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Había perdido la razón, impulsada por algo que no podía comprender ni dominar; algo que despertaba un afán inhumano de matar, de destruir, de vengarse...

Un chillido que no había sido lanzado por ella ni por Drachea resonó en su cabeza enloquecida, y Cyllan saltó atrás, como si hubiesen tirado de ella con una cuerda. Dos criados, un hombre y una mujer, habían llegado corriendo en respuesta al grito de auxilio de Drachea y, al doblar la esquina del pasillo, habían visto lo que parecía un demonio de rostro pálido, manchadas de sangre la cara y las manos, golpeando con un cuchillo ensangrentado el cuerpo caído de Drachea. La mujer se desmayó y el hombre miró fijamente a Cyllan, boquiabierto, y después respiró hondo para pedir auxilio a voz en grito La cordura volvió a Cyllan con una violenta sacudida. Drachea yacía entre sus pies, muerto o moribundo. La piedra del Caos era ahora fría como el hielo en su mano izquierda; el cuchillo estaba pegajoso y resbaladizo en su derecha; su vestido era una confusión de manchas carmesíes... Cyllan sintió náuseas y, galvanizada por un instinto animal, se volvió y echó a correr. El pasillo daba locamente vueltas delante de ella y, a su espalda, menguando pero resonando como redobles de tambor en su cabeza, podía oír la voz estridente y frenética del criado lanzando desespera dos gritos de alarma.

CAPÍTULO 15

La música de la galería era lo bastante fuerte para ahogar cualquier ruido de más allá de las macizas puertas del comedor, y los intérpretes habían trocado las piezas lentas y formales por música de baile más ligera pero también más vigorosa. Unas pocas parejas habían salido ya a la pista y el baile iría en auge en el transcurso de la noche, continuando hasta la madrugada, cuando se serviría vino caliente con especias antes de terminar el jolgorio.

De momento, Keridil no advirtió que dos hombres habían entrado en el salón y se abrían apremiantemente paso entre la multitud. Estaba conversando con el padre de Sashka, mientras reflexionaba en privado sobre el éxito de la velada, y sólo cuando Sashka le tocó el brazo y dijo, con voz extraña, «Keridil...», levantó la mirada y vio a los que se acercaban.

Las expresiones de su semblante eran suficientemente expresivas para decirle que algo andaba mal, y cuando los hombres llegaron hasta él, se puso en pie. Algunos curiosos trataron de escuchar la breve conversación, mantenida en voz baja, pero ni siquiera Sashka se había enterado de ella cuando Keridil se disculpó apresuradamente y salió del comedor con los dos hombres pisándole los talones.

El criado que había dado la voz de alarma estaba sentado en el suelo y apoyado la espalda en la pared del corredor, tapándose la cara con las manos y temblando a sacudidas, como afectado de parálisis. Un mayordomo estaba agachado junto a él, hablándole en voz baja y apremiante, mientras otro hombre, de rostro pálido, intentaba cubrir un cuerpo con su capa. Había sangre en el suelo y en la pared, y una fea y oscura mancha se estaba extendiendo en la capa.

—Espera —dijo Keridil al hombre que se disponía a cubrir la cara del cadáver.

El criado se echó atrás y el Sumo Iniciado contempló a la víctima.

No necesitó que Grevard le dijese que Drachea estaba muerto. Los ojos del joven estaban entreabiertos y ciegos y todavía brotaba sangre de su boca, aunque a juzgar por lo que veía, pensó amargamente Keridil, poca debía quedar en su cuerpo. El que le había matado tenía que haberle atacado con la furia de un endemoniado...

Sintió náuseas e hizo una seña al criado para que cubriese de nuevo el cadáver; después se volvió al mayordomo, — ¿Sabe alguien quién lo hizo? — dijo con voz grave y amenazadora.

El mayordomo se puso de pie. — Pirasyn lo ha visto todo, señor, y creo que reconoció al asesino. Pero es difícil sonsacarle algo que tenga sentido.

Keridil asintió con la cabeza y se puso en cuclillas delante del hombre atónito.

— Pirasyn. Soy Keridil Toln. Escúchame. Tienes que ayudarnos, si es que puedes. Trata de recordar a quién viste atacar al heredero del Margrave.

El hombre le miró y tragó saliva, y Keridil trató de sonreír para tranquilizarle.

— Será aprehendido, no temas. Pero le agarraremos antes si puedes decirme ahora quién es él.

Pirasyn tragó de nuevo saliva y después sacudió la cabeza.

—No es él...

—¿No es quién?

Keridil estaba desconcertado.

—El —repitió el hombre—. No es él. Es ella. La muchacha... la que ayudó al demonio. Cabellos blancos. Ojos amarillos... Y aquella cara...

Se tapó de nuevo los ojos y empezó a sollozar.

Keridil tuvo la sensación de que algo se licuaba en su estómago, y se levantó despacio. ¿2yllan? No era posible..., ¡estaba encerrada bajo llave! La propia Hermana Erminet se lo había asegurado hacía menos de media hora... Pero, imposible o no, tenía también el testimonio de Pirasyn... y una terrible intuición para dar más peso a sus palabras.

Se volvió a los dos hombres que habían ido a buscarle.

—Subid a la habitación donde está esa muchacha; comprobad que sigue allí. ¡De prisa!

Salieron corriendo y, cuando se extinguieron sus pisadas, apareció Sashka, viniendo de la dirección del vestíbulo principal.

— ¡Keridil! ¿Qué tengo que hacer?

El fue a su encuentro y la detuvo, sujetándola por los hombros, para que no viese la carnicería.

— Amor mío, no tenías que haberme seguido.

Ella miró serenamente atrás.

—Si has sido arrancado de mi lado por un problema urgente, ¿esperas que siga sentada aguardando dócilmente tu regreso? Quiero ayudarte. Por favor, dime qué ha pasado.

Keridil suspiró.

—No quería que te enterases de esto, pero... Drachea Rannak ha sido asesinado.

Abrió más los adorables ojos, impresionada.

— ¿Asesinado? ¿Aquí, delante de tus propias habitaciones?

Estas palabras le sobresaltaron; no se le había ocurrido pensar

que el lugar del crimen podía ser algo más que una coincidencia, pero ahora empezó a preguntarse si era así. Si Pirasyn había dicho la verdad, había un motivo evidente...

Tomó una antorcha de su soporte en la pared y abrió la puerta de sus habitaciones... Entonces oyó a Sashka brotar de sus labios una maldición ahogada. Corrió tras él y le encontró mirando los estropicios que había hecho Cyllan. Tinta derramada, papeles revueltos...

—¡Keridil! —dijo roncamente ella—. La puerta del armario... ¡La cerradura ha sido forzada!

Keridil lo vio y cruzó corriendo la habitación. Agarró el estuche de estaño y, antes de abrirlo, la tapa rota le dijo lo que encontraría dentro.

—Ha desaparecido —dijo.

— ¿La piedra?

Keridil asintió con la cabeza. El misterio empezaba a aclararse horriblemente, y al mirar Sashka el estuche vacío, dijo con voz suave y cargada de veneno:

— Cyllan...

—Si

El le contó en breves palabras lo que Pirasyn decía haber visto. Jamás le había visto ella tan encolerizado, aunque hacía todo lo posible para dominar su furor, y Sashka no hizo nada para calmarle. Para sus fines sería mejor, pensó, canalizar su cólera...

—Keridil, —dijo, al ver que él estaba a punto de volver al pasillo—, Keridil, estaba pensando...