien lo hizo y por esto estoy aquí, tanto si te gusta como si no. — Le alargó la copa—. Termina tu bebida.

—No... Estás tratando de drogarme.

Es tan obstinada como Tarod, pensó Erminet, y suspiró.

—No es más que un sencillo reconstituyente. Te lo demostraré. De todos modos, ¡yo lo necesito más que tú!

—Bebió la mitad de lo que quedaba en la copa y se la ofreció una vez más—. ¿Estás ahora satisfecha?

Cyllan, vacilando, tomó la copa de sus manos y apuró el brebaje. Sabía bastante bien; a vino con especias y un poco de miel y otros sabores más sutiles, y su estómago lo agradeció. Mientras tanto, Erminet se había levantado y cruzado la habitación con movimientos aparentemente casuales, y tocaba con el pie algo que había en el suelo. Cyllan la miró... y sintió que se encogían sus pulmones.

—La antigua geomancia del Este —dijo Erminet a media voz—. Creía que esta técnica casi no se empleaba ya. —Y al no responder Cyllan, sonrió—. ¿Eres una vidente, eh?

—¡No!

La negativa era demasiado vehemente, y Erminet vio miedo en los ojos de Cyllan.