Keridil había elegido este medio de anunciar la noticia principalmente para complacer a Sashka, pero también, prácticamente, porque nada malo podía suceder si el experimento fracasaba. Pero tenía grandes esperanzas, pues, aunque mucho dependía de la habilidad de las aves, pocos fallos más podía haber. Los halcones no tenían predadores naturales y volaban a una altura muy lejos del alcance de cualquier arquero irresponsable. Si la fe de Faramor en la idea resultaba acertada, significaría un cambio inimaginable en las comunicaciones a larga distancia para toda clase de personas. El Círculo podía hacerlo con sus propios Iniciados en partes del mundo muy lejanas; las residencias de la Hermandad podrían establecer contacto entre ellas; los Margraves que necesitasen ayuda o consejo no tendrían que sufrir los inconvenientes y a veces lo peligros de la espera... Las posibilidades eran más que impresionantes; eran asombrosas.
Era una innovación, y una innovación muy necesaria. Después de la muerte de su padre Jehrek, Keridil se había prometido que introduciría cambios en la Península de la Estrella. El Círculo llevaba demasiado tiempo estancado, perdiendo contacto con las realidades del mundo más allá de las murallas del Castillo, y se había convertido en poco más que un defensor nominal de las leyes de los dioses, con un papel cada vez menos activo en los negocios del mundo. Se habían convertido en mascarones de proa, y el peligro de éstos era que podían verse fácilmente reducidos a un papel anacrónico. Ya era hora de detener esta tendencia cuesta abajo antes de que fuese demasiado tarde...
Y de pronto Keridil se sintió mareado al recordar dónde había oído antes estas palabras.
«¡No tienes una buena razón para existir!» Podía oír mental mente la voz argentina con sus ribetes de destructora malevolencia, ver la cara cruelmente inhumana de ojos siempre cambiantes... Yandros, el Señor del Caos, que se había plantado entre las arruinadas estatuas del Salón de Mármol y había sonreído con compasivo desdén cuando Keridil trató de atarle con la Séptima Exortación y Destierro, el más poderoso rito del Círculo contra los demonios recalcitrantes. Igual habría podido tratar de volcar el Castillo con las manos..., y sin embargo, recordaba, estremecido, el enorme poder que había conjurado Tarod tan fácilmente; lo suficiente para enviar al Señor del Caos por donde había venido...
—Keridil —dijo Sashka mirándole y frunciendo el entrecejo—, ¿te encuentras mal?
El se había detenido y estaba sudando copiosamente. Aquellos recuerdos... siempre parecían acecharle cuando menos lo esperaba o quería. Ahora se suponía que debía estar alegre...
Suspiró profundamente.
—Estoy bien, amor mío. Tal vez un poco resfriado.
—Deberías cuidarte mejor. —Sashka, que estaba envuelta en un abrigo forrado de piel sobre su traje de brocado, contempló el cielo claro y frío—. Todavía no estamos en verano y ni siquiera te has puesto una capa.
Él se echó a reír, agradeciéndole que disipase las nubes que había en el fondo de su mente.
— ¡Todavía no eres mi esposa!
— Lo soy, menos de nombre. —Su sonrisa era débilmente lasciva—. Y conozco algunas maneras muy agradables de darte calor...
Frayn Veyyil Saravin y su remilgada y delgada esposa cruzaban el patio para venir a su encuentro, y Keridil apretó la mano de Sashka en señal de advertencia.
— ¡Silencio!, ¿quieres que tus padres nos oigan?
Sashka sonrió enigmáticamente.
— ¡No hay mayor sordo que el que no quiere oír!
Siguieron andando y el grupo empezó a dispersarse.
La fiesta para celebrar el noviazgo del Sumo Iniciado sería un acontecimiento provisional, un preludio de las grandes festividades que tendrían lugar en ocasión de la boda. Sashka quería casarse lo más pronto posible, pero, por una vez, Keridil se había negado a complacerla, y ella al fin había cedido, sabiendo cuándo tenía que mostrarse discreta.
Keridil no le había confiado la razón del aplazamiento, pero era lo bastante poderosa para dejar a un lado todas las demás consideraciones. Casarse con Sashka enseguida era lo que más deseaba en el mundo; pero, si lo hacía, le perseguiría el espectro de Tarod, y le costaría mucho quitárselo de delante. Aunque su conciencia estaba tranquila en lo referente a su amigo de antaño, Keridil tenía todavía pesadillas ocasionales, y la idea de llevar adelante su boda en vida de Tarod era algo que no podía soportar. Había que preparar el rito de la muerte, el mismo rito espantoso que había fracasado una vez, y como Sumo Iniciado que era, no podía librarse de la carga de realizarlo personalmente. Sería imposible preparar satisfactoriamente su propia boda, con la perspectiva que pesaba todavía sobre él... , sobre todo considerando el pasado compromiso de Tarod con Sashka. En cambio, cuando Tarod hubiese muerto al fin, se desvanecería el mal sabor de boca y podría contemplar el futuro sin estorbos. No era un sentimiento de culpabilidad lo que le motivaba, se decía una y otra vez Keridil; era simplemente una cuestión de sentido común.
Y a pesar de la sombra de la ejecución pendiente, estaba resuelto a disfrutar de la fiesta de su noviazgo. Dentro de dos días, se celebraría un banquete en el Castillo, y en él se ría ratificado oficialmente el anuncio de la boda por el Consejo de Adeptos. Sashka había enviado un jinete veloz a su casa de Han, a buscar ropa y joyas adecuadas para la ocasión, y Keridil le ofrecería el anillo de oro con tres grandes esmeraldas que, desde hacía siglos, había sido llevado por la consorte del Sumo Iniciado... Desde que su madre había muerto al darle a luz, el anillo había estado guardado en su estuche de madera tallada, junto con otras pertenencias de su padre, y la idea de que, después de tantos años, lo luciría una consorte, había entusiasmado al Círculo y, en particular, al Consejo.
Desde luego, habría una buena dosis de disgusto mezclada con las felicitaciones de determinados sectores. Desde que había alcanzado la adolescencia, Keridil había sido foco de atención de todos los clanes importantes que tenían una hija casadera, y recientemente había estado a punto (contra su voluntad) de prometerse con la bonita pero necia Inista Jair, de una rica e influyente familia de la provincia de Chaun. Jehrek Banamen Toln había aprobado el noviazgo y Keridil lo había temido; si Sashka no se hubiese puesto a su alcance, probablemente se habría casado con Inista a falta de una alternativa mejor y porque Jehrek lo había deseado.
Pero sabía que su padre habría aprobado a Sashka. Por muy conveniente que fuera Inista Jair como hija heredera, Sashka tenía la educación y la fuerza de carácter más adecuadas para una posición encumbrada. Su belleza, su refinamiento y su inteligencia prometían conquistarle muchos amigos. Ningún clan podría sentirse ofendido por el hecho de que su propia candidata hubiese sido relegada en favor de otra de menos categoría.
Los padres de Sashka se habían reunido ahora con ella y, al llegar a la puerta principal, Keridil se excusó y dejó que los otros entrasen en el Castillo mientras él, pasando por la columnata, se dirigía a la biblioteca y al Salón de Mármol. Al acercarse a la puerta que conducía al sótano, se detuvo para dejar salir a tres servidores cargados con sendos y pesados sacos. La escalera estaba llena de polvo en el que podían verse huellas de innumerables pisadas, y Keridil observó los abultados sacos antes de preguntar al primero de los tres hombres.