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La música sonaba ahora más fuerte, y esto la irritaba. En su actual situación, parecía una intrusión y un insulto. El Castillo se divertía mientras ella esperaba, con el miedo y la incertidumbre royéndole las entrañas..., y esto fomentaba la ira que crecía en su interior, le

infundía deseos de golpear, pero no le ofrecía nada que pudiese ser golpeado. La tensión que sentía era casi insoportable y, cuando giró inesperadamente una llave en la cerradura de su puerta, se sobresaltó como atacada por una fuerza física.

Entró la Hermana Erminet. Tenía pálido y contraído el semblante, pero esbozó una rápida y cautelosa sonrisa al cerrar sin ruido la puerta a su espalda.

Cyllan se levantó de la cama.

— Hermana...

Erminet se llevó un dedo a los labios.

—Silencio, pequeña. No hay nadie por aquí, pero no debemos tentar al destino.

Cyllan preguntó, bajando la voz:

—¿Qué noticias tienes de Tarod?

—Está bastante bien, aunque no precisamente boyante. — Erminet hizo una pausa para observar la cara de la joven—. Le di tu respuesta a su mensaje y, como te había dicho, le pedí su palabra de honor de que este Castillo estaría a salvo.

— Y...

—Me la dio. —Rápidamente, como si tuviese miedo de cambiar de idea, Erminet desprendió una de las llaves que pendían de su cinto y se la ofreció—. Es la de su puerta. No puedo correr el riesgo de ser yo quien le deje escapar. Y encontrarás la joya en el estudio del Sumo Iniciado, encerrada en un estuche que guarda en su armario. —Desvió la mirada—. Está a punto de empezar un banquete para celebrar el noviazgo de Keridil con Sashka Veyyil. Dudo de que tengas nunca una oportunidad mejor de encontrar desierto el Castillo.

Muy lentamente, Cyllan alargó una mano y tomó la llave. Después, pillando a Erminet por sorpresa rodeó súbita e impulsivamente el cuello de la anciana con los brazos y la estrechó con fuerza. No podía expresar lo que sentía, pero el silencioso ademán fue mucho más elocuente que todas las palabras. Erminet se desprendió, muy agitada.

—Bueno, ¡no seas tonta! — le riñó, tratando de disimular lo conmovida que estaba—. Tienes que andar todavía un largo camino y no es el momento de dejarse llevar por la emoción. —Se echó atrás, para observar a Cyllan con ojos críticos—. Este vestido, por ejemplo. El color es demasiado llamativo y, con el de tus cabellos, te reconocerían fácilmente.

Cyllan lo miró, frunciendo el entrecejo. Era el vestido que le había regalado Tarod y no quería desprenderse de él.

—Me trajeron ropa nueva —dijo—. Pero no la quiero.

Sin embargo, Erminet se mostró inflexible.

— Quieras o no, te cambiarás ahora, ¡si no quieres que te capturen de nuevo! —Examinó las prendas que habían traído a Cyllan por orden de Keridil—: Toma; este mismo te servirá, con él podrás pasar inadvertida.

Le tendió una falda de lana gris claro con un corpiño más oscuro y de manga larga. De momento pareció que Cyllan iba a protestar, pero después encogió los hombros y se quitó de mala gana el vestido rojo. Mientras se cambiaba, Erminet le dijo dónde se hallaba Tarod y le hizo repetir dos veces sus instrucciones, para asegurarse de que las había comprendido bien. Por último, le ofreció una capa corta y negra con capucha.

— Esto te cubrirá bastante bien los cabellos. Mantente en la sombra y, si alguien se acerca a ti, aléjate lo más rápidamente posible pero sin llamar la atención. ¿Lista?

Cyllan asintió con la cabeza.

— Muy bien. Yo saldré primero; me esperan en el banquete y provocaría comentarios si llegara tarde. Cuando todo esté tranquilo, cruza el patio. Ahora está a oscuras, es más seguro que los pasillos. — Dirigió una última mirada a su protegida e hizo un ademán de aprobación con la cabeza—.Te deseo suerte, chiquilla.., aunque más por mi bien que por el tuyo. Que Aeoris nos ampare si fracasas.

Cyllan recordó su encuentro con Yandros y sonrió.

—No fracasaré, Hermana Erminet.

Se echó atrás, observando cómo abría la vieja la puerta y se asomaba al corredor. Cambiaron una última mirada. Erminet sonrió con aire de conspiradora y se alejó. Cyllan esperó, contando los dolorosos latidos de su corazón y casi incapaz de creer que lo que había sucedido no era un sueño del que despertaría en el momento menos pensado. Después, cuando ya no pudo oír ningún ruido más allá de la puerta, cruzó la habitación y atisbó en el pasillo. Erminet había desaparecido en dirección a la escalera principal; Cyllan se detuvo para cubrirse los cabellos con la capucha de la capa. Y después se volvió en dirección opuesta, hacia una escalera de servicio que, según le había dicho Erminet, conducía, por un camino indirecto, a una puerta lateral del patio.

Y mientras Cyllan caminaba apresuradamente, la luz de una de las antorchas de pared iluminó el rico traje de terciopelo y las resplandecientes joyas de alguien que llegaba por un pasillo lateral...

Sashka se había tomado tiempo, a pesar de las súplicas de su madre, en prepararse para la que había de ser su noche triunfal. Había cambiado de idea y de traje al menos tres veces antes de decidir el que había de ponerse; después había pasado una hora en las hábiles manos de una servidora de confianza que le había rizado y peinado el cabello. Finalmente, sus padres se habían visto obligados a salir sin ella, y había pasado unos minutos agradables a solas, deleitándose por anticipado con lo que había de ser aquella velada. Ella sería el foco de la atención general, elevada en una noche a una condición que sería envidia de todas las mujeres casaderas de todas las provincias, y estaba resuelta a sacar de ello el mayor partido. Que los invitados esperasen su llegada: así les causaría más impresión cuando al fin les honrase con su presencia.

Por último, juzgando que era el momento adecuado, se levantó y se dispuso a salir, desdeñando el brazo que le ofrecía el mayordomo de su padre y diciéndole brevemente que se quedara atras y recordase cual era su lugar Habria una guardia de honor esperando para escoltarla en el vestíbulo principal; no necesitaba a nadie más.

Y así había salido de sus habitaciones y había caminado despreocupadamente en dirección a la escalera. Y a punto estaba de salir al pasillo principal, cuando la hermana Erminet se cruzó rápidamente en su camino.

Sashka, irritada, se echó instintivamente atrás. Despreciaba a la Hermana Erminet y la idea de tener que andar con ella e intentar mostrarse cortés agriaba su talante. Pero, por fortuna, la vieja no la había visto... Por tanto, esperó a que las rápidas pisadas se alejasen antes de salir al corredor.

Fue por pura casualidad que se detuvo al dirigirse hacia la escalera y miró atrás por encima del hombro, con el tiempo justo de ver una figura menuda, encapuchada, que salía de una de las habitaciones del fondo del pasillo y se alejaba apresuradamente.

Sashka frunció el entrecejo. Algo en aquella figura pulsó una cuerda en su memoria, pero no podía localizarla. Sin embargo.., ¿no era en aquella habitación donde estaba recluida la muchacha del Este, la pequeña vaquera amante de Tarod? Sintió que despertaba el instinto que le anunciaba problemas y se pasó reflexivamente la lengua por los labios. Era una idea ridicula... , pero sólo necesitaría un momento para estar segura.

Mirando a su alrededor para cerciorarse de que no la observaban, se recogió la falda y corrió por el pasillo.

La puerta por la que debieron de haber salido la Hermana Erminet y la figura misteriosa estaba cerrada. Sashka agarró el tirador, lo hizo girar, empujó... y la puerta se abrió.